Trompetas para espantar fantasmas

<p>Trompetas para espantar fantasmas</p>

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Mi muy querida Panonia: acabo de reponerme de una enfermedad tropical acerca de la cual prefiero no entrar en detalles. Basta con decir que he perdido diez o doce kilos de peso. Ya estoy bien; tengo la misma energía de siempre. He leído aquí en La Habana unos versos de Pasternak que eran viejos en la época de nuestros padres.

Esos poemas, escritos cuando todavía no habíamos nacido, conservan una frescura impresionante. La buena memoria no me ayuda a disfrutar de las cosas maravillosas que hay en América. No he olvidado la historia de tu compañero Miklós y del Cristo que su madre colgó en su cuello el día que fue a buscarlo la policía. El culatazo que recibió en la cárcel le incrustó el crucifijo en mitad del pecho. Fue una equivocación de los agentes de la “seguridad del Estado”. El culatazo debí haberlo recibido yo; pero los policías confundieron mi apellido con el del pobre Miklós. Por una sola vez en la vida el hecho de tener un apellido español me dio una ventaja en Hungría. Bien conoces lo ocurrido en Eger con los catorce bachilleres fusilados por tener las uñas limpias. Tu misma hiciste gran parte de las averiguaciones en la iglesia ortodoxa serbia donde prendían los catorce velones. Algunas noches recuerdo a la madre y a la hija que murieron juntas en el paso militar de control que había al lado del hospital central de Budapest. La brutalidad de los soldados y de la policía es igual en todas partes. Después del suceso del hospital decidí abandonar nuestro país.

He visto y me han contado cosas espeluznantes que sufren los pueblos de este continente marcado por la pobreza y por la ignorancia. Estoy metido en una investigación conectada con un dictador cubano llamado Gerardo Machado, gobernante que fue derrocado en 1933. A partir de entonces ocurrieron en la provincia de Oriente muchos trastornos políticos; entre ellos los de una pareja que emigró después a la isla de Santo Domingo. Al buscar las crónicas políticas de esa isla he topado con un tirano que hizo matar a garrotazos tres mujeres hermanas y luego las despeñó por un precipicio para que pareciera un accidente automovilístico. Eran las esposas de tres presos políticos. No creo que estés enterada de que los militares sudamericanos lanzaban al mar a los disidentes ideológicos desde aviones de la Fuerza Aérea. Era una práctica admitida, casi regular.

En las Antillas hay muchos individuos a los que llaman “germanófilos”. Son tipos que sienten simpatías por la disciplina militar prusiana. Ven en Hitler el perfeccionamiento de esa vieja herencia militar. También admiran la política del Führer y las técnicas de propaganda del doctor Joseph Goebbels. Los hay en Cuba y en Santo Domingo; desde luego, en América del Sur el número de germanófilos es mayor que en las Antillas. Los dictadores caribeños son designados “jefes supremos”. Pues, bien, uno de estos sujetos me abordó en la Unidad y me dijo: usted me sorprende con su cordialidad; los húngaros son crueles e implacables, – ¿Por qué dice usted eso? repliqué. El hombre sacó de su bolsillo un papel doblado cuidadosamente – una fotocopia de una página del Diario de Goebbels fechada 19 de marzo de 1942 – que extendió para entregármela abierta; lea esto, dijo con prepotencia. “Los partisanos volaron la línea férrea en cinco puntos distintos del sector central del frente oriental entre Briansk y Roslav, lo cual prueba su incesante actividad. Al sur de esta región los húngaros luchan con graves dificultades. Ahora tienen que ir capturando aldea por aldea y pacificarlas, cosa que no es muy alentadora. Por regla general, cuando los húngaros anuncian que han “pacificado” una aldea, quiere decir que no ha quedado vivo uno solo de sus habitantes. Y esto significa, a su vez, que no dispondremos de mano de obra para los trabajos agrícolas en esa comarca”.

Tengo delante de mí esa página del Diario del doctor Goebbels.

Ese cubano sabía poca cosa acerca del imperio austro-húngaro y de la historia reciente de Europa del Este. Pero estaba persuadido de que la autoridad y la agudeza de Goebbels no debían ponerse en duda. Los húngaros mataban a todo el mundo con el mismo encarnizamiento que los alemanes exterminaban a los judíos. En estos casos cualquier explicación es inútil. Carecen de los antecedentes imprescindibles para que una discusión sea fértil o, por lo menos, que produzca alguna forma de comunicación. Esta frustración me acompaña siempre desde que salí de Budapest. En esta ciudad a nadie interesan los asuntos que me interesan a mí. Las personas que me rodean son atentísimas, tratan de agradarme o de ayudar en mis pesquisas pero soy para ellos un extranjero enigmático y chocante. Lo más desagradable es que me persiguen los fantasmas de esos atropellos de los cuales hemos hablado tantas veces. Pienso en los estudiantes, en los amigos, en los profesores y hasta en desconocidos que he visto padecer los problemas políticos, esto es, “sufrir la historia”. En las últimas semanas me he aficionado a escuchar trompetistas. Escapo solo hasta un tabuco donde actúan varios músicos en una calle marginal. He oído conciertos de trompeta, saxofón y clarinete. Composiciones musicales para los tres instrumentos a la vez; y grupos de jazz que privilegian las ejecuciones del trombón de vara. Esos sonidos me limpian la cabeza; obran como un plumero sobre un escritorio lleno de polvo. La trompeta con sordina me distancia de cualquier angustia, me convierte en simple turista de vacaciones en el trópico. El saxofón emite culebras sonoras, articulaciones guturales y sinuosas, que desalojan sin ningún esfuerzo los fantasmas del pasado. Después de oír esos instrumentos duermo profundamente y amanezco de buen humor y descansado. ¿No es extraño que esa música, americana y de negros, influya tanto en un hombre del Este de Europa? Abrazos, Ladislao.

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