Trasplantes de pulmón
Cuando el tiempo vale más que oro

<STRONG>Trasplantes de pulmón<BR></STRONG>Cuando el tiempo vale más que oro

POR DR. FRANCISCO ALVAREZ AQUINO
La bala penetró limpiamente a través de la frente de la joven, destrozando el cerebro a su paso antes de alojarse en la región occipital del cráneo. Dos días después la familia, ante la certeza del desenlace final de la tragedia, aceptó donar los órganos de la paciente para ser trasplantado a otras personas.

Con este simple permiso se puso a funcionar los engranajes de una maquinaria extraordinaria llamada Red Unida para Trasplantes de Órganos (UNOS, por sus siglas en inglés).

Inmediatamente técnicos especializados llegaron al hospital y recogieron todos los datos necesarios para iniciar el proceso de evaluar, obtener y transportar los órganos a los donantes apropiados, cuya información había sido cuidadosamente almacenada y mantenida al día en las computadoras del UNOS. Pronto empezaría a sonar una docena de teléfonos alrededor de la región central de los Estados Unidos. El mío sonó a eso de la 1:30 de la mañana:

– Hola doctor Álvarez, soy Steve, del servicio de trasplante…

En un acto puramente reflejo en respuesta a la voz conocida de Steve, mi mano empezó a buscar a tientas la pequeña computadora de bolsillo donde guardo la información de nuestros pacientes en lista de espera. Mientras buscaba la lista escuchaba la historia de la donante. Una joven de 25 años, con historia de abuso de drogas, baleada en un club de no muy buena reputación.

Odio estas llamadas porque me provocan mucha ansiedad. En unos cuantos minutos debo tomar una decisión que obligará a la sociedad a desembolsar cientos de miles de dólares; voy a cambiar radicalmente (para bien o para mal) la vida de un paciente y sus seres queridos; y, posiblemente, esté condenando al siguiente paciente en la lista a morir antes de recibir su trasplante. A veces la decisión es fácil. La mayoría de los pacientes en coma aspiran contenido del estómago en los pulmones y los torna inservibles para el trasplante. El problema surge cuando son órganos “aceptables” para ser implantados en un paciente estable. No importa lo que decida, siempre me atormenta la decisión durante varios días.

– Cuál de nuestros pacientes recibirá el pulmón? pregunté.

– Es para CK.

El poco sueño que me quedaba se esfumó totalmente. CK era la consentida de nuestro servicio. Menuda, con un humor radiante y un espíritu indomable, era una heroína para sus alumnos de escuela para niños con problemas de aprendizaje. Me acordé del día de nuestra primera entrevista. Generalmente esta es una experiencia traumática para el paciente. La mayoría de las personas no quiere aceptar el hecho de que necesitarán un trasplante y, para colmo de males, se enteran el mismo día de que tendrán que esperar su turno en la lista (puede tomar más de dos años), y de que, contrario a otros trasplantes como el de riñón, el pronóstico de un trasplante de pulmón es reservado: la mitad ha muerto cinco años después del trasplante. Aunque resalto el hecho de que muchos pacientes pueden vivir una vida relativamente normal, les digo sin tapujos que hay que pagar un precio siguiendo un régimen disciplinado que incluirá numerosas pruebas invasivas para mantener el órgano libre de un rechazo. Al final de la entrevista los pacientes por lo menos tendrán la seguridad de que a lo largo de nuestra relación les hablaré la verdad sin adornos, tanto en las buenas como en las malas.

Luego viene la espera. Es un período terrible, sobre todo para los pacientes terminales que cada día sienten que la vida se les escapa, sin saber si algún día recibirán la llamada de la esperanza. Aquí es cuando nos encariñamos con los pacientes y llegamos a conocerlos mejor que sus propios seres queridos. Los hay estoicos y quejosos, chistosos y amargados, pero todos invariablemente muestran un tremendo valor ante su infortunio que me hacen sentir culpable cuando me quejo de los problemas cotidianos que me agobian. En este estado estaba CK cuando la llamé esa noche. Le expliqué que la donante era adicta a drogas y seguramente tenía un estilo de vida que dejaba mucho que desear, aunque las pruebas para SIDA y hepatitis eran negativas. Escuché una carcajada y la respuesta de CK no me sorprendió: “Es la clase de pulmón que necesito” me dijo.

Aquí comienza la carrera contra el tiempo. Un pulmón que pasa más de cuatro horas fuera del cuerpo tiene mayor posibilidad de complicaciones potencialmente fatales. Así, mientras un equipo de cirujanos viajaba a rescatar el órgano del donante, otro empezaba a preparar a CK en la sala de operaciones. El espectáculo de media docena de cirujanos rodeando el cuerpo aún con vida del donante, listos para tomar cada uno su órgano correspondiente, me recuerda las escenas del canal Discovery donde, los buitres devoran el cuerpo inerte del infortunado animal. Mientras examino los pulmones con el broncoscopio no puedo evitar mirar el rostro del donante e imaginarme el dolor que debe haber causado su partida a destiempo, mientras, suprema ironía, en ese mismo instante otras personas sonríen nerviosamente ante sus familiares en la víspera de volver a disfrutar de la salud perdida.

Una vez comprobaba la calidad del pulmón, los cirujanos en nuestro hospital comienza la operación para preparar al paciente. El pulmón es transportado en una ponchera de metal abollada que no se diferencia en nada de las que aparecen en los patios de cualquier casa de nuestro país. Si todo se coordina bien para cuando el pulmón llega a su destino, ya el paciente está listo para recibir el órgano. Toda esta maniobra requiere de una combinación de habilidad y buena suerte para que todo salga bien.

Luego comienza la operación de trasplante propiamente dicha. Casi siempre surge algún problema inesperado.

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