He leído consternado (y con cierto susto) un par de notas periodísticas, apenas destacadas, sobre el rechazo del Tribunal Constitucional a un aparente o real acuerdo de cesión de derecho y soberanía a los Estados Unidos de América y el Gobierno Dominicano. En un importante artículo, Eduardo Jorge Prats, sobre el fallo negativo del Tribunal y sus justificadas causas, el autor, destacado constitucionalista, explica que el motivo principal del rechazo al acuerdo de marras estriba en que no existe reciprocidad, como es norma y sentido común, puesto que el acuerdo supondría una especie de libre entrada, salida y circulación respecto al territorio nacional de efectivos, equipos, materiales, aparatos y aviones militares de los Estados Unidos.
Me causó consternación el que nuestras autoridades y las estadounidenses fuesen siquiera capaces de concebir un acuerdo semejante. Y no deja de producir cierto estado de alarma y temor que a alguien se le pueda siquiera ocurrir esta tipo de concesión unilateral que pone en duda el concepto completo de soberanía y dignidad nacional. Y el susto sigue, porque cualquiera tiene el deber de preguntarse cómo es posible que una nación acepte este tipo de convenio, como si mañana alguien fuese capaz de ceder parte del territorio nacional sin consideración alguna para tantos años de defensa, cruenta e incruenta, del territorio y valores materiales, espirituales y simbólicos de nuestra sociedad y cultura.
Que nuestras autoridades lo hagan, engrifa los pelos. Debió ocurrírseles algo más razonable.
Son universalmente conocidos los intereses y apremios por asuntos de seguridad y auto defensa que tiene la hermana nación norteamericana. Los cuales casi todos los dominicanos les reconocemos y muchos los apoyamos, especialmente los miles de nosotros que viven en su territorio, o viven de lo que de ese se envía a nuestra nación, aparte de tantos convenios y ayudas, asistencias e intercambios y otras muchas cosas. Muchos profesionales de este país fuimos becarios del gobierno estadounidense en sus magníficas universidades.
Pero el hecho de deber amores y favores no obliga a nadie a entregar o poner en juego su dignidad personal o colectiva. La integridad psíquica, moral y espiritual es un eje transversal que da soporte a la personalidad individual y al ser social y colectivo de un país o Estado o nación.
No se trata de emotividad o patriotismo. Hay imprevisiones y deslices que a la larga destruyen amistades, desequilibran sistemas psíquicos, morales, culturales y espirituales. La teoría del caos explica que un aleteo de mariposa en China puede desencadenar tormentas en Nueva York. Pedro Mir escribió que hay monumentos y pirámides que no resisten el martirio de ciertas mariposas.
Se refería, no a vientos ni fuerzas físicas, sino a las morales y espirituales, cuyos efectos aún siguen intencionalmente ignoradas y subvaloradas.
Este hecho, o su sola mención, abochornan, avergüenzan; a quien lo acepta y a quien lo propone o insinúa. Que haya tenido que llegar a un tribunal es un exceso. Gracias al Señor que ese Tribunal Constitucional existe y que no ha vacilado en rechazarlo.