Tras matar al-Zarqawi, EU piensa en su nueva carta

Tras matar al-Zarqawi, EU piensa en su nueva carta

Por JOHN F. BURNS
BAGDAD, Irak .-
En el primer año de la guerra, los comandantes estadounidenses dieron tanta importancia a su papel en el empeoramiento de la insurgencia que desarrollaron su propia forma irónica y burlona de referirse a él. Era “the Z word” (la palabra con Z), el villano para toda ocasión, la opción a que se recurría siempre que los comandantes estadounidenses buscaban causas y patrones en un conflicto en que, en ese entonces, apenas habían empezado a vislumbrar su camino.

Era la pimpinela del diablo; ahora en Fallujah, ahora en Bagdad, ahora en Mosul. Se movía sin ser detectado por un mapa que era una pista de obstáculos de retenes y toques de queda, de explosiones a orillas de los caminos y embotellamientos de tráfico detrás de los convoyes militares estadounidenses; suficiente para convertir en un manojo de nervios al viajero más tranquilo, ya no digamos a un hombre que compartía con Osama bin Laden la sombría distinción de una recompensa de 25 millones de dólares ofrecida por Estados Unidos por su cabeza.

Un atentado suicida aquí, una decapitación allá, un asesinato en algún otro lado — veintenas de ellos en todo Irak, concluyó el espionaje estadounidense — eran obra de un jordano de rostro malhumorado y corpulento que respondía al nombre adoptado de Abu Musab al-Zarqawi. En ataques por parte de fuerzas especiales estadounidenses y británicas, decenas de sus colaboradores murieron o fueron capturados, y sus rostros fueron colocados en gráficas distribuidas en las sesiones informativas en Bagdad bajo el encabezado “Degradación AQIZ”, denotando, esperanzadoramente, la desintegración de Al Qaeda en Mesopotamia (Al-Zarqawi), la máquina asesina que encabezaba.

Tan a menudo los generales estadounidenses predijeron su muerte, y ante una serie interminable de malas noticias, que un día el año pasado la grieta de la credibilidad en la sesión informativa de prensa semanal del comando estadounidense llevó a uno de los intercambios mejor recordados de la guerra. El portavoz, mayor general Rick Lynch, había presentado otra elaborada gráfica, que atraía la atención por su serie de figuras en silueta con un nombre dentro de recuadros rojos, como blancos de torso en un campo de tiro.

Estos eran los hombres de la red de Al-Zarqawi, muertos o detenidos. Aunque precisa, la gráfica parecía presentar justo lo que Lynch decía, grandes problemas para Al Qaeda. Así que el general, un texano que aúna un gusto por Jack Daniels y las Harley-Davidson con un disgusto por el pensamiento insulso, no se sintió complacido cuando una reportera preguntó cómo era posible que tantos leales a Al Qaeda hubieran sido eliminados mientras continuaban sin cesar los asesinatos cometidos por el grupo.

En ese entonces, la violencia de Al Qaeda había llevado a los comandantes estadounidenses a identificar a Al-Zarqawi y la red Al Qaeda — no a los insurgentes laicos que surgieron tras el derrocamiento de Saddam Hussein — como su principal enemigo. “Señora”, dijo el general, avanzado hacia quien hizo la pregunta, “la razón de que Al Qaeda continúe propagando su terror en todo Irak es porque Abu Musab al-Zarqawi” — aquí hizo una pausa, como si saboreara la parodia y señalara la inutilidad de cualquier respuesta — “simplemente no está poniendo atención”.

El miércoles, las atenciones de Al-Zarqawi estuvieron fatalmente en otro lado cuando un F-16 de la Fuerza Aérea de Estados Unidos voló en el cielo nocturno sobre Hibhib, 56 kilómetros al norte de Bagdad, y dejó caer dos bombas de 250 kilos sobre una casa de seguridad donde él se estaba reuniendo con su “asesor espiritual”, el jeque Abd al-Rahman.

Ahora, con él muerto, el interrogante es si la esperada degradación de la red Al Qaeda se materializará, y empezará a romper la efectividad de los grupos terroristas bajo su liderazgo. De ser así, habrá otro interrogante: si esa declinación podría ayudar a los estadounidenses a acercarse a los sunitas potencialmente más moderados y convencerlos de que hay un lugar para ellos en la visión estadounidense para Irak. Lo más importante: ¿Esto reducirá los asesinatos; por ejemplo, aquellos que han tomado como blanco a los políticos sunitas que tratan de incorporar a los insurgentes en el proceso político?

La red de Al-Zarqawi no perdió tiempo en prometer seguir adelante. Y dada la experiencia de la guerra hasta ahora, parece al menos una apuesta uniforme que una red tipo pulpo como Al Qaeda, al parecer capaz de desarrollar nuevos tentáculos para reemplazar a los que pierde, continuará acosando a los estadounidenses, alimentada por una generación de musulmanes jóvenes originarios de Oriente Medio, el norte de Africa y Asia que están dispuestos a recorrer la cadena de mezquitas y casas de seguridad que termina, a menudo, con un atentado suicida en Irak.

