Recientemente surgió el debate en las redes sociales sobre el matrimonio con declaraciones de legisladores que legitiman las prácticas de abuso sexual en su interior.
La presencia de matrimonios con prácticas violatorias de derechos o fruto de una violación de derechos en nuestra sociedad tiende a invisibilizarse. Existe una frontera frágil entre matrimonio y abuso, así como múltiples prácticas matrimoniales donde mujeres y/o niñas son vendidas como objeto desde prácticas de trata con fines de matrimonio forzoso o servil.
Estudios sobre la trata en nuestro país (Vargas y Maldonado 2018) (Vargas/INM RD 2019) presentan distintas modalidades con víctimas de ambos sexos (aunque en su mayoría mujeres) y diferentes edades. Así encontramos trata para: explotación sexual, trabajo forzoso, matrimonio “honrado” y “servil” – “forzado”, inserción en redes delictivas, mendicidad y servidumbre doméstica.
El uso del matrimonio como mecanismo de esclavización de las adolescentes y mujeres se muestra en dos perspectivas.
Una perspectiva que es el matrimonio como la “honra” para las mujeres y adolescentes en trabajo sexual pero que se convierte en explotación y compra de las mismas, y la otra perspectiva que es el matrimonio servil-forzado en el que encontramos casos de mujeres que en su adolescencia fueron vendidas a hombres adultos por familiares y el caso de adolescentes que son sobrevivientes de violación-abuso sexual pero que su familia las obliga a casarse o ellas entienden que tienen que casarse porque “ya son mujeres”.
Estas formas de matrimonio están sustentadas en las representaciones presentes en la cultura popular en la que se supone que la niña o adolescente que tiene relaciones sexuales deja de ser niña y adolescente para convertirse en mujer independientemente de su edad (Vargas 1998).
Por lo que a pesar de que sufra una violación sexual el hombre o joven debe asumir la responsabilidad económica de ella porque “vivió” con ella. Esta práctica de expulsión del hogar hacia la niña-adolescente que sea activa sexualmente es parte de la visión machista que niega los derechos sexuales y reproductivos al sexo femenino y establece la propiedad del hombre sobre la mujer o adolescente con quien tuvo sexo.
El matrimonio puede ser un canal para la venta de niñas, adolescentes y mujeres en las que familiares, amistades, parejas o dueños de negocios se lucran con la misma.
Romper con la trata supone el quiebre con un imaginario cultural en el que se normaliza el ejercicio de violencia presente tanto en la familia, como en las relaciones de pareja, amistad y espacios laborales. Los vínculos afectivos dan permiso para violar derechos y convertir las mujeres en objetos para transacciones económicas.