Triste y amarga realidad forense

Triste y amarga realidad forense

SERGIO SARITA VALDEZ
Quien visitara un día cualquiera de la primera semana de Septiembre de 2004  el  pestilente, maloliente y deteriorado Instituto Nacional de Patología Forense, recibiría de principio un electrizante impacto agresivo  causado por el hedor. Ahí tendrá que repetir la frase que dijo doña Ursula en «Cien años de soledad» de Gabriel García Márquez, en el momento en que Melquíades rompió por distracción el pomo de bicloruro de mercurio: «Es el olor del demonio».

Si tiene usted valor y penetra al interior de la morgue verá un horroroso cuadro interior, en el que, aparte de las miles de larvas que pululan por el suelo, existe  un millonario enjambre de moscas posadas sobre el techo, a manera de aves de carroña que, con sus abundantes  ojos, pululan por los alrededores de los  putrefactos cadáveres apilados sobre un mugriento piso, debido a que la nevera con capacidad para cuatro muertos está dañada, no hay  aire acondicionado, las lámparas están quemadas y ya no se cuenta con una planta eléctrica de emergencia en funcionamiento.

Todo aquello  representa una de las imágenes más desagradables que la mente humana pueda imaginar. Ni el infierno descrito por Dante, ni mucho menos el Guernica pintado por Picasso consiguen superar la intensidad del shock repulsivo que la podredumbre de Patología provoca al que con tan siquiera un ápice de cultura higiénica ose acercarse a tan desagradable lugar.

Uno que conoce y fue actor de primera línea  durante todo el proceso de lucha por establecer un servicio de medicina forense en la República Dominicana, y que logró que se inaugurara en febrero de 1989 un centro para la realización de las necropsias medicolegales,  no le queda otro remedio que entristecerse, al darse cuenta cómo en tan solo cuatro años el gobierno del pepehache encabezado por Hipólito Mejía actuó peor que el ciclón de San Zenón de 1930. No hubo un solo día entre septiembre de 1996 y septiembre de 2000 que vecino alguno residente en los alrededores de patología forense se quejara de agresivos malos olores debidos a vísceras humanas en descomposición abandonadas, ni de dípteras cadavéricas que pasaran de las entrañas de los muertos a los platos de alimento de las familias lugareñas.

¿Cuál fue la razón principal del descalabro forense? Antes de responder a  dicha incógnita es bueno recordar una sabia expresión que con frecuencia repetía el profesor Juan Bosch: «En política, como en la vida, hay cosas que se ven y cosas que no se ven. Muchas veces las cosas que no se ven resultan ser más importantes que las que se ven».

¿Y que es lo no se ve en el abandono y descuido de la sede central forense? Lo que mucha gente no sabe es que ese estado de suciedad se fue creando a propósito. Fue adrede que se dejaron tapar las tuberías para que se acumularan las aguas negras provenientes de la morgue. Fue intencionalmente que no se reparó la nevera con capacidad para quince cadáveres que antes existía allí. Fue de maldad que dejaron sin reparar la planta de emergencia y la ambulancia de patología forense. Era necesario poner a sufrir y molestar a los residentes del área e incitarlos a que se quejaran públicamente. El ambiente de la zona debía hacerse insoportable para todo el mundo.

Se propusieron conseguir gratuitamente unos terrenos y un lugar mucho más amplio, a fin de agenciarse una organización no gubernamental con un patronato avalado por una ley fácilmente aprobada en un Congreso de mayoría pepehachista. Los nuevos amos de la  medicina forense establecerían que los familiares de toda persona que muriera violentamente, en circunstancias no aclaradas o de muerte súbita, tuvieran la obligatoriedad de pagar para poder realizarle un experticio al extinto, y que solamente de ese modo se aprobaran los enterramientos. Se trataba de un atractivo y jugoso negocio redondo con los muertos. Afortunadamente el triunfo del Partido de la Liberación Dominicana en mayo 2004 frustró esos planes macabros por lo que como dice el pueblo: el tiro les salió por la culata.

Hemos sostenido de manera pública que el motivo principal de la suciedad forense es fundamentalmente de naturaleza gerencial. Sabemos que el servicio de patología ha ido creciendo de una forma tal que amerita de un local más grande. Ahora bien, eso se podía conseguir sin que se creara este desagradable estado de cosas. Incluso pudo haberse construido un local en las cercanías del cementerio Cristo Redentor tal cual habíamos propuesto en una oportunidad. No era necesario llegar a tan abominable situación para obtener un nuevo edificio.

Aún creemos loable la construcción de un local al que puedan ser conducidos todos los cadáveres descompuestos que aparezcan en ríos, cañadas, montes, carreteras, calles y callejones del país. Ese sería el sitio ideal para los trabajos de identificación de las victimas,  así como para la determinación de las causas y circunstancias en que pudieran ocurrir los decesos. Si se pretendía hacer un edificio en Pedro Brand no debieron las autoridades sanitarias pepehachistas de engañar a los moradores de aquel poblado diciéndoles que lo que se iba a construir era un pabellón de psiquiatría forense, para luego salirles con que en realidad lo que pretendían instalar era un instituto de ciencias forenses.

La transparencia y la honestidad con la comunidad debió ser el punto de inicio para la discusión acerca de la conveniencia o no del citado proyecto forense. Desconozco de los estudios sobre el posible impacto medio ambiental en la zona. Lo cierto es que aparentemente se han gastado cerca de 30 millones de pesos y la obra tiene un sesenta por ciento del edificio construido. No se han comprado ninguno de los equipos técnicos requeridos para poner a funcionar un verdadero Instituto de Ciencias Forenses.

Puede la ciudadanía estar segura de que daremos seguimiento estricto a la problemática forense ya que fuimos designado por el presidente Dr. Leonel Fernández Reyna  como responsable de esa temática desde la Secretaría de Salud Pública y Asistencia Social.

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