Triste final

Triste final

En el tramo final de su existencia, la condición humana tiene el desafío de transitar el camino de la degradación o reivindicar sus taras. Oportunidades sobran y referentes alimentan la tesis de un legado con una altísima cuota de decoro para la heredad.
Existe un péndulo que permite liquidar los caminos tortuosos. En ese orden, no estoy apelando a la cariñosa argumentación propensa a eliminar los defectos cuando llega la muerte. Peor aún, me disgusta el aplauso acaramelado de los refugiados en militancias religiosas o purismo ético, creyéndose libre de penas que no las borra el paso del tiempo porque todos sabemos el daño irreparable de acciones injustificadas.
Recordar que el insigne Juan Pablo Duarte terminó sus días en tierra venezolana dedicado a la venta de velas nos refiere a la fatal tradición nuestra tan asociada al desdén de los merecedores de toda clase de distinción y reconocimiento ciudadano. Ahora bien, en esa lógica que potencia la transformación hacia horizontes dignos provoca que los episodios del venerado Máximo Gómez, al servicio de fuerzas extranjeras en el terruño nativo, sean pulverizados por sus horas dedicadas a la causa independentista del pueblo cubano.
La mayor degradación se incuba en los que, sobrados de conocimientos, actúan divorciados de una línea de conducta decente. Reconozco, al igual que el irrepetible Simón Bolívar, “de que el talento sin probidad es un azote”. De ahí que me extrañan las posturas de gente llamadas a constituirse en instrumento del cambio en toda sociedad ansiosa de rectificar, pero nublada por inteligencias capaces de obrar como arquitectos de eternizadores de dioses del ocaso.
Parece imperceptible y necesitamos sacarlo a flote para encontrar razones del proceso de complicidad social que distorsiona, envilece y degrada los valores de una nación. Aquí, una gran parte de los llamados a convertirse en conciencia cuestionadora pactaron con el buen vivir, y anestesiados por ventajas nacidas en las arcas públicas, hacen de articulistas, comentaristas, intelectuales orgánicos y diplomáticos que saben perfectamente lo que pasa, sin asumir su rol porque priorizan su estatus para con una consultoría, asesoría o contrata, financiar el viaje al exterior, el colegio de los hijos, la beca gubernamental y el empleo para la amante. Tranzarse con esas ventajas los liquida ante un sector que sabe perfectamente de sus “manejos tácticos” que los hacen sobrevivir y “olvidan” cómo pierden respeto alcanzados en etapas de sus vidas donde crearon amplias expectativas ciudadanas.
Antes, se presumía que el triste final de esos talentos doblados por la fuerza oficial obedecían a periodos de intolerancia en los que el tirano y su entorno disponía de sus vidas. Por eso, nadie en su sano juicio puede comprender al Peña Batlle justificando la incorporación de Pedro Santana a la categoría de padre de la patria. De reverso, un Américo Lugo indoblegable y ejerciendo de pensamiento intelectual digno.
El país necesita de gente que no los doble el dinero ni la pompa oficial ante una vocación de genuflexión que parece generalizarse. Y como el sentido del éxito está invertido porque no es el talento un trampolín para el ascenso y reconocimiento cívico sino la adulación y el ditirambo, amplios segmentos asumen esa regla de parámetro. Prenda la televisión, escuche algunas emisoras y lea ciertos comunicadores y se dará cuenta la fascinación por destacar de forma superlativa a ministros, directores generales y políticos que, ante el halago inmerecido, denotan las tuberías de dinero que funcionan de velloneras para airear bondades sólo identificadas en los beneficiarios de esa relación degradada.

Aquí todos nos conocemos. Estoy asqueado de “opositores” que ejercen la condición de coartada para ventajas y buscadores de decretos asociados a sectores económicos movidos por la sed de acumulación deshonesta. Ahora que políticos aceptan posicionarse en áreas económicas sin conocer la materia, atrapadores de espacios en consejos de administración distantes de su formación profesional, orquestación de equipos de trabajo para compensar las deficiencias del ministro y cuotas de poder a figuras de genética tradición aduladora, tengo el convencimiento de la pésima señal que estamos dando a las nuevas generaciones. ¡Cuiden su tramo final!

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