Trivialización mediática de la literatura

Trivialización mediática de la literatura

Desde un punto de vista cultural, el resultado es la intensificación del narcisismo. Donde quiera que «miremos» contemplamos la misma y redundante imagen. Un yo uniforme, empobrecido, que es a la vez un fuerte elemento de identificación e integración.
La literatura no muere, no desaparece. Pero queda «digerida» en ese inmenso aparato digestivo del enjambre de lo digital, de las nuevas tecnologías, de las redes sociales de Internet: Facebook, Instagram, Twitter, etc.
Como un efecto de esa degradación está la existencia y ampliación de un universo de «mediadores», de «profesionales de la literatura». Lo que podría constituir un importante elemento en la extensión social, educativa del arte, deriva en muchas ocasiones hacia el «glamour» y la agitación propagandística del narcisismo o exhibición de los nuevos medios de comunicación. “Hoy no solo se vuelve pulido lo bello, sino también lo feo. También lo feo pierde la negatividad de lo diabólico, de lo siniestro o de lo terrible, y se lo satina convirtiéndolo en una fórmula de consumo y disfrute”, ha dicho Han, en su libro La salvación de lo bello. Hoy, lo bello mismo resulta satinado cuando se le quita toda negatividad, toda forma de conmoción y vulneración. No hay ninguna “interioridad”, convulsión o interrogación que se oculte tras la superficie pulida, o la trivialidad de alto estilo.
Se trata de un nuevo ceremonialismo mundano patente en inauguraciones y encuentros, que lleva «el mundo de la literatura» a las «crónicas de sociedad y grupo virtual de Internet».
En buena medida, la «profesionalización artística» acaba convirtiéndose en un efecto más de la «trivialización mediática» de la literatura. El cinismo predominante entre escritores y críticos es indisociable de una situación en la que lo que dicta las normas es el efecto comunicativo y mercantil, y no la calidad o el riesgo de las obras y propuestas, que tiene que abrirse camino a través de la red cada vez más tupida de la «profesión». La crisis actual del arte, y también de la literatura, dice Han, puede atribuirse a la crisis de la fantasía, de la imaginación, “de la desaparición del otro”, de lo distinto: la abolición de la imaginación y la creatividad, en el seno mismo de lo digital, ya sea en reposo o en movimiento.
En definitiva, lo que suele llamarse hoy «el mundo de la literatura» es un circuito mercantil y comunicativo, constituido por escritores, especialistas y medios de comunicación, digitales o no, que paradójicamente, actúa en no pocas ocasiones como un segmento social aislado, aparte, que impone autoritariamente sus concepciones de la literatura al resto de la sociedad. En ese universo, el papel de los escritores se ve reformulado de un modo radical. En lugar de la leyenda del bohemio, del rebelde inadaptado, el artista se convierte en una especie de agente cultural, relaciones públicas y técnicas de comunicación, todo para poder conseguir el acceso al circuito institucional.
Los riesgos de esa pesada burocracia conducen inevitablemente a la nivelación expresiva de las propuestas, a la homogeneización internacional de las obras y las formas de expresión. Los productos artísticos son cada vez más similares de un lugar a otro del planeta, en un proceso de globalización que tiene, sin embargo, sus propias motivaciones. Y, entre estas, las principales suelen ser el dinero y el poder, que exhiben las grandes trasnacionales para el contrato y la posterior publicación de un libro.
Ese pesado lastre burocrático es hoy, para mí, la mayor carga negativa de la literatura. Solo la reivindicación de la soledad, la búsqueda de la coherencia y la intransigencia ética y estética, pueden impulsar a la literatura y a los escritores y artistas por vías de la auténtica expresión de la creatividad. Pero en ello soy moderadamente optimista. Las formas de manifestación estética de los seres humanos van más allá de la pequeña política y desbordan los cortocircuitos de los intereses materiales que intentan instrumentalizar los procesos de creación.

Según Harold Bloom, el futuro de la imaginación pertenece, en parte, a una especie de «literatura sapiencial elíptica», tal vez un verdadero regreso a Lewis Carroll y a visionarios afines de un mundo especular. Lo que la literatura contemporánea muestra, con su imagen compleja y abigarrada, es precisamente, la vitalidad de la literatura en una situación convulsiva, producida por el cambio profundo de las condiciones culturales en que se ha venido desarrollando.
Rasgos estéticos diferenciadores que han ido surgiendo, como la pluralidad de la representación, la movilidad, el desasosiego, la desacralización y la introspección, han caracterizado intensamente el devenir diferenciador y marginal de una literatura no oficial, fuera del circuito y la demanda ciega del bestseller y los grandes éxitos de venta. Por ello, apenas si se percibe, en el público consumidor, la interrogación interior del hombre enfrentado consigo mismo, con la vida, la muerte, y el gran misterio del Universo.
No hay rebelión antropológica, no hay Edipo ni Esfinge, no hay zambullida vertiginosa en la toda de la existencia, porque todo se desarrolla en la horizontalidad, en la superficie de los acontecimientos reales e imaginarios, paralizando el movimiento creador de la literatura.

Sin embargo, esos mismos aspectos han mantenido vivas, actualizándolas y acomodándolas a la nueva situación, las exigencias de inventiva y compromiso ético de la literatura. De ese modo, yendo una y otra vez más allá de sí mismo, la literatura mantiene su fuerza, su vitalidad, en un mundo cambiante, algo característico de la condición humana. La literatura lleva dentro de sí, en su espacio más interior, el signo de su vida futura, un signo cuyo trazado brota de un nuevo horizonte de cambio, de su cada vez más intensa convergencia con la tecnología. Porque en su entraña más profunda la literatura es metamorfosis, y por eso no mera repetición, ni simple redundancia, sino producción de otra realidad, creación. Partiendo de lo que hay, de la experiencia sensible, de lo existente, la literatura va más allá, cuestionándolo todo y cuestionándose a sí misma. Como escribió Paul Klee, en 1920, (una frase que por su precisión e intensidad me gusta recordar siempre que puedo), el arte «no reproduce, hace lo visible”.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas