Tres golpes de pecho

<P>Tres golpes de pecho</P>

POR JOSE BÁEZ GUERRERO
¿Más de lo mismo? ¡Ay no, ombe! Huyamos por la derecha, como aquel león de los muñequitos (nadie malinterprete, no hay puyas al otro león, que me parece seguirá subido en su palo…).  Primero (la ilusión) Quizás algunos lectores recuerden a mi amigo el insigne polígrafo escocés Iñigo Montoya, autor de la portentosa obra “Propinquity of Self”, que tan diversos comentarios ha provocado de los dominicanos que han tenido la dicha de conocerla.

Pues bien, en una postal manuscrita, fechada en Scottsdale, Arizona, el conspícuo científico y filósofo, que tiene prometida una visita a Santo Domingo, me informa que continúa involucrado en sus estudios literario-psicológicos de culturas orientales, con particular énfasis en el Zen y el Tao. Don Iñigo, que siempre posee una capacidad casi infantil para transmitir su disposición al más genuino y sano asombro, me informa que tradujo de un códice chino del siglo VI, de autor desconocido, esto: “La belleza no es un don del reino de la geografía, pues entonces habría que aceptar que la armonía, sin la cual nada es bello ni amable, radica en una dirección fija. Más bien, la belleza es una ilusión que resulta de la suma de experiencias (lo sentido, lo aprendido) que vamos guardando en las alforjas mientras vamos por el camino. Por eso, hay que saber escoger muy bien cada cosa que guardamos en el corazón y la mente. Al final del camino, allí estará nuestro tesoro. Sólo los sabios sabrán que ellos mismos lo llevaron allí, y que no lo encontraron”.  Él a veces se repite a si mismo, como ciertas salidas de sol que son improbablemente reediciones, pero no importa. Compartirlo con ustedes me ha librado del tedio de comentar todo lo otro.

Dos (lo “dinerario”)

Quizás los tesoros verdaderos están en el corazón. Mucha gente de mi generación, nacida a finales de los ’50, si tuvo oportunidad de ir a buenos colegios o estudiar en inglés, seguramente leyó a Ray Bradbury, a Kurt Vonnegut y a J. D. Salinger. No sólo era que sus cuentos y  novelas eran lectura obligada de la secundaria, sino que las cosas que narraban a veces parecía que estaban más cerca del corazón que las cosas que leían los demás. Disfrutábamos también de otras músicas. Uno de los más populares grupos era Fleetwood Mac, cuya popularidad ha sobrevivido varias décadas. Hoy que parecemos ratas en una frenética carrera hacia una meta que a veces ni siquiera sabemos bien cuál es, quiero compartir la breve historia de uno de los músicos originales de esta banda inglesa-norteamericana (cuyo nombre olvidé, pero no importa). Se retiró cuando apenas iniciaban, pero ya tenían varios éxitos. Decía que deseaba una vida nueva sin complicaciones. Uno de los trabajos que buscó fue el de zacatecas, cavando hoyos para sepelios. Cada vez que llegaba un cheque por correo con su participación de los “royalties” de Fleetwood Mac, lo devolvía. No lo quería. Llegó a contratar contables y abogados para que lo dejaran en paz, sin enviarle esos cheques que no deseaba. Fue obligado a ir a un psiquiatra, lo declararon loco, y fue internado en un manicomio. A veces parece que si uno no hace de ganar mucho dinero el centro de su vida, lo creen tan loco como el músico ese de Fleetwood Mac. Quizás, como decían los romanos, justo en el medio está la virtud. 

Y tres (algo práctico)

Salir a comer fuera no es un lujo; muchísimas familias realizan varias comidas fuera del hogar. Abundan establecimientos de “comida rápida”: hamburguesas, sandwiches, pollo frito, pizzas, tacos, pasteles en hoja, frituras criollas; hay de todo. Y en la mayoría de estos restaurantes, usted hace una fila, paga, y recibe su comida en un mostrador o por una ventanilla, hasta sin bajarse del carro. Ningún mozo o camerero le ha atendido, ni le ha servido nada, ni la comida ha tenido las formalidades de un restaurante de verdad, donde no se va sólo a resolver el problema de los alimentos, sino a disfrutar de la tradición iniciada hace siglos en los mesones  europeos, que incluye una mesa bien puesta, y todo un ritual de atenciones. Sin embargo, en casi todos estos establecimientos de comida “rápida”, en la cuenta le clavan un 10% sobre el importe. Y me parece que esto es un robo, porque ese 10% corresponde a la denominada propina “legal”, instituida por el Congreso para favorecer a camareros, mozos y capitanes. ¿Si un comedor carece de mozos, quién se queda con ese 10%? Esta anomalía persiste porque nosotros, los clientes, lo permitimos. Con ayuda del Gobierno, merece corregirse.

j.báez@verizon.net.do

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