Trenzar el pasado, el presente y el porvenir

Trenzar el pasado, el presente y el porvenir

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
En los últimos artículos de esta serie he mencionado a varios ciudadanos norteamericanos, nacidos en Europa, que se han distinguido por sus notables contribuciones políticas a favor del país de adopción. Estos casos conciernen a personas que recibieron educación superior en las naciones de donde proceden o en los Estados Unidos. La adhesión de esos adultos cultivados a su nueva patria es incuestionable. También hemos hecho referencias a los hijos de emigrantes pobres y con poca educación, norteamericanos de primera generación, que se sienten totalmente integrados a la sociedad de los EUA.

La adscripción o la «pertenencia» de estos jóvenes al mundo norteamericano esta fuera de dudas. Tanto los viejos como los jóvenes, los nacidos fuera como los nacidos dentro, son sentimentalmente y emocionalmente norteamericanos.

No es que «disfruten» –jurídicamente– de la ciudadanía norteamericana, o que hayan optado por ella solo por motivos prácticos. Esos motivos prácticos existen en la mayoría de los casos –ventajas legales, profesionales, laborales, sociales, económicas– . La aceptación plena, por parte de tantos individuos, del estilo de vida norteamericano, obedece al amplísimo conjunto de factores históricos que componen la «vida civil» de los Estados Unidos.

José Ortega y Gasset dictó, entre 1948 y 1949, un curso de doce lecciones acerca de las teorías que Arnold Toynbee desarrolló en su monumental Estudio de la historia. En la lección séptima nos dice Ortega: «Llamo, pues, formalmente riqueza o enriquecimiento al hecho de que el hombre se halle ante posibilidades de vida superabundantes en comparación con las que tenia antes, y le doy este nombre de que acaso algún día les exponga la historia, ya que tiene un complicado pero enormemente sugestivo desarrollo etimológico y lingüístico, que se puede resumir, en definitiva, en que el sentido propio y primario de «riqueza» no se refiere a lo económico, sino precisamente a la riqueza de la vida total. El sentido económico es secundario y derivado. Vaya esto dirigido a los amables economistas que me están escuchando». Ortega lo explicaba a propósito de la evolución colectiva del imperio romano y del incremento de posibilidades para una población, cada vez mas grande de militares, agricultores y comerciantes.

Los emigrantes que formaron a los Estados Unidos durante los siglos XVIII y XIX experimentaron nuevas formas de vida, de trabajo, asociación y producción. El conde Alexis de Tocqueville, el celebrado autor de La democracia en América, fue un agudo observador de las particularidades de la sociedad norteamericana. Por ser un europeo «de familia aristocrática» y hombre de mentalidad post-revolucionaria, pudo captar asuntos que, ordinariamente, no perciben los propios norteamericanos. «Los ojos de los extraños» a veces logran ver cosas en las que no reparan «los del lugar». Tocqueville publicó la primera parte de su famoso libro en 1835; la segunda apareció en 1840. A lo largo de los diversos apartados de su obra, Tocqueville distingue de continuo entre sociedades democráticas y sociedades aristocráticas. Dice: «Hay dos cosas asombrosas en América, la gran volubilidad del comportamiento de sus gentes y la firmeza singular de ciertos principios (…) Los hombres que viven en sociedades democráticas están siempre cambiando, alterando y reestructurando temas secundarios, pero tienen mucho cuidado de no tocar los fundamentales. Adoran el cambio, pero temen la revolución». (Citado por Seldon S. Wolin, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Princeton).

En la parte segunda del tomo primero, Tocqueville pronostica y explica «por qué las grandes revoluciones llegan a ser raras». Indica que «es muy difícil hacerse escuchar por los hombres que viven en las democracias, cuando no se les habla de ellos mismos. No escuchan las cosas que se les dicen porque están siempre muy preocupados con las cosas que hacen». Y concluye de este modo: «Están perpetuamente en acción, y cada una de sus acciones les absorbe el alma; el fuego que ponen en los negocios les impide inflamarse con las ideas». Fue el historiador inglés Arnold Toynbee quien lanzo a la circulación en el mundillo académico los conceptos de reto y repuesta, como si fuesen sístole y diástole de la acción histórica. El río Nilo resultó un reto para el pueblo egipcio; la agricultura y la geometría fueron la respuesta positiva de esa civilización antigua. De no haber podido «manejar» ese reto vital habrían desaparecido de la historia muchos siglos antes de su real y efectivo colapso. La llamada filosofía de la historia es una disciplina de las humanidades que pretende explicar «el cambio» en las sociedades de cualquier tiempo. «Campo histórico inteligible» es una expresión técnica de Toynbee que significa, aproximadamente, «civilización». Actualmente el profesor Huntington utiliza esa terminología para decirnos que la civilización de los Estados Unidos –una civilización filial, no originaria; pero sí un «campo histórico inteligible»–, está amenazada por un reto nuevo: el reto hispánico. Reto y respuesta (challenge and response) son las categorías históricas que mueven el ritmo cardiaco de las sociedades, sean primitivas o «civilizadas».

Toynbee publicó su Estudio de la historia en tres grupos de volúmenes, en los años 1934, 1939 y 1954. Para estas fechas Toynbee se apoyaba en ideas de Huntington derivadas de su viejo libro Clima y civilización. Cincuenta años después, Huntington cobra el servicio y recurre a las muletas intelectuales de Toynbee. La espada que se usara contra los emigrantes de habla española parecerá una obra de ataujia toledana. Un acero con incrustaciones y dibujos de Rostovtzeff, de Toynbee, de Huntington. Esta arma, adornada y guarnecida con esos tres durísimos metales, sé esta difundiendo a través de Internet. A este respecto, una cita de Tocqueville viene como anillo al dedo: «La democracia no solo hace penetrar la afición a las letras en las clases industriales, sino que introduce el espíritu industrial en el seno de la literatura. En las aristocracias, los lectores son difíciles y poco numerosos; en las democracias, es menos penoso agradarles y su número es prodigioso».

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