Traspaso de mando

Traspaso de mando

POR PEDRO GIL ITURBIDES
En 1990 Joaquín Balaguer se sucedía a sí mismo. De manera que el interregno entre los polémicos comicios y la toma de posesión no presentó inconvenientes. Pero hacia este último día se contemplaba una tormenta en el horizonte congresional. José Osvaldo Leger, Senador por la Provincia de San Cristóbal, ansiaba presidir ese cuerpo legislativo. Balaguer aprobó sus aspiraciones, a la manera en que estimulaba muchos otros intentos partidistas de alcanzar cimas políticas.

Dejó sueltos los cabos de las voluntades adversas al legislador. Llegado el 16 de agosto, a la hora indicada por el programa, no se había integrado la Asamblea Nacional. Aunque la Cámara de Diputados eligió en el tiempo previsto su bufete directivo, el Senado mantenía un tranque. Don Guaroa Liranzo me pidió llegase al Senado para averiguar lo que ocurría. Enterado, llamé a la casa del Presidente Balaguer. El panorama, informé tras cumplir infructuosas gestiones de acercamiento entre candidatos, presagiaba el mantenimiento de las divergencias.

El Presidente Balaguer pidió el teléfono para darnos unas instrucciones, a ser transmitidas a José Osvaldo. Pero aún éstas, y una conversación telefónica entre ambos, fueron inútiles. Mientras ambos conversaban pedimos al Dr. Paris Goico el tomo encuadernado de los reglamentos de las Cámaras y la Constitución en su versión vigente. Deseábamos precisar una información que bullía en nuestra mente, sobre la posibilidad de una jura ante un juez de paz. Tenía uno allí, a la Dra. Juana Cessá, quien visitaba con frecuencia el Senado de la República, y a quien pedimos permanecer ante nuestra vista.

Llamé a don Guaroa, y él, a su vez, comentó con el Presidente Balaguer cuanto le planteábamos.

-Dice él que prepares todo, pero vamos a llamar a don Néstor Contín.

Y juramentado el Presidente Balaguer ante don Néstor en su calidad de presidente de la Suprema Corte de Justicia, se inauguró el cuatrienio constitucional 1990-1994.

Han sido infrecuentes estos escollos desde que se restableció el sistema democrático en 1962. Pero el primer contratiempo fue vivido por el Presidente de la República y del Consejo de Estado, licenciado Rafael F. Bonnelly, en febrero de 1963. El electo Presidente de la República, profesor Juan Bosch, sugirió que se juramentaría ante la Asamblea Nacional sin la presencia de Bonnelly. A don Fello, y a muchos de los delegados internacionales, le resultó inexplicable aquella solicitud. Pero así se hizo.

A lo largo de los años, no era infrecuente escuchar a don Fello sacar a colación lo vivido en esa oportunidad, como prueba del carácter intolerante de don Juan. Nosotros llegamos a hablar sobre el tema con el Presidente Bosch, en ocasión de una visita que le hiciese con mis hijos, en un cumpleaños suyo. La explicación que nos dio, tajante, no admitió réplicas ni aclaraciones:

-Era cívico, era cívico, Pedro Gil.

Hoy asistimos a una prueba más de la capacidad de quienes ejercen la política para resistirse sin furfurarse, en fiestas de la democracia como la del traspaso de mando. El Dr. Leonel Fernández se juramenta por nueva vez ante la Asamblea Nacional, como Presidente de la República. Recibirá la banda presidencial con los colores y el símbolo heráldico de la Nación -y ya es un hecho que ello habrá de ocurrir- de parte del Presidente Mejía.

Pero este último ha debido vencer sus emociones para acudir esta mañana a la sala en donde sesiona este cuerpo, de específicos atributos. En principio dijo con el talante que exhibiera en algunos instantes de su mandato, que no acudiría al acto. Con posterioridad expresó que iría para imponer la banda presidencial, pero que no escucharía el discurso de orden del Presidente Fernández. En esa lucha tenaz contra sus propias emociones, sin embargo, venció la serenidad, y ha dicho el jueves pasado que también escuchará las palabras del Dr. Fernández.

Al Presidente Balaguer le recomendaron desde el litoral militar, en 1978, que no acudiera a la Asamblea Nacional, a la jura del Presidente de la República, Antonio Guzmán. Los servicios de inteligencia obtuvieron información de que el discurso del nuevo mandatario sería sumamente crítico para su persona y su obra de gobierno. Salíamos de su casa, y en el sendero de tochos de barro hacia la parte principal de la vivienda, se detuvo a acariciar a sus perros.

Ya le faltaba visión, y el cuidador de los dos ejemplares de pastor alemán acercó las testas de éstos a su mano derecha, que ya balanceaba. Balaguer se volvió ligeramente hacia el jefe militar que le transmitía el informe, y lo aconsejaba. Y dijo:

-¿Y…?

Fue una pregunta. Fue una respuesta. Fue un prolongado comentario pronunciado sin palabras. Fue el testimonio de que un hombre de Estado se encuentra por encima de las simplezas.

El 16 de agosto de 1978 escuchó a don Antonio. Con el andar del tiempo, como he contado otras veces, se apagaron las emociones vividas por ambos, durante el interregno hacia la toma de posesión y dicho acto. Y a través de interpósitas personas fragüaron una amistad que determinó en Balaguer asumir la defensa moral de la familia del mandatario, tras la desaparición de éste.

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