PUERTO PRINCIPE (AP). Al cabo del ejército brasileño Joao Carlos lo primero que le llamó la atención de Haití fue el «fuerte olor a podredumbre que emana de las montañas de basura que se acumulan en las calles de la capital.
El capitán de la fuerza aérea chilena, Pedro Hernández, notó que «casi no se ven ancianos en este país, cuyos habitantes tienen una expectativa de vida de apenas 53 años.
Y al mayor del ejército guatemalteco, Edwin Folgar, le sorprendió que a pesar de todos los problemas «los haitianos son muy alegres y capaces de convertir cualquier actividad colectiva en una verdadera fiesta con bailes y cánticos.
Todos estos militares han vivido realidades distintas y en diferentes puntos del continente, pero ahora tienen algo en común: hacen parte de la misión de Naciones Unidas que desde el 2004 se instaló acá con el difícil propósito de ayudar a restituir la gobernabilidad en este país caribeño que ha conocido golpes de Estado, insurrecciones populares y violentas protestas en los últimos 15 años.
Es así como a diario comparten visiones sobre los sufrimientos de la población haitiana y a la vez ganan conocimientos en tareas que van desde patrullar barrios controlados por pandilleros hasta reparar centros médicos.
«La experiencia es fundamental para los soldados. La situación es más real que cualquier entrenamiento, aseguró a la AP Sergio Fuentes, comandante de la escuadrilla de helicópteros de la fuerza aérea chilena, que transporta tropas, reparte ayuda humanitaria y realiza operaciones de infiltración cuando las cosas se ponen complicadas.
Como prueba de lo anterior, soldados brasileños que hasta hace poco recorrían las calles de la capital haitiana, fueron desplegados en la reciente operación lanzada en una favela de Río de Janeiro para recuperar