Triste situación

Triste situación

PEDRO GIL ITURBIDES
Cuando escucho que un Encargado de Junta de Distrito Municipal ha adquirido el cargo a cambio de dinero, prefiero escribir de Irak. ¿Cómo admitir que se ha degradado a tal extremo nuestra Nación? ¿Cómo es que somos capaces de colocar en la venduta pública las funciones más cercanas al corazón del pueblo?

Por ello prefiero referirme a los problemas de Irak. Porque me parece increíble que aquellas funciones que Juan Pablo Duarte y Díez soñó podían concebirse como el cuarto poder del Estado, hayan llegado tan bajo.

Resulta pesaroso escuchar al Embajador de Estados Unidos de Norteamérica en Bagdad, Ryan Croker, admitir que el miedo se ha apoderado de los iraquíes. Pero el reconocimiento por parte del diplomático estadounidense de condición tan crítica es pintoresca descripción ante la monstruosidad de lo que nos arropa. ¿Cómo es posible que se atrinchere en una oficina de un gobierno local supeditado, un ejecutivo que suspende el trabajo porque defiende un cargo con uñas y dientes, puesto que “lo compró”?

 Pienso en un pasado que no es tan lejano, y del que puedo hablar con absoluta propiedad. Recuerdo hombres como Casiano Lora, Síndico del Municipio de Dajabón por el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), que actuó con integridad absoluta. Me llega a la memoria un hombre como Niño Durán, Síndico del Municipio de Higüey por el Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), hecho para el servicio a los demás. Antonio Picel Cabral, Síndico del Municipio de La Romana por el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) parecía elusivo y distante y, con todo, actuó con tiento y prudencia, a sabiendas que era vitrina para los demás. Y ofrezco estos nombres únicamente, entre muchos que podría citar, por no ser prolijo.

Pero todo ello se ha perdido, y por eso prefiero escribir sobre el desastre de Irak.

Y no es que por aquellos días no se produjeran crisis de espanto. Por entonces tuvo lugar un conato de deserción de la honestidad en el Ayuntamiento del Municipio de Villa Altagracia. Al pasar por encima de normas establecidas por un no escrito código de ética, y disposiciones legales, fueron, los integrantes del Cabildo, objeto de una censura que se publicó, como espacio pagado, en un periódico de circulación nacional. El caso, conocido por el Comité Ejecutivo de la Liga Municipal Dominicana, fue apoyado a unanimidad por los representantes de las fuerzas políticas representadas en este organismo.

Entonces se pensaba en el servicio a los demás, aunque surgiesen reyertas atizadas por esa clase de politiquería que nacía tal vez por esos días, y ha crecido hoy. Por ello Gladys García de Jorge, fenecida Síndico del Municipio de La Vega por el PRSC se enfrentaba a una coalición de Regidores que trataban de deslucir su gestión. Ley en mano resurgía el servicio, y en medio de las cuitas de la ejecutiva del gobierno local, se la reconvenía para que, determinados modos de actuar que enervaban a sus detractores, careciesen de asidero. Y ella accedía. Porque por aquellas horas quedaban trasuntos de seriedad.

Porque por esos tiempos, tal vez la etapa última de una época de comportamientos diferentes en la Administración Pública, se creía en el servicio público. Hoy es diferente por lo que se contempla y se sabe en el cuchicheo político. Hoy se procura “lo mío” y se antepone “lo mío” al servicio. Y si no está presente, contante y sonante “lo mío”, no hay servicio público. Porque esto es lo último y “lo mío” es lo primero. Por eso prefiero escribir sobre Irak.

Tal vez por ello, porque somos rectos únicamente cuando la probidad se nos impone desde arriba, Juan Pablo intentó destruir su proyecto de Constitución de la República. Su hermana Rosa, que sacrificó su propia vida, la lozanía de su existencia por los sueños del hermano, contempló con agónico martirio el instante en que se ponía fuego sobre los valiosos papeles. Ella, que habría de sobrevivirlo en vida, también hizo que sobreviviera su pensamiento, pues recuperó esos documentos de la destrucción para que sirviesen a las generaciones posteriores para conocer al Fundador de la República. Pero Juan Pablo, admitámoslo al mirar el cuadro que pasa ante nuestra vista, tenía razón.

Para comenzar, recordemos que nadie le agradeció las cuentas de su comisión oficial a Sabana Buey. Nadie valoró la devolución de aquellos pesitos. Nadie lo distinguió desde entonces, porque aquellas cuentas se tornaron pesada carga de conciencia en pueblo que, con sus excepciones, piensa distinto. Por eso, sin duda, quiso Juan Pablo quemar aquellos papeles, porque, tal vez con profética intuición, advirtió que llegarían días en que venderíamos los gobiernos locales. Y sin duda otros cargos del Estado Dominicano. Mismos que, conforme sus puntos de vista, son la base de la organización de las Naciones y de los Estados, y soporte de las Repúblicas.

Por eso, porque Juan Pablo tenía razón, prefiero escribir sobre Irak. Porque el salvajismo y la barbarie que imperan entre los iraquíes es pálido paño ante lo que vivimos en nuestro país.

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