Tremendismo verbal, cultura de intolerancia

Tremendismo verbal, cultura de intolerancia

CÉSAR PÉREZ

El tremendismo verbal es parte de la cultura dominicana, es una ineficaz forma de discutir, comunicar ideas o propósitos excesivamente usada, tanto por singulares personas como por instituciones o de quienes hablan en nombre de estas.

De esto, en su forma y contenido, constituye un ejemplo la desacertada declaración del director de la Policía Nacional, relativas al requisito que pretendía imponer en esa institución a los aspirantes a ser parte de sus efectivos. Esa afirmación, es también una manifestación, entre otros lastres, del ancestral conservadurismo que heredamos del periodo colonial.

La lectura de esa desacertada declaración, afortunadamente corregida, no puede hacerse solo como expresión de una idea solo suya y de sectores de la derecha dominicana sobre el significado de la familia y del papel de la mujer en la época moderna, sino como manifestación de una concepción del orden social, basado en los pilares del conservadurismo ideológico, político y social de ese abanico de sectores sociales que configuran esa corriente política.

Aunque de otra forma, de la intolerancia, del tremendismo verbal, del atraso y de la libertad de expresión tampoco son ajenos algunos sectores autoproclamados “progres”, independientemente de su reconocida lucha contra diversas formas de injusticia social.

En efecto, la intolerancia constituye un subproducto perverso de nuestro pasado colonial, preservado y elevado a sus más sutiles y brutales manifestaciones por los grupos y clases sociales que asumieron el control del país en lugar de los colonialistas.

El conservadurismo va de la mano del elitismo, de la idea del supremacismo clasista que determina que algunos se crean con derecho al monopolio exclusivo del poder, que defienden y mantienen ora con violencia bruta, ora con eficaces sutilezas para mantener a raya al disidente. En las discusiones con quien perciben perteneciente a los “diferentes”, al adversario, el recurso a las descalificaciones personales es su norma, su norte, jamás escuchan/leen los argumentos, del adversario. No lo reconocen como tales, sino como enemigos.

Esa actitud, que recuerda el Gran Inquisidor de Dostoyevski, era la del anterior cardenal dominicano cuando intentaba, generalmente con éxito, imponer sus puntos de vista a la clase política y ahora, de quien, queriendo ese puesto, se ha batido, también con éxito, para imponer un Código Penal sin las tres causales a la mayoría de los actuales legisladores.

En esa cruzada, ha encontrado como compañeros de viaje a sectores ultraconservadores de la actual mayoría en el poder y del protestantismo.

El tremendismo verbal es una ineficaz forma de discutir

La intolerancia es un subproducto perverso de nuestro pasado colonial

El conservadurismo va de la mano del elitismo

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