Tres ideologías de la Conquista española de México: Sacrificio ritual, idolatría y sodomía

Tres ideologías de la Conquista española de México: Sacrificio ritual, idolatría y sodomía

 Si existe una idea recurrente a lo largo de la “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”, de Bernal Díaz del Castillo, es la condena brutal, sin análisis ni remedio, de los sacrificios humanos y su correlato la antropofagia ritual primero; de la idolatría después y, finalmente, de la sodomía como discurso instrumental usado para justificar la guerra en contra de los aztecas y apoderarse de sus tierras, riquezas y mujeres y destruir su religión y cultura y reemplazarlas por las de la dominación del imperio español.

En boca de Hernán Cortés y todos sus capitanes, en boca de Bernal y los simples soldados como él, en boca de los primeros sacerdotes que acompañaron a esos conquistadores, en boca de los que llegaron a las costas aztecas primero que Cortés, como Francisco Hernández de Córdoba, Juan de Grijalba y Francisco de Garay, o de quienes llegaron después del Malinche, como Pánfilo de Narváez y otros, la consigna ideológica imperante fue apoderarse de las minas de oro, plata y otras riquezas y luego proceder a erradicar los sacrificios humanos y la antropofagia, desbaratarles los falsos ídolos, acabar con la sodomía y destruirles su religión e implantar la del Señor Jesucristo como la única y verdadera religión.

Lo que fue el largo reinado del cristianismo desde el año 322 con Constantino hasta 1519 con el nacimiento de la Reforma de Lutero, aunque significó una escisión para el monopolio de la Iglesia católica en cuanto a poseedora de la tríada unidad-verdad-totalidad en materia de religión-política-economía, vino a significar, desde la creación del Santo Oficio hacia 1480, una verdadera reacción conservadora cuya máxima expresión no solamente será la guerra de religiones en Europa sino también la imposición a fuego y sangre del catolicismo en la América “descubierta” en 1492 y cuyo proceso de conquista se inicia poco después con la ocupación de Cuba y Puerto Rico por Diego Velázquez y Juan Ponce de León.

Cuba será la plataforma para las expediciones anteriores a Cortés y de la de Cortés mismo en 1519. Unas tenían como objetivo comerciar con los nativos de las tierras por descubrir y otras, autorizadas por el monarca de turno, poblar, lo cual significaba guerra de conquista. De las estancias en Santo Domingo y Cuba, Cortés no tuvo conocimiento de lo ocurrido en la iglesia de Wittemberg, como no lo tendrá tampoco entre 1519, fecha de su llegada a México, y 1529, fecha de su primer viaje a España como conquistador del imperio de la triple alianza: México-Texcoco-Technotitlán. No hay una sola mención de Bernal Díaz del Castillo a lo ocurrido en la iglesia de Wittemberg y a lo que sucedió posteriormente: el enfrentamiento entre Lutero y los príncipes alemanes contra los papas de Roma.

El dogmatismo de más de mil doscientos años de dominio absoluto de la Iglesia católica en Occidente con su tríada religión-política-economía, le produjo una amnesia casi total a los intelectuales, escritores, poetas y dramaturgos llamados a ser conciencia crítica de su tiempo y sociedad. Será únicamente en el Siglo de Oro cuando esa conciencia dormida comience tímidamente a despertar (con Cervantes, Lope, Tirso, Quevedo, Mateo Alemán y algunos autores de segunda fila ligados al conceptismo o al culteranismo).

Si en el siglo XVII Sor Juana Inés de la Cruz no quería ruidos con el Santo Oficio, menos lo iban a querer los escritores peninsulares del XVI como Bernal Díaz del Castillo y los demás cronistas que como los frailes Bartolomé de Las Casas y Toribio Motolinía fueron, por la fuerza de las circunstancias, los primeros críticos de la conquista brutal de España en las Indias.

En el punto de los sacrificios humanos, los cronistas indianos como Bernal y los demás, aunque algunos los matizan, no recurren al texto-madre que es la Biblia para recordarnos que, pese a su destierro, quizá entre los siglos VIII y VII antes de Cristo, el padre Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac al dios Javeh. Y que para la misma época, o posiblemente dos siglos antes, en la Grecia antigua, Homero, y cuatro siglos después los grandes trágicos, se hacen eco del sacrifico de Ifigenia en el altar por parte de su padre Agamenón a fin de que la diosa Artemis permitiera que la flota griega pudiera navegar con destino a Troya, pues “con vientos contrarios” (Albin Lesky, p. 352), la retenía.

Estos dos ejemplos sirven para traer al caso el hecho documentado de que los sacrificios humanos con fines rituales han sido siempre específicos de las sociedades que no han alcanzado todavía el estadio en que son capaces de distinguir entre mito e historia. Los aztecas no habían alcanzado ese estadio en 1519; tampoco los griegos cuando marcharon en guerra contra Troya, aunque la oposición de Clitemnestra y Menelao a ese sacrificio indica que ya había una escisión, no así en el campo del reino de Ítaca, ya que “Ulises logrará por medio de la asamblea del ejército obligar a Agamenón a realizar el sacrificio.” (Lesky, p. 353)

En el caso de Abrahán, la sola intervención de Javeh parará el sacrificio. Lo que indica que para la organización tribal que gobernaba el patriarca, nómada en Ur, Babilonia, no existía la distinción entre mito e historia, y que el pobre Isaac estuvo a punto de correr la misma suerte que corrió Ifigenia en Táuride. Y esa suerte de Ifigenia significó, simbólicamente, la destrucción del reino de Argos a la vuelta de la guerra de Troya, pues Clitemnestra se alió a su amante Egisto para matar a Agamenón y quedarse con el reino y repudió a sus hijos, Orestes y Electra, que terminarían matándola para vengar, y a Egisto también, la muerte del padre.

Y como los aztecas no podían, a la llegada de Cortés, distinguir entre mito e historia, estaban, antropológicamente, en el estadio de los sacrificios humanos con fines rituales para distinguirlos de los que no tienen estos fines, que son muy raros.

¿Por qué sacrificaban seres humanos a sus dioses los sacerdotes aztecas ylos demás pueblos y ciudades tributarios de ese vasto imperio? Porque si no lo hacían (aquí les funcionaba el mito), el mundo se acabaría, según les habían profetizado los dioses en los cuales creían, dioses mismos que les habían dado el imperio y todas las riquezas que poseían, la vida y la salud, de la misma manera que Cortés, Bernal y los demás conquistadores creyeron que Dios, Jesucristo, la Virgen y el Espíritu Santo estaban ayudándoles a vencer a los aztecas para otorgarles a los españoles ese mismo imperio y sus riquezas y poner a trabajar para ellos como esclavos a los aztecas.

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