Francina Hungría, como toda joven mujer motivada en sabios propósitos y militante de esperanza. Asumió el aula como vía y su carácter como guía, para abrirse camino. Alcanzó sus sueños para compartirlo en aquella dura realidad que se impone entre la fuerza de la máquina, la naturaleza y el músculo del hombre. La ingeniera Hungría había decidido vivir del conocimiento, hacer el proceso, apostar a la espera, a la constancia de la voluntad asumida y la fortaleza del espíritu con que se debe vivir en sociedades de pocas oportunidades, desigual por demás, y estimulante e influenciable para que se elija lo fácil, la prisa, y hacer lo incorrecto.
Apostando únicamente a ella, con los valores asumidos y la referencia familiar, salía día a día a realizar un trabajo que, más que una paga, se convertía en su orgullo y parte de su propia identidad. A Francina, como a cualquier dominicano que deambula y transita por las calles con propósito, corre el riesgo de ser víctima de secuestro, atraco, asalto, de robo, de un tumbe o una necesidad impulsiva o de una patología social.
Desgraciadamente, los lobos habían salido a cazar, armados y en grupos, olfateando víctimas, buscando presa vulnerable, planificando el tiempo, la prisa y sin dejar huellas. Esa mañana de maledicencia social le tocaría a la ingeniera Hungría. Los lobos la siguieron, ella trató dentro de su miedo apurar más el vehículo, pero, uno de los lobos le disparó en plena cara, impactando el rostro, destruyendo el nervio óptico, retina y el propio arco orbitario. Fueron muchos los que presenciaron la huida de la manada de lobos salvaje que corrían con pistola en manos, quedando gravada en una cámara el horror, la bestialidad, la perversidad y la impotencia de una sociedad que ha perdido la capacidad de asombro y el dolor social.
La familia Hungría estaba de rodilla, impactada, despedazada y paralizada, movían sol y tierra buscando dentro y fuera del país la luz y la visión de su hija Francina.
Soportando y orando con el hermano mayor; con el que todo lo puede, todo lo calma y todo lo perdona. Esa familia no tenía explicación antropología ni psicosocial del por qué uno de los suyos había caído víctima de la inseguridad ciudadana. Los Hungría no degluten los métodos del “jefe” ni la cultura del darle pa’ bajo, ni pagar los intercambios de disparos, ni el ahorcamiento post depresión del sistema carcelario. Esa familia cree en los valores, en la beneficencia y los símbolos para poder existir y vivir con dignidad. Ahora, Francina sin visión, asediada por lobos del sistema judicial, no saben que existe un video, ni testigo ni pruebas. Sencillamente se apoyan en el adefesio de un código parido de no consecuencia. La justicia vuelve y la mata, sin miedo y sin vergüenza alguna. Hablan de expediente Incompleto, de falta de evidencia, y de toda tropelía y tecnicismo para violentarle los derechos a Francina y a la sociedad huérfana de justicia.
El tercer round lo pone el Estado y sus instituciones. Ellos han vuelto ha disparar contra Francina; no la protegieron para prevenirle que fuera víctima de la violencia social, pero le cobran impuestos y le descuentan por trabajar; después, no le pueden garantizar ni salud, ni justicia, ni derechos, ¡Oh Dios! Ahora la propia Francina debe asistir a medios de comunicación para que los actores sociales se sensibilicen, sientan compasión y ejerzan la solidaridad humana y social.
Ahora tiene que derrotar a diferentes lobos, cuidarse y protegerse. Apostar a su carácter, contar con los suyos, y aprender la lección social; “Aquí el que no tiene grupo de referencia política o económica no le resuelven”.