Trauma en la niñez

Trauma en la niñez

Lo primero a considerar cuando hablamos de trauma en la niñez es que el trauma se debe analizar siempre en el contexto de la familia y en el grado de desarrollo de cada niño en particular. Lo que es traumático para un niño puede ser nada más que una mala experiencia para otro, y lo que es traumatizante a una edad puede no serlo en otra. También debemos tomar en cuenta que, a veces, el evento estresante puede contribuir a una mejor capacidad para enfrentar eventos traumáticos futuros.

Los elementos de juicio que nos guían para ayudar a niños que han sufrido trauma emocional son los siguientes: constitución, temperamento, defensas, sensibilidad, fase de desarrollo, apegamiento, comprensión y la reacción de padres y familiares. La manera en que un padre o un adulto reacciona ante un niño después de un acontecimiento traumático hace la diferencia en cuan rápido se recupere un niño.

El evento traumático puede ser único, como un accidente de trencitos o repetitivo, como el incesto. El trauma puede resultar de casos en que el niño estuvo físicamente envuelto, como en los ejemplos anteriores o puede resultar de situaciones en las que el niño está involucrado solamente de una manera psicológica, por ejemplo, cuando es testigo ocular de un accidente, crimen o desastre.

La amenaza verbal a la integridad física del niño, aunque nunca se lleve a cabo, es altamente traumatizante. Igualmente los casos de palabras que pueden revelar una intención erótica de parte de un adulto.

Uno de los aspectos más poderosos de un trauma es la pérdida súbita de la visión que el niño tenía del mundo y de la familia como lugar seguro y predecible. A los niños se les hace difícil comprender la muerte repentina, sin vejez ni enfermedad, así como el hecho de que hay eventos más poderosos frente a los cuales sus padres y la comunidad son impotentes.

Entre los cambios de conducta que experimenta un niño víctima de agresión, el más frecuente es la regresión, o sea, el regreso del niño a una fase de funcionamiento que ya había superado, como volver a chuparse el dedo u orinarse en la cama. En la mayoría de los casos que se ven en la consulta los padres se quejan de que el niño se ha vuelto «añoñado», irritable, apegado a la madre y que no quiere dormir solo o con la luz apagada.

Niños mayores que ya habían adquirido cierto grado de independencia, después del evento traumático no quieren salir y presentan problemas del sueño o quejas psicosomáticas, como dolor de cabeza o de estómago. Muchas veces la maestra nota que el alumno tiene dificultades en la concentración y que pasa los días «perdido» con la mente en otro mundo.

Algunos niños se vuelven agresivos hacia sus hermanos o amigos y otros juegan de una manera más compulsiva, reviviendo en el juego las circunstancias del trauma. Hemos observado en la actividad clínica que los niños que han estado en accidentes juegan repetidamente a chocar carritos o a chocar cualquier objeto que puedan utilizar.

Teniendo en cuenta que el mundo y la rutina del niño han sido violentados y repentinamente destruidos, es importante mantener los hábitos de la familia lo más constante que se pueda, como las horas de comida y de acostarse. Esto establece cierto grado de predictibilidad y control. Es también importante el control de los medios de comunicación, como la televisión y la radio, pues las noticias repetidas del desastre o accidente refuerzan los efectos del evento traumático. La familia debe aceptar por cierto tiempo las demandas especiales: el niño quiere estar más tiempo con la madre, quiere que lo abracen más o desea dormir con la luz encendida.

Las explicaciones sobre el evento traumático deben ser simples y dirigidas hacia lo que el niño quiere saber. Dar mucha explicación o dar una explicación confusa, agrava la ansiedad del niño. Hay niños que se echan la culpa de lo que ha sucedido, sobre todo si otro miembro de la familia resulta lesionado. Debemos preguntarle al niño si él cree esto, para asegurarle que él no es responsable de los acontecimientos y aclararle que él también es una víctima.

En general, la idea es hacer que el niño recobre, hasta cierto punto, la seguridad y control que tenía antes del evento adverso. Es imposible olvidar el suceso traumático, pero puede ser usado para reforzar las defensas emocionales del niño. Si en el hogar se manejan bien las cosas y, de ser posible, el niño recibe psicoterapia, los efectos de la situación traumatizante logran ser superados.

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