Tríptico de malvados: Caifás, Herodes y Pilato (s)

Tríptico de malvados: Caifás, Herodes y Pilato (s)

Caifás, yerno de Anás o Ananías. Este diabólico fariseo abanderado de la hipocresía era Sumo Sacerdote de la nación judía y Juez Supremo del Sanedrín, Tribunal Mayor de la nación judía.

Herodes Antipas Tetrarca de Galilea y de Perea, gobernante títere de los romanos. Marido de la cruel Herodías, la madre de Salomé la bailarina que por su danza de la lujuria incestuosa, en bandeja de oro recibió como trofeo la cabeza de Juan El Bautista. Pilato o Pilatos, de nombre Poncio, nativo de España. ¡Cuidado, mucha atención! España le dio a Roma a los emperadores Adriano y Trajano así como a los filósofos: Séneca, Marcial, Lucano y Quintiliano. Y retornemos a Pilatos, Procurador de Roma. En verdad que ni a Pilatos, ni a su mujer Claudia Prócula le interesaba, ni querían la muerte de Jesús, el profeta de Galilea, el rabino manso de Nazaret.

¡Ojos! Que va a empezar la pasión de Jesús por antonomasia El Justo. Jesús con sus seguidores ya está en el Jardín de los Olivos, en el Huerto de Getsemaní. Se oyen ruidos, se escuchan los pasos de muchos hombres, llegan los alguaciles del templo que construyó Herodes el Grande, padre de Herodes Antipas, y llegan soldados romanos de puesto en la Fortaleza Antonia, residencia de Poncio Pilatos y de Claudia Prócula. Jesús avanza hacia los recién llegados e inquiere “¿A quién buscan?”. La respuesta fue: “A Jesús de Nazaret”. El galileo dijo “Yo soy”. Enseguida lo maniataron y se lo llevaron. Se iba a incoar el Proceso del Sanedrín, con Anás y Caifás a la cabeza de la gran farsa. Se daba comienzo a la farsa más grande de la historia de la humanidad. Frente a las acusaciones graves que le hicieron los dos hipócritas, Jesús dijo: “Nunca he actuado clandestinamente, no he fundado cofradías secretas, ni he predicado jamás arcanas sabidurías”.

Anás y Cifás acusaron a Jesús de blasfemo, que se atrevía a asegurar que era el Mesías, el Cristo y hasta el hijo de Dios. Los dos perversos hipócritas decidieron que el Pretor de Roma le abriera una causa civil. El Pretor Poncio Pilatos tenía que actuar. Para él lo religioso no le importaba en absoluto. A él solamente le interesaba la delincuencia común o un grave enredo político. Pilatos se revistió de cierta hipocresía para dirigirse a los hipócritas profesionales del Sanedrín y expresó: “Ventura y salud, señores del Sanedrín: ¿Qué sucede ahora? ¿Este hombre que me traen ahora, éste es el acusado? La es que no me parece un delincuente, sino más bien un hombre inofensivo”.

Al Procurador Pilatos no le interesaban los problemas de los judíos para nada.

Entonces los taimados hipócritas Anás y Caifás arremetieron briosamente, acusando a Jesús de que sublevaba al pueblo, congregaba turbas y multitudes, era amigo de los peligrosos zelotes, que predicaba rebeldía, comenzando esta prédica por Galilea y extendiéndose hasta Jerusalén. Cuando Pilatos captó la condición de galileo del acusado, encontró aparente solución enviándoselo a Herodes Antipas el Tetrarca de Galilea y de Perea. El Tetrarca con Jesús al frente, le hizo muchas preguntas, pero Jesús el rabino manso de Galilea no se empeñó en despegar los labios. Ni en mirarlo siquiera. Sencillamente lo ignoró, su desprecio frente al títere de los romanos fue total. Entonces Herodes lo sometió a una serie de burlas y de insultos.

Luego le mandó a poner una regia toga o capa. En verdad, un manto viejo y raído, una clámide arcaica y desvaída. Procediendo a devolvérselo al Pretor de Roma, a Pilatos, porque ese hombre, Jesús, no era un rebelde, ni un sacrílego, sino un Chiflado. De nuevo Pilatos confrontó problemas con el Sanedrín, porque Anás y Caifás pedían la crucifixión. La autoridad romana ordenó la flagelación del acusado. No logrando así tampoco domeñar las ansias asesinas de los Sanedritas Anás y Caifás, el Pretor apeló al pueblo a ver a quién quería que le soltara, si a Jesús o al reo Barrabás. El pueblo vocinglero, ebrio de alcohol y de hipocresía, gritó: “¡suéltanos a Barrabás. ¡Suéltanos a Barrabas! Las turbas manejadas por hábiles y perversos titiriteros, mandaron a Jesús al madero infamante que se clavó en El Gólgota. Reiteramos que Jesús despreciaba a los hipócritas y su ira frente a ellos resultaba, viento airado que los barría. ¡Atrás los fariseos, los hipócritas, aunque sean vatas, bardos o poetas pulsadores, áulicas liras de cuerdas mercuriales!

Poeta, cantor y pulsador de lira fue Bonerges, el cisne desplumado de Galilea, quien tuvo amores y amoríos, con la bella pecadora María de Magdalo (La Magdalena), que no conocía la hipocresía.

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