Tres anécdotas distintas…

Tres anécdotas distintas…

Hubo que ponerle puntos suspensivos porque el título era demasiado largo: Tres anécdotas distintas y una sola explicación verdadera.

 1.- Hace seis o siete años disfrutábamos un fin de semana de las paradisíacas playas que “descubrimos” en los años setenta junto al precursor Frank Rainieri en el extremo este de Punta Cana, cuando aceptamos una invitación de la asociación de hoteleros de la zona para ver los problemas ambientales que les afectaban. Pronto arribamos al “Pequeño Haití”, un increíble caserío levantado justo al lado de una multimillonaria construcción hotelera.

 Se quejaban los empresarios de que las autoridades no acababan de eliminar aquel foco de contaminación ambiental que aparentemente no tenía justificación ni explicación.

La pregunta lógica de un “veterano periodista” cayó como una pedrada: ¿y cómo ustedes permitieron que ese asentamiento llegara hasta nivel de una barriada?

 2.- Aquel almuerzo del Grupo de Comunicaciones Corripio transcurría sobre rieles. Los invitados disertaban alegremente sobre los problemas que causaba al país la descontrolada inmigración de haitianos, que ya cifraban sobre el millón de personas que invadían todos los espacios y hasta lograban documentarse como dominicanos. Uno de ellos, nacionalista puro, hasta sacó una cédula para sostener su afirmación.

 ¿Y cómo consiguió usted esa cédula?  Esta vez lo que goteó como una guanábana madura que se deshace al caer fue la respuesta: porque mi hermano es constructor y muchos de sus obreros son de esos haitianos.

 3.- El grupo pluridisciplinario data de 1977 cuando empezó a reunirse cada semana alentado por los inolvidables Eduardo Latorre y José Turul. Con la persistencia de Rafael Toribio y Frank Castillo ha podido mantenerse con reuniones mensuales para reflexionar sobre la realidad dominicana. Hace unos años, discutiendo sobre la inmigración un reverendo proclamó que “el problema de los haitianos es que odian a los dominicanos”.

 La afirmación sorprendió por provenir de un religioso que había promovido hasta intercambios con sus colegas de Haití y porque no acostumbraba a formulaciones tan categóricas. El ambiente quedó helado cuando él mismo reveló que tenía una cocinera haitiana. Impetuoso como no he podido dejar de ser, le espeté: pero usted está fallando al poner la comida de su casa en manos del enemigo.

 Juro que las tres anécdotas son rigurosamente ciertas, y de ellas hay múltiples testigos, varios de los cuales pueden estar leyendo este intento de artículo. Las tres parecen fruto de la ficción, pero pudieran ser más, por ejemplo si agregamos la de aquel político con finca cafetalera en el Suroeste que disertaba en Teleantillas sobre la progresiva “invasión haitiana”, y le preguntamos qué porcentaje de sus obreros eran de esa nacionalidad. No tuvo más remedio que confesar que por lo menos ocho de cada diez.

En todos los casos hay una misma explicación: hemos incentivado la inmigración masiva de haitianos para beneficiarnos de una mano de obra que es responsable ya no sólo de la caña, sino de todos nuestros principales cultivos y de la construcción, y va disputando los espacios del chiripeo y del trabajo doméstico. Y somos tan cínicos que sostenemos que le pagamos “lo mismo que a los dominicanos”. En algunos casos puede ser cierto, pero los indocumentados trabajan sin horario ni día de descanso, sin derecho a sindicalización ni al menor reclamo para no afrontar el riesgo de que venga “la migra” y los deporte sin sus familiares, bártulos ni salarios pendientes de pago.

El Pequeño Haití de Punta Cana o Bábaro no se creó por obra y gracia del Espíritu Santo, sino porque había que construir hoteles, y como a la mano de obra disponible no se le ofrecía ni una barraca provisional para vivir, se les permitió levantar casuchas en el vecindario, donde criaron hijos y luego defenderían sus espacios. Y lo grande es que seguían allí porque todavía encontraban quien los necesitara.

Estas anécdotas vienen a colación por el planteamiento que formuló aquí esta semana el primer ministro de Haití Jean Max Bellerive, quien proclamó que ahora que se ha reactivado la comisión mixta domínico-haitiana, ha llegado el momento de abordar de manera seria el problema migratorio.

Como estas historias tienen múltiples y filosas aristas, prometo continuar el próximo domingo, si Dios lo permite. Amén.

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