Un momento esencialmente emotivo tuvo lugar antes del inicio del tercer concierto de la Temporada. El maestro José Antonio Molina, director titular de la Orquesta Sinfónica Nacional, reconoció a los directores Julio De Windt y Jacinto Gimbernard, por su labor de muchos años al frente de nuestra primera institución musical. También fue reconocida la legendaria maestra y compositora Aura Marina Del Rosario, declarándola Madre de la Música Dominicana.
Con emotivas palabras los homenajeados agradecieron tan hermoso gesto, De Windt habló también en nombre del maestro Gimbernard, ausente por razones atendibles.
Volver a dirigir la Orquesta de la que fue titular, después de muchos años, es una experiencia gratificante, es llegar a un espacio entrañable del que nunca se ha separado totalmente. Julio de Windt impregnado de esa atmósfera emotiva, inició el programa con la obertura de Los maestros cantores de Nuremberg, ópera de tono festivo de Richard Wagner.
Los característicos y precisos movimientos envolventes de De Wind, su vivacidad, energía, y el cabal conocimiento de la obra, logran una efectiva respuesta del conjunto orquestal; los violines, trompetas y clarinetes inician el tema de los Maestros, luego flauta y oboe introducen el motivo de la Insinuación. La música nos retrae en el tiempo para situarnos en la Alemania medieval de los trovadores, los meistersinger.
El programa continúa con la serenata para cuerdas Op. 48 de Peter I. Tchaikovski, dirigida por Caonex Peguero, quien hubo de sustituir al maestro Gimbernard.
Cada uno de los movimientos de esta pieza fundamental de la música romántica, es expuesto con su particular encanto. El tiempo de vals es una invitación a la danza y el tema ruso del final, una alegría para el espíritu.
La segunda parte. Abrió con el hermosísimo poema sinfónico de Aura Marina del Rosario En un bohío, basado en el cuento homónimo del profesor Juan Bosch. La música narrativa recoge con fidelidad la atmósfera lúgubre de aquella pequeña estancia, El bohío era una miseria. Ya estaba negro de tan viejo. La sensibilidad del autor social, motiva el alma tierna de la compositora. Caonex consigue de la Orquesta expresar la sutileza dramática de cada momento.
El programa continúa con la Suite Macorix del compositor dominicano Bienvenido Bustamante dirigida por Julio De Windt. El vaivén de las olas en su Macorís del mar, el sol en decline, inspiran el bellísimo primer movimiento Atardecer, la placidez de la música produce instantes de relajación. Un nostálgico cello presenta el primer tema del segundo movimiento, luego se incorpora con sutileza la tambora y el rasgar tenue de la güira, hasta devenir en el ritmo evocador de un bolemengue. El baile de los Guloyas es una apoteosis rítmica que encandila al público que baile desde sus asientos y luego puesto de pié, ovaciona repetidamente. De Windt, dominicano y macorisano, domina el concepto de la obra en su totalidad, logrando ensamblar con apropiado ritmo cada detalle, cada frase.
El cierre. El programa concluye con Bolero de Maurice Ravel, dirigido por el maestro titular de la Orquesta Sinfónica Nacional, José Antonio Molina. En un principio Bolero es solo el ritmo fundamental, pianissimo en los tambores; los colores y matices cautivantes y el crescendo avasallante crea un ambiente electrizante. La monotonía temática se convierte en suspenso; la flauta expone la melodía, luego el clarinete, el esquema se repite en otros instrumentos en diferentes tesituras; lentamente sube la tensión, crece la marea, y en desenfreno singular incitado por los frenéticos ritmos de la batería, el magnífico tutti orquestal crea un ambiente orgiástico, sobrevine el fin.
Este cierre de programa fue sencillamente sensacional, sin duda ha sido el mejor Bolero dirigido por Molina, quien junto al crescendo musical incorpora un crescendo corporal, marcando los acentos, pautando la velocidad rítmica, logrando una respuesta precisa de todas las familias orquestales. Nuestra Sinfónica se crece, alcanza un nivel superior.
Pocas veces hemos visto a un público salir tan impresionado, ciertamente la calidad de la música produjo emoción, una especie de catarsis purificadora.