Trompos artesanales

Trompos artesanales

Viendo girar un trompo con franjas de diversos colores cualquier muchacho ignorante llega a creer que Newton no estudió bien los “fenómenos luminosos”.  En los trompos mecánicos “con música”  son más visibles los efectos ópticos de las figuras en movimiento.  Son trompos grandes, decorados profusamente, con “intenciones cinematográficas”.  Los trompos artesanales “de torneo” se distinguían por su sobriedad ornamental.  La “coraza” de tachuelas evitaba la erosión de la madera a causa de los repetidos golpes de la “cabeza” contra las monedas.  Así como a los caballos se les clavan herraduras en las pezuñas, los trompos llevan “puntillas” en calidad de herrajes protectores y “lastres de balanceo”. 

Los norteamericanos pusieron de moda unos trompos plásticos, de punta corta, que fueron desahuciados en el campo “trompistico” tradicional.  Eran trompos hechos en serie, moldeados a máquina, en los cuales no había huellas de los operarios que intervinieron en la fabricación.  No tenían señas de identificación de ninguna “individualidad” responsable de su diseño.  Impreso en bajo relieve podía leerse, en la parte estrecha del cono, “Reg. US. Pat. Pend.” Se dijo entonces que producir este trompo “minusválido” había sido un “atrevimiento”  de la desconocida empresa “Plastic manufacturing Co.”. 

Los niños hijos de padres de “escasos recursos” disfrutaban de trompos más nobles que los de jovencitos “pudientes”.  Los trompos plásticos, sin “peso específico” ni carácter, fueron desdeñados por “las masas populares”.  Entre el trompo de caoba y el de plástico se abrieron “fisuras sociales de clase”.  También de costumbres y “profesionales”. El niño-experto de los barrios pobres se negó a lanzar un trompo livianísimo, sin “capacidad reguilatoria”, con alto riesgo de producir “cuerda-en-bocas”.

La punta corta –y un reborde levantado- provocaba enredos de la gangorra; se decía que muchos niños resultaron golpeados en la cara por “cuerda-en-bocas”.  Los niños afortunados escogieron el camino de menor resistencia: ir a la tienda de juguetes y pagar por un trompo, rojo o azul.  Tener un trompo artesanal significaba “demasiado trabajo”.  El viejo trompo comenzó a languidecer; y, al mismo tiempo, las destrezas que le acompañaban.  Desapareció así una forma de educar mediante la participación del niño en la confección del juguete.  Esta pedagogía-lúdica desarrollaba la voluntad de alcanzar metas por obra de “las debidas diligencias”. 

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