En el caso de indígenas se ha hallado una tasa mayor de suicidios
(Por lo que se vive, también se muere. Y se mata).
En varios países de la región se están ocupando seriamente de analizar más a fondo el problema de la conducta suicida y homicida. La Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Colombia ha estado haciendo muy interesantes aportes al tema.
En el caso de indígenas, y especialmente de aquellos que han tenido que migrar a las ciudades, a habitar en cordones de miseria, en los que prevalece la marginalidad social y la anomia (concepto elaborado por Durheim), se ha encontrando una tasa de suicidio muy superior a la de las poblaciones no indígenas.
Emile Durheim había demostrado tempranamente que el cambio social, la experiencia adaptativa de extranjeros e inmigrantes a una cultura urbana podían ser particularmente desorientadoras y desmoralizantes, en tanto los cambios de patrones conductuales, o lo que es mucho más crítico, la destrucción o anulación de los propios traídos consigo; aumentaban los desórdenes conductuales, y la frecuencia de suicidios y homicidios.
No puede haber una experiencia más desastrosa que la de llegar a “saber” que ni tus dioses ni tus creencias son verdaderas, ni sirven para responder a tus problemas vivenciales. Fenómeno que es también característico de la vida urbana, en general, del mundo actual, más particularmente para niveles pobres y medios.
Muchas poblaciones indígenas en Norte y Suramérica aumentaron enormemente la frecuencia de suicidio; pero también la delincuencia y el alcoholismo. Su incapacidad para asimilar las culturas de los conquistadores europeos, pero igualmente, los estilos y patrones de comportamiento urbanos, complejos, permanentemente cambiantes, en medio de la pobreza y el analfabetismo, ha sido responsable del desastre en la marginalidad y la pobreza extrema.
No hay que ser un genio para entender la tensión que vive un padre de familia pobre en un hogar donde la necesidad de adaptación constante a los modos y modas urbanas de una cultura consumista, ejerce en los subsistemas de relaciones entre marido y mujer, y entre padres e hijos.
Es en extremo perverso, más no ingenuo, intentar resolver estos conflictos y tensiones apelando a fórmulas mágicas de “la abolición del machismo”. Lo que desde luego existe e incluso se expresa de la peor manera en las circunstancias antes descritas.
Roger Veckemans, un brillante jesuita radicado en Chile, desarrolló un aproche teórico-práctico para “entender y resolver” el problema de la marginalidad.
Más, no así, el problema de lo que produce la marginación social, que no es otra cosa, que el empobrecimiento constante de sectores poblacionales obligados a migrar desde el campo, y a refugiarse en el mundo “proto-urbarno” de las periferias de las grandes urbes.
Aún los hijos “semiempobrecidos” de una familia terrateniente que migra a la ciudad tienen serios problemas de adaptación, y ni el marido ni el padre serán jamás los personajes respetados y admirados por sus mujeres e hijos que fueron o aspiran ser, al modo de sus ancestros. Hay decenas de temas y de escenarios de violencia que urgen ser estudiados con mayor seriedad y profesionalidad.