Trenzar el pasado, el presente y el porvenir

Trenzar el pasado, el presente y el porvenir

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
¿Cuáles son las líneas generales de la argumentación política e historiológica  de Kaplan? ¿Por cuales canales o rieles ideológicos discurren sus razonamientos? ¿Dónde van a parar sus opiniones? Su libro nos llega precedido de dos epígrafes: el primero de Sun Tzu, estratega militar; el segundo de Nicolás Maquiavelo, fundador de las ciencias políticas en el mundo moderno.  Kaplan ha ordenado cuidadosamente los capítulos de su ensayo, once en total.  A estos debe añadirse el prefacio, ya comentado, que comienza con una cita de Ortega acerca de los errores del pasado y la continuidad esencial del hombre en la historia.

El prefacio puede considerarse tanto una explicación como una justificación de su trabajo.  Explicación  de su estilo y experiencias; justificación de su atrevimiento de ensayista.  “De hecho, en el ensayo que sigue a continuación no dejo de ser periodista: presento un informe sobre los clásicos y las opiniones de estudiosos contemporáneos, integrándolos en un articulo como haría cualquier periodista con el material dispar con que cuenta”.  Sin embargo, “lo que sigue a continuación” no es un articulo sino una serie de ensayos breves, conectados a un ensayo mayor, coherente y articulado.  El escrito de Kaplan tiene una estructura literaria parecida a la de El príncipe, de Maquiavelo.  No está dedicado a Lorenzo de Médicis, desde luego.  Pero en los “Agradecimientos” da las gracias a Francis Fukuyama, catedrático de economía en la Universidad de John Hopkins; a John Gray, catedrático de “pensamiento europeo” en London School of Economics; al director de la revista en la cual colabora regularmente, así como a instituciones, editoriales, fundaciones que han facilitado su labor o financiado sus empresas intelectuales.

Lo primero es que el mundo no es moderno, ni post-moderno, sino un continuo tridimensional, como el espacio en la física de hace setenta años.  Este capitulo, titulado No existe un mundo “moderno”, abre un itinerario, con varias estaciones, que parte de las estadísticas de los muertos en China durante el gobierno de Mao Tse Tung: 35 millones; a los cuales añade los muertos bajo el dominio soviético en Rusia: 62 millones; y las bajas producidas por el régimen nazi: 21 millones.   Estas cifras espantosas son resultado de “movimientos populistas”, de “ideales utópicos que vieron su fuerza amplificada por las nuevas tecnologías”.  El siglo XX, según piensa Kaplan, tal vez “sea un  mal consejero para el XXI, pero solo los necios lo dejarían de lado, sobre todo porque ahora los movimientos populistas impregnan el mundo, provocando desorden y exigiendo una transformación política y económica”.

En la estación intermedia del capitulo Kaplan señala, en una nota: “la renta per cápita aumenta como promedio mundial un 0.8% al año, pero en más de cien países ha disminuido desde 1985.  También lo ha hecho el consumo individual en más de sesenta países”.  En este paso de su argumentación Kaplan rechaza la opinión generalizada de que la agitación –étnica, religiosa, sindical– se debe a la opresión política.  Siendo la verdad lo contrario:  es “la libertad política lo que ha desencadenado a menudo la violencia que las sociedades liberales aborrecen”.  Antes de cerrar el capitulo Kaplan nos advierte: “no hay nada más voluble y más necesitado de una dirección disciplinada e ilustrada que las vastas poblaciones de obreros mal pagados, subempleados y deficientemente educados que están divididos en étnias y creencias”.  Estas dos últimas palabras podrían traducirse, sin forzar el texto, como “nacionalismos” y “religiones”.  Desde este recodo del camino, Kaplan nos conduce a unas afirmaciones “concluyentes” sobre política adecuada – acertada y práctica -, ejemplificadas con dos personajes históricos: el general norteamericano George Marshall y el primer ministro inglés Winston Churchill.  Del primero – asiduo lector de Tucídides -, nos dice: “El plan Marshall no fue un regalo para Europa sino un esfuerzo para contener la expansión soviética; cuando la necesidad y el interés propio se calculan debidamente, la historia califica ese pensamiento de heroico”.  En conexión con el segundo, comenta: “De hecho, Churchill  –que buscó una alianza con Stalin contra Hitler– había sido siempre él más anticomunista de los contemporizadores”.  Y termina preguntándose ¿Por qué Churchill obró con el ajustado realismo de que no fue capaz Neville Chamberlain?

No es casual el orden de las citas; primero militares, después políticos: Sun Tzu y Maquiavelo, Marshall y Churchill.  El ordenamiento de los capítulos tampoco es casual.  El desorden, la pobreza, el crecimiento demográfico, crean un nuevo desafío.  Para afrontarlo hay que recurrir a estrategas militares y a políticos sagaces.  La virtud militar y la virtud política han de fundirse en una sola gran virtud de poder.  Los imperios no sobreviven sin hombres que encarnen esos valores cimeros e intemporales.  Y ese es, precisamente, el problema principal que aqueja al  mundo actual, no solo a los EUA.  Los valores son intemporales pero las jerarquías de su estimación varían a lo largo del tiempo.  Lo que antes estuvo en primer lugar podría estar ahora en el quinto puesto, aunque siga todavía apreciándose.  El sentimiento nacional ha sufrido – por lo menos – un reajuste; la conciencia del deber ha experimentado una “disminución” colectiva.  El imperativo del deber y el amor a la tierra natal saturaban los corazones y las cabezas de Maquiavelo, de Churchill, de Marshall.   Mientras la pérdida de la moral religiosa debilita hoy el sentido del deber, la globalización del comercio, la integración económica regional, ponen en solfa el concepto de nación.

henriquezcaolo@hotmail.com

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