Trenzar el pasado, el presente y el porvenir

Trenzar el pasado, el presente y el porvenir

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
En el capítulo tercero de El retorno de la antigüedad Kaplan se ve obligado a reconocer que «el mundo antiguo era distinto al nuestro». Como es obvio, la población y las costumbres y las técnicas de hoy son otras. No será del todo inútil decir que cada época tiene un carácter o perfil que la distingue. El empeño que ponen los historiadores en elaborar la «periodificación» de los tiempos es completamente justificado.

En primer lugar, por razones prácticas de estudio: es inexcusable fragmentar o dividir los objetos a investigar. Además, las vidas de los hombres y de las sociedades se deslizan por cauces jurídicos, económicos, técnicos, que varían casi tanto como las «edades geológicas», si se nos permite una exagerada analogía.

Ahora bien, eso no invalida el aserto general de que la historia humana, en su conjunto, es un continuo congruente o concatenado. Un hecho sale de otro, como de una madre; y el pasado influye en lo presente y condiciona a veces lo porvenir.

Ese tercer capítulo, dedicado al historiador romano Tito Livio y a la guerra contra los cartagineses, sirve al autor para destacar la importancia social del patriotismo. La presencia o la ausencia de aglutinantes colectivos significa, en tiempos de crisis, la diferencia entre victoria o derrota. «El ejército cartaginés estaba formado por mercenarios que hablaban distintas lenguas, con los que Aníbal solo podía comunicarse mediante intérpretes. La falta de un objetivo común contribuyó a la derrota de Cartago». Al cerrar él ultimo párrafo de este pasaje, Kaplan parece beber un trago de licor en el vaso ritual de la epopeya: «Dentro de unos milenios (…) las generaciones futuras serán inspiradas por nuestros triunfos sobre el fascismo y el comunismo, tal como Tito Livio nos inspira con su relato de la victoria de Roma sobre Cartago».

En el capítulo cuarto Kaplan retoma al lado bélico de la política. Esta sección se titula Sun Tzu y Tucídides: esto es, el mítico militar chino y el minucioso cronista de Historia de la guerra del Peloponeso. Comienza con una cita del general prusiano Karl Von Clausewitz. «Una crisis exterior, como la guerra, es el campo de la incertidumbre (…) oculta en la niebla de una incertidumbre mayor o menor», afirma el famoso hombre de armas y teórico de la guerra. Entonces nos dice Kaplan: «y en esa niebla de incertidumbre, una inteligencia amplia «es llamada a sondear la verdad con criterio instintivo. Dos asuntos que solo podemos pensar con oposiciones: que exista una inteligencia «estrecha» y un criterio puramente «racional». El Presidente Reagan, en cuyo gobierno se dio fin a la Guerra Fría, ha sido clasificado undécimo de una lista de 41 presidentes, atendiendo al «desempeño general de sus funciones». La encuesta sobre los presidentes norteamericanos abarcó a 58 historiadores. Menciona también a Truman como otro presidente notable que carecía de «pretensiones intelectuales». Truman se atrevió a ordenar el lanzamiento de bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.

Este capítulo, que arranca con militares «instintivos» y presidentes no intelectuales, concluye en observaciones heterodoxas sobre las libertades publicas y los objetivos básicos de los estados organizados. Kaplan hace suya una máxima de Sun Tzu: «Las grandes obras no atienden a escrúpulos insignificantes, la virtud abundante no se preocupa por sutilezas». A renglón seguido, añade: «Los espías se asocian por necesidad con gente sórdida e inmoral. Si uno quiere infiltrarse en los cárteles colombianos de la droga debe tener libertad para reclutar secuaces. La gente honrada simplemente no tendrá credibilidad en esa cultura criminal». El interés propio, según Tucidides, da origen al esfuerzo». Kaplan se apoya en este punto sobre una monografía, aun inédita, titulada: La naturaleza humana en Tucídides. Parece que tanto Kaplan como la autora de la monografía, la señora Bakolas, estiman que «el concepto de equilibrio de poder accedió al pensamiento político a través de Tucidides».

Ya hemos transcrito la afirmación de Kaplan: «Tucidides introdujo el pragmatismo en el discurso político». No es posible clasificar los estados en buenos y malos. Unas veces actúan bien y otras mal; «navegan sin fin en busca de provecho. Es por ello que la expresión «Estado granuja», aunque ocasionalmente apropiado, puede revelar las ilusiones de quien la utiliza, por cuanto juzga equivocadamente la naturaleza de los propios estados». Kaplan cita a continuación a un escritor que no conocemos: David Gress, quien ha publicado un libro De Platón a la OTAN: la idea de Occidente y sus opositores. A juicio de Gress la libertad se desarrolló en Occidente principalmente porque servia al interés del poder. Antes de entrar en La virtud maquiavélica – capitulo quinto – , Kaplan escribe: «El liberalismo basado en la historia reconoce que la libertad no emana de la reflexión abstracta ni de la moral, sino de las decisiones políticas difíciles que toman los gobernantes actuando en interés propio». Tenemos, pues, «lo instintivo», en la guerra y en la política; que las grandes obras colectivas excluyen «escrúpulos insignificantes»; los espías han de ser por fuerza «sórdidos e inmorales»; la gente honrada no cuenta; Tucidides es realista y pragmático y no se hizo ilusiones acerca de la «naturaleza humana»; no hay «Estado granuja», ya que todos los estados «van en busca de provecho»; la libertad solo existe cuando sirve al poder y se mantiene por razones de «equilibrio político».

Es curioso que el libro de Kaplan desemboque en la figura de Tiberio, emperador romano sucesor de Augusto, en cuyo reinado ocurrió la ejecución de Jesús de Nazareth. Es fama que el temperamento de Tiberio le llevó a crueldades extremas. Así lo consigna Suetonio en su Vida de los doce Césares. Cuando murió este gobernante el pueblo gritaba: «Tiberio al Tiber». Tiberio ni siquiera acudió al lecho de muerte de su madre, que tuvo que ser cremada cuando empezaba a descomponerse. Se retiró a la isla de Capri y abandonó completamente los asuntos de Estado a los azares de los acontecimientos. Se entregó entonces a todas las perversiones sexuales en Capri, hasta el punto de que le llamaran «asqueroso caprino». No construyó obras notables, ni ensancho el imperio; y su crueldad superlativa podría calificarse cómodamente de insania. Sin embargo, Kaplan dice: «En lo que se refiere a sus puntos fuertes puede constituir un modelo excelente». En su «Bibliografía escogida» no aparece Suetonio. Así como la dureza y crueldad de César Borgia sirvió de estimulo a Maquiavelo para redactar El Príncipe, tal vez la imagen esfuminada de Tiberio haya empujado a Kaplan a escribir El retorno de la antigüedad.

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