Tratando de hacer cuadrar un triángulo de intereses

Tratando de hacer cuadrar un triángulo de intereses

BATH, Inglaterra.- Al hablar en Berlín recientemente, Brent Scowcroft, el ex asesor de seguridad nacional de Estados Unidos, dijo que las relaciones transatlánticas eran las peores que podía recordar, y que éste mismo era el problema de seguridad más grave de la era. Evidentemente se refería a las consecuencias de la guerra de Irak, a la que se opusieron, como mostraron los sondeos, casi todos los países de Europa.

Sin embargo, mucho ntes de la crisis en Irak, el conflicto palestino-israelí ya estaba dividiendo a Estados Unidos y Europa. A través de los años, si se ha seguido ese conflicto a través de los medios europeos y estadounidenses, se podía haber percibido que se seguían dos historias completamente diferentes.

Esta semana, los primeros ministros británico e israelí, Tony Blair y Ariel Sharon, visitarán Estados Unidos. Sus reuniones separadas con el Presidente George W. Bush destacarán lo que se ha convertido en una relación triangular agudamente difícil entre Estados Unidos, Europa y Oriente Medio.

Para Blair la coincidencia de las dos visitas es dolorosa. La extendida hostilidad europea, no menos británica, a la guerra en Irak ha sido empeorada por lo que Europa considera como el apoyo estadounidense incondicional a Israel, y en el caso de Blair, por algo más. Una de las justificaciones de Blair para apoyar a Estados Unidos en Irak fue su creencia en que retendría fuerte influencia con Washington. Pero casi no hay signos de que tenga algún peso con Bush en lo que concierne a Israel.

Detrás de la concordia pública que podemos esperar en la reunión de Blair con Bush, hay una creciente tensión. Como Jack Straw, canciller británico, dijo casi innecesariamente el viernes, las amenazas enfrentadas por la coalición en Irak ahora son más serias que en cualquier momento del último año. La difícil asociación es personificada por Sir Jeremy Greenstock, el saliente representante británico en Irak, quien no guardó en secreto su regreso a Londres en su desesperación ante lo que el principal funcionario estadounidense en Bagdad, L. Paul Bremer, estaba haciendo, o no haciendo.

Parte del problema de Blair es obvio. El gobierno de Bush no tuvo un gran bloque de legisladores opuestos a la guerra desde el principio. Blair sí, y ahora nada contra una corriente cada vez más fuerte de la opinión pública, parlamentaria y mediática.

Un columnista de The Times de Londres, un anterior miembro conservador del Parlamento, ha visitado Irak y preguntado coloquialmente en el periódico: «¿Qué —- estamos haciendo ahí¿» Otro redactor, Simon Jenkins, insistió en una columna en que cuando Blair se reúna con el presidente estadounidense «debería pedir al señor Bush que se retiren completamente en junio».

Sobre el conflicto en Israel, la división transatlántica es muy profunda, con Europa simpatizando mucho más, y Estados Unidos mucho menos, con la causa palestina. Y la disputa es agravada por la recriminación mutua.

Las acusaciones estadounidenses más corteses sostienen que los europeos han estado demasiado preocupados por el sentimiento árabe o musulmán. Menos cortésmente, se sugiere que Europa tiene miedo del terrorismo islámico. Por otro lado, los europeos ven a Estados Unidos -especialmente en su año de elección presidencial- como peligrosamente tímido cuando se trata de ofender a Israel de cualquier manera.

Hay evidencia para todas estas acusaciones. Un reciente informe de la Unión Europea sobre el antisemitismo en Europa responsabilizó de la creciente ola de violencia contra los judíos a «jovenes europeos blancos insatisfechos», una conclusión que no tomó en cuenta la evidencia mucho más firme, aunque políticamente inconveniente, de que en su mayor parte es obra de jóvenes musulmanes.

Por otro lado, Washington no se unió a las fuertes condenas europeas a Israel por el asesinato del jeque Ahmed Yassin, y vetó una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU hostil hacia Israel. Y Sharon ha dicho al periódico israelí Maariv que espera que el gobierno de Bush «no critique» el muro de seguridad que está construyendo el cual ha provocado fuertes críticas en Europa.

Todo esto representa un cambio histórico. La opinión pública británica hoy es ampliamente hostil a Israel. Sin embargo, en los años 50 Gran Bretaña, junto con el resto de Europa, a menudo era amistosa hacia el nuevo Estado judío, y Estados Unidos a menudo era indiferente.

Durante sus primeros años, Israel trató de seguir una línea de «no identificación», o neutralidad, entre Oeste y Este. Durante casi tres décadas de régimen laboristas, fue la sociedad más colectivizada fuera del mundo comunista, y al menos hasta los años 60, el país era muy admirado por la izquierda europea como un modelo de socialismo democrático.

En 1956, los socialistas franceses (así como los conservadores británicos) se combinaron con el gobierno laborista en Tel Aviv para emprender la aventura de Suez contra los egipcios. Un gobierno republicano en Washington les jaló el tapete a los conspiradores.

El cambio en la política estadounidense vino con el gobierno de John F. Kennedy y se fortaleció en 1967. En Estados Unidos, Israel era admirado por su victoria ese año. Pero en Europa, la guerra de 1967 dio inicio a la percepción de Israel como un conquistador y ocupante. Así sigue siendo.

Por esa razón, el asunto palestino es muy delicado para Blair. El líder británico deliberadamente entretejió las cuestiones de Irak y Tierra Santa cuando estaba convenciendo de la guerra a sus renuentes seguidores.

Al hablar en la conferencia del Partido Laborista en el otoño del 2001, Blair invocó a «quienes viven necesitados desde los desiertos del norte de Africa hasta las barriadas de Gaza y las zonas montañosas de Afganistán, ellos, también, son nuestra causa».

Su mención a Gaza era inequívoca, y a principios del año pasado la repitió, convenciendo a su partido de que, después de la victoria en Irak, el «mapa de ruta» palestino-israelí estaría en marcha de nuevo.

Nada de eso ha pasado, y bastantes personas británicas ahora sospechan que Blair fue utilizado por Washington. Parte de la hostilidad europea hacia Israel pudiera ser injusta, pero incluso los europeos que son de mentalidad abierta sobre el tema se preguntan si, en una demostración de fuerza, Bush haría alguna vez algo que Blair pidiera contra la fuerte oposición de Sharon.

En un giro final en esa relación triangular, incluso los europeos que no tienen ilusiones sobre el extremismo islámico creen que el apoyo estadounidense no crítica a Israel entorpece la batalla contra el terrorismo alienando a los árabes y al mundo musulmán. Blair y Bush tienen mucho de que hablar más allá de la violencia más reciente en Bagdad y Fallujah.

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