FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
El alcázar de Toledo fue primero una fortaleza levantada por los árabes; ha sido después palacio real en tiempos de Carlos V y Academia Militar de Infantería en la época de Alfonso XIII. El alcázar de Toledo es hoy un museo militar donde se exponen armas, insignias, aperos de guerra, «reliquias» de los protagonistas de acciones bélicas. Los turistas que visitan el alcázar pueden ver sobre unas mesas «representaciones» de muchas batallas decisivas de la historia, en España, en América, en Africa.
Dioramas con soldados en formación permiten saber por cual flanco atacaron las tropas de Bolívar durante la batalla de Boyacá, en 1819; o las incidencias de un enfrentamiento tan antiguo como la batalla de Guadalete, en el año 711, entre el moro Tarik y el legendario rey Rodrigo.
Este viejísimo alcázar, incendiado, demolido por fuego de artillería, ya reconstruido dos veces, se ha convertido en una enorme «instalación» artística e histórica de la Guerra Civil española.
En 1936 en el alcázar se refugiaron muchos civiles y militares que resistieron el asedio de los republicanos. Esos combatientes estuvieron al mando del teniente coronel José Moscardó, a quien se otorgo en 1948 el titulo de conde del Alcázar de Toledo. Moscardó murió en 1956 y esta enterrado en el panteón del alcázar toledano. Todo el alcázar rezuma el dolor del conflicto que dividió y enfrentó a los españoles entre 1936 y 1939.
El odio desatado durante la Guerra Civil española produjo medio millón de muertos, dictadura por treinta y seis años y una herida colectiva que no acaba de cerrar. ¿A causa de cuales injusticias sociales peleaban? ¿En que consistían las diferencias ideológicas que separaban a los españoles de entonces? ¿Cuales eran los problemas políticos y religiosos que los enfrentaban de manera tan atroz? Las explicaciones que he oído pretenden ser claras, precisas, incontestables, fundadas en pruebas documentales de primer rango. Quienes ofrecen esas explicaciones citan sesudos historiadores ingleses, españoles, franceses. Pero las explicaciones «irrefutables» siguen siendo contradictorias, según provengan de unos u otros «herederos» de la Guerra Civil. Lo que les han contado sus padres, o sus maestros, se vuelve «articulo de fe». Las «pasiones del alma», como las llamaba Descartes, son difíciles de comprender.
En España la Guerra Civil no se toca directamente por miedo a una nueva explosión que trastorne otra vez la sociedad entera. Los españoles han alcanzado la paz, las libertades publicas, una prosperidad creciente. Para colmo, forman parte de la Comunidad Económica Europea y de la Unión Monetaria. Ya no están aislados en la Península Ibérica, como ocurrió al terminar la Segunda Guerra Mundial, en medio de la dictadura franquista. El fantasma de la guerra civil tiene una espantosa cabeza peluda que, al producir horror, inclina a la tolerancia democrática, a la preservación de los bienes económicos adquiridos.
Varios países de nuestra región han sufrido guerras civiles. Entre ellos están: Nicaragua, El Salvador, Guatemala. Otras repúblicas americanas soportan guerras civiles latentes, reprimidas «provisionalmente» por efecto de fuerzas coercitivas extranjeras. Haití es un ejemplo próximo y suficientemente conocido. Nada hay más penoso que una guerra civil, pues suele partir en dos la familia, la mesa, la amistad y hasta el amor, que no siempre salta por encima de todas las barreras. La guerras civiles no son como las guerras internacionales: que se ganan o se pierden; las guerras civiles se pierden, inexorablemente, en todos los casos. La economía se disuelve, el trabajo desaparece, la esperanza se evapora. Solo crecen tres matojos detestables: el odio, el rencor y la ira.
Se ha dicho que la guerra es el remedio de aquellas cosas que no tienen remedio. Los conflictos que no encuentran salida van a parar a la guerra, a la guerra internacional o a la guerra civil. Los llamados «problemas gordos» necesitan un cauce, curso o camino; en primer lugar, para ser expresados; luego, para ser dirimidos ante un tribunal, una autoridad o entre los propios interesados. Es esencial que los conflictos tengan «digestión», que la tremenda energía nerviosa que generan pueda derramarse con poco riesgo. De lo contrario, proliferan y florecen los «tres matojos detestables» que menciono mas arriba.
Gracias a Dios -y a los viejos lideres políticos que hemos tenido hasta hace poco- la historia reciente de la República Dominicana solo registra un conato de guerra civil: el de 1965, que fue aplastado por una invasión extranjera. (Juan Bosch sostenía la tesis de que nunca habíamos sufrido verdaderas guerras sociales). La única curación posible para un absceso es que salga afuera el pus. Los callejones sin salida conducen a la acción directa, al terrorismo, a la guerra civil. A los gobernantes toca el deber de repavimentar, todos los días, los ásperos y accidentados caminos de la convivencia; para que la sociedad no tome nunca el desdichado atajo de la guerra civil.