FERNANDO I. FERRÁN
La vida cotidiana está entretejida por múltiples cuestiones. Las unas dan sentido y orientan los procesos, las otras desorientan cuantas veces se justifican por su propia transitoriedad. En estos días, por ejemplo, es obligatoria la referencia circunstancial al primer año de gobierno del presidente Fernández. Su punto luminoso ha sido la estabilidad macroeconómica, mucho más que la restauración de los niveles y calidad de vida de la población.
Gracias a aquél solo logro nos hemos alejado de la incertidumbre y el desasosiego que dominaban el escenario nacional. Y téngase esto en cuenta: es de suponer que seguirá siendo así mientras perdure la voluntad institucional, a pesar de que la lista de necesidades y de expectativas insatisfechas resulta ser cada día un poco más irritante.
A partir de esa evaluación emerge un segundo tema de actualidad, de por sí menos transitorio y coyuntural que el anterior.
La muy probable y pronta entrada en vigencia del tratado de libre comercio con Estados Unidos y Centroamérica pone sobre el tapete un verdadero asunto de fondo, es decir, el problema número uno del desarrollo sostenible de República Dominicana no es la insuficiencia de recursos financieros sino la calidad del gasto y de los recursos humanos.
Consecuentemente, para beneficiarnos de cualquier situación favorable que venga asociada con la apertura de los mercados, tenemos que apelar a dos expedientes fundamentales; a saber, el combate a la corrupción y la educación especializada.
El combate a la corrupción es imprescindible para vivir ordenada y laboriosamente en un Estado de derecho. Particularmente si se organiza en función de la normativa legal, del funcionamiento eficaz e independiente del Poder Judicial, y del reclamo y creciente presión de la opinión pública nacional para superar un irritante estado de malversaciones, sobornos, impunidades y abusos de poder.
El otro recurso pasa de la defensa de la educación en abstracto a medidas particulares. Como tal incide no solamente en la actualización sistemática de nuestros recursos humanos, con énfasis en el adiestramiento tecnológico, sino que presta especial atención a la formación de una nueva clase hombre de negocios que, con pleno dominio de las mejores prácticas empresariales e imbuidos de los más promisorios valores éticos, sean capaces de transformar los desafíos presentes en excelentes oportunidades de mercado.
De recurrir a ambos expedientes, estaremos en capacidad de sustentar equitativamente el bienestar nacional y de abolir de una vez y por todas del imaginario colectivo ese fácil expediente que consiste en explicar cualquier problema, por complejo que sea, como por ejemplo recientemente los de la energía eléctrica y la reforma fiscal, recurriendo a la tríada ricos (que roban y evaden impuestos), pobres (que padecen de todo y un poco más) y políticos (que desgobiernan al tiempo que vegetan y se enriquecen).
En un Estado de pleno derecho, con una población integrada por una mano de obra mejor formada y más especializada, y por exitosos hombres de negocios generando mejores escenarios de riqueza y de bienestar para todos, dejaremos de creer que la felicidad de los ricos es la desgracia de los pobres y la complicidad de políticos y gobernantes. En aquel Estado no se apelará irresponsablemente al cuento de Robin Hood y menos aún a su pariente más cercano, el fallido Estado benefactor.
Despejado el camino de asuntos tan inmediatos como una obligada evaluación del primer año de gobierno, y de una cuestión tan vital como la formación de nuestros recursos humanos y la ideología ambiente, queda por enunciar el único tema que trasciende el presente; a saber, cómo regresar a nuestras raíces y responder entonces, sin rodeos, por qué estamos o eventualmente estaríamos dispuestos a morir porque sin ello no podemos seguir viviendo en el suelo patrio.
Este tercer tema se respondía años atrás invocando la tríada Dios, Patria y Libertad. La tarea hoy es más compleja. Y por ello no existe mejor opción que estar dispuesto a descubrir como opción de vida y modo de toma de decisiones la aún velada utopía del sacrificio y de la solidaridad, pero sin perder de vista la ausencia de reciedumbre moral, de metas comunes y de liderazgo político que caracterizan la actualidad dominicana.