Tres oportunidades para la RD

Tres oportunidades para la RD

RAFAEL ACEVEDO
Un análisis FODA para la República Dominicana nos llevaría sin mayor dificultad a establecer tres problemas fundamentales, que sin esfuerzo eufemístico, ni pecar de utópico, se pueden formular como tres grandes oportunidades.

1.-  La oportunidad de crear la sociedad dominicana. Un examen somero de la historia permite establecer que la sociedad dominicana jamás ha existido. Tampoco una asociación duradera entre moradores de esta parte de la isla, después de exterminados los aborígenes; o «una colectividad de iguales o semejantes que se considerasen recíprocamente como consocios de una cosa o interés común». Originalmente se conformó una entidad bastante inestable de europeos y criollos mestizos dominando, explotando y exterminando a indígenas y a esclavos traídos de África.

Las diferentes formaciones sociales que siguieron fueron a menudo conglomerados o estratos sociales adscritos o dominados en encomiendas, hatos, centrales y fincas, o en grupos de consanguíneos dispersos en poblaciones solitarias y polvorientas, y en serranías cimarronas.

2.-  En esas circunstancias los miembros de los estratos pobres padecieron muchas veces la opresión o la indiferencia de un conato de Estado que les era ajeno, porque no incluía ni representaba sus intereses, y porque culturalmente les era extraño. Así, la experiencia de lo estatal fue desde el principio una de opresión versus pillaje: El Estado los explota y éstos procuran aprovecharse de aquel. Lo que es del Estado no es de nadie, al gobierno se va a hacerse. El de a pie se apropia de una acera o invade un terreno; los funcionarios y los militares hacen negocios y tienen comisiones que a nadie le importa; y un presidente otorga a los empleados públicos derecho al macuteo.

El Estado a nadie le duele, nadie lo defiende. A veces se expresa como aparato organizador y represivo por medio de las fuerzas armadas, impuestos internos, aduanas y otras instancias públicas. Otras, en algunas instituciones y territorios apenas se insinúa como una referencia legal. Aunque tiene límites territoriales, muy a menudo la razón por la que permanece como totalidad es por los vínculos afectivos y porque siendo isla estamos confinados a este contenedor.

3.-  No existe, por lo demás, liderazgo nacional. De clase, ni de partido; político, religioso ni de movimiento social o comunitario. Cada gobernante termina en el descrédito y los que han repetido en Palacio lo han logrado porque el que lo sucedió lo hizo peor. Por falta de opciones, el pueblo está condenado a amnistiar y a acogerse a ilusionistas expertos negociadores de lo ajeno. Lo peor y más lamentable: que gobernantes y dirigentes, en Palacio o en la oposición, no tienen visión social ni de Estado o carecen de proyecto de nación. Ni hablar de directrices espirituales personales, por lo que no se vislumbra un liderazgo con vocación e inspiración para mover a los dominicanos en una misma dirección y proyecto.

Pero ¡albricias!, en lenguaje de analistas gerenciales, estamos en el país de las oportunidades:

1.-  La oportunidad de constituirnos en socios asociados en sociedad.  Parecería paradójico, pero no el Ejército ni la Policía, tampoco las religiones; sino que la DGII, con obligarnos a todos a pagar altos y arbitrarios impuestos, podrá tal vez hacernos sentir que algo en común nos duele y nos pertenece. Lo otro es la Seguridad Social, el SFS y el SENASA, que si los poderosos, los ambiciosos y los revoltosos no se alocan, sería la gran ocasión de que los dominicanos sintiésemos que somos personas, ciudadanos respetados o al menos cuidados por «nuestro Estado».

2.- La segunda oportunidad estaría en la Carrera de Servicio Civil, esto es, que el partido de gobierno se sacrifique e inicie un saneamiento de la burocracia y negocie con la oposición otra regla de juego para las contiendas electorales que no incluya los empleos como parte del botín.

3.-  Que surgiese un liderazgo con formación y vocación espiritual; que al menos una parte de su retribución sea pagadera en la otra vida, tenga temor de Dios, conciencia de pecado y de justicia, que lo determine a respetar lo ajeno y el juicio de sus semejantes; que no sea tan solo un acumulador de poder y de impunidad, más allá de su propia muerte.

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