UNO
Hablar de la administración del Estado en la sociedad dominicana es ante todo el advenimiento del absurdo. El Estado dominicano sonríe siempre, está en todas partes y en todos los sitios tiene usufructuarios. El Estado dominicano somos todos, pero eso es lo que siempre olvidamos. Se me ha ocurrido pensar en el Estado espantado por lo que costaría al país unas primarias abiertas. Como quien no quiere las cosas, el presidente de la Junta Central Electoral dice que costaría un poco menos de seis mil millones de pesos; y eso, contando que en el 2020 tendríamos cuatro elecciones, si se imponen las primarias abiertas (equivalentes a unas elecciones generales), el costo de la práctica política en nuestro país es sencillamente demencial. ¿Por qué gastar semejante cantidad de dinero tratando de imponerle a todos los partidos una modalidad de elección de sus candidatos que es antidemocrática, irracional, manipulable, y repudiada por un amplio espectro de la propia clase política, y de las instituciones ciudadanas, y los poderes fácticos de la nación? Simplemente porque históricamente el Estado dominicano es portador de una agresiva y engreída manera de no ser. El Estado dominicano es nuestro crimen y nuestro remordimiento.
DOS
Sobre el Estado dominicano se han encaramado los demagogos y dirigentes de nuestra larga historia de padecimientos históricos. El objetivo ha sido siempre saquearlo, convertirlo en fuente de poder, en creador de riquezas aprovechable en el plano personal, en fuente de acumulación originaria de capital. No es difícil comprender en nuestra desastrosa historia los orígenes de las inesperadas miserias que nos desgarran, el recelo y la dificultad de construir instituciones, las andrajosas posturas de quienes nos han gobernado. El Estado son ellos, ellos son alter ego del Estado. Encarnan su representación ignominiosa. De Santana a Báez, de Báez a Lilís, de Lilís a los Eladio Victoria, De los Eladio Victoria a Mon Cáceres, de Mon Cáceres, a Trujillo, de Trujillo a Balaguer, de Balaguer a Leonel, de Leonel a Hipólito, de Hipólito a Danilo Medina; una historia circular que da asco , que ha prostituido cualquier proyecto de pacto social, propiciando regímenes sustentado en el personalismo y ausente de instituciones que se sitúen por encima de un liderazgo manido, corrupto y corruptor. Si fuéramos un país letrado, si sus “intelectuales” no hubieran renunciado a ser la conciencia crítica de su pueblo, si la moral de algunos “bochistas” no se hubiera viciado por la docilidad del poder, si todos nuestros inexpresados conflictos de pronto se grabaran en la mente de los más humildes, y se hiciera la luz respecto de la felicidad ciudadana que se roban los políticos dominicanos que asaltan el Estado; de seguro que el pueblo los echaría a patadas, de seguro que dejaríamos de ser una sociedad balbuciente y un pueblo enmarañado, y desplegaríamos una gran avidez por dejar de ser lo que somos.
TRES
En el estudio semiótico del Strip-Tease hecho por Roland Barthes, hay una definición lapidaria y genial de ese espectáculo erótico que todos conocemos: “El Strip-Tease desexualiza a la mujer en el mismo momento en que la desnuda”, afirma el gran erudito francés. Y me he estado devanando los sesos leyendo ese estudio de Barthes que aparece en su libro “Mitologías”, del 1957; porque no hay nada más parecido a la política dominicana en este momento que un Strip-Tease. La ambición de Danilo Medina, y su grupo económico, ha obligado a todo el mundo a desnudarse, comenzando por él mismo. Porque, ¿qué otra cosa es la imposición de las primarias abiertas que no sea un Strip-Tease? Poco menos de seis mil millones de pesos del Estado nación en una jugada política que busca propiciar la reelección por cualquier vía, sin que se les mueva un pelo de vergüenza ante las enormes miserias materiales y morales de un país encanallecido hasta el tuétano por sus gobernantes. Él es el Estado. Todas las semanas lo pregona en las visitas sorpresas: Él es el Estado. ¿Qué importan seis mil millones más gastados en unas primarias abiertas que es el disfraz ridículo de la reelección? El tipo se encueró, se despojó pieza a pieza del invisible muro de mala fe con que cubría su ambición. Encueró a Hipólito, encueró al Senado, encueró a todo el país. El iluminado, el imprescindible, el efluvio divino de la mediocridad en el poder, que nada lo sacia.