Sin embargo, Al-Zarqawi, como Bin Laden, no era un líder común. Su brutalidad se aunaba a un genio de la organización, un carisma personal, aunque perverso, y, hasta la semana pasada, una capacidad tipo Houdini para sobrevivir. Es una amalgama que ha producido a muchos de los peores tiranos de la historia, y los comandantes estadounidenses están apostando a que no haya un heredero de Al Qaeda tan patológicamente adecuado para la tarea.

Conforme las fuerzas estadounidenses se extendían la semana pasada en incursiones contra otros blancos de Al Qaeda en el área de Bagdad, el general George W. Casey Jr., máximo comandante de Estados Unidos, estaba trabajando en un plan de largo alcance. Su estrategia en el último año ha sido concentrarse en los militantes de Al-Zarqawi, viéndolos a ellos y a sus planes para un califato islámico en Irak como la amenaza más seria para la empresa estadounidense aquí. Para él, la muerte de Al-Zarqawi fue una reivindicación de una estrategia que ha tenido sus detractores entre los oficilaes estadounidenses en Irak y en el Pentágono.

Aunque menores en cantidad que la insurgencia árabe sunita laica que busca restablecer el régimen de la minoría sunita, los grupos vinculados con Al Qaeda han sido responsables de la mayoría de los ataques “espectaculares” contra mezquitas y mercados y otros blancos densamente poblados.

Casey y sus compañeros comandantes estadounidenses ven a éstos como la causa principal de la desilusión de los iraquíes con las instituciones democráticas que Estados Unidos está tratando de erigir. Ahora, esperan, algo ha cambiado. Al ir tras los grupos de Al Qaeda, y concentrarse en renovados esfuerzos para establecer la seguridad en Bagdad, Casey espera fomentar una atmósfera en la cual el nuevo gobierno del Primer Ministro Nuri al-Maliki pueda empezar a gobernar efectivamente y reunir apoyo público.

Pero aun cuando la red de Al Qaeda se desmorone, los estadounidenses y sus aliados iraquíes seguirán enfrentando el desafío de la insurgencia de origen interno. El plan de Casey supone que un núcleo de los grupos árabes sunitas, los que combaten por el restablecimiento de Saddam o del régimen baathista, tendrán que ser derrotados, eventualmente. Eso, cree, será más fácil para las nuevas fuerzas iraquíes, y las estadounidenses restantes, si los militantes islámicos son derrotados primero.

El plan ve a las negociaciones como la clave para tratar con el grupo más grande entre los “elementos del antiguo régimen”, que representa a la mayoría de los 50,000 ó más insurgentes: ciudadanos iraquíes opuestos al involucramiento estadounidense aquí, líderes tribales que ven su estatus amenazado por la democracia estilo occidental, y sunitas que siguen sin reconciliarse con el régimen de mayoría chiita.

En el plan de Casey, desarrollado con Zalmay Khalilzad, el embajador de Estados Unidos, la esperanza ha sido que el inicio de conversaciones con los insurgentes sunitas se volverá más fácil. A principios de este año, por ejemplo, militantes acribillaron al hermano y la hermana de Tariq al-Hashemi, un ex oficial en el ejército de Saddam y ahora vicepresidente a quien los estadounidenses ven como una de las mejores esperanzas para un acercamiento con los elementos moderados de los rebeldes sunitas.

Esperanzas similares ahora radican en el nuevo ministro de Defensa, Abdul Qadr Mohammed Jassim, quien fue general en el ejército de Saddam pero fue destituido en 1994 y encarcelado por su oposición a la invasión a Kuwait. Las esperanzas de que él pudiera ayudar al gobierno de Maliki a tender puentes hacia los insurgentes sunitas surgieron cuando él y los nominados chiitas para encabezar otros dos ministerios de seguridad, el del Interior y el de Seguridad Nacional, obtuvieron amplia aprobación del nuevo parlamento menos de una hora después de que se anunciara la muerte de Al-Zarqawi. Jassim ha dicho que hará todo lo que pueda para acelerar la reconciliación con los insurgentes.

Pero la posibilidad más sombría es que incluso los moderados en la insurgencia sunita se sigan oponiendo al régimen chiita, aunque de manera mitigada por los arreglos para compartir el poder del tipo creados en el gobierno de Maliki, con su gabinete de 40 integrantes compuestos de chiitas, sunitas y curdos en proporción a sus escaños en el Parlamento. De ser así, los grupos insurgentes que ahora controlan efectivamente gran parte de la provincia de Anbar, al oeste de Bagdad, así como otras secciones del llamado Triángulo Sunita, probablemente seguirán peleando, manteniendo alianzas con los grupos terroristas de Al-Zarqawi, y correrán el riesgo de encerrar a los estadounidenses en una guerra intratable.

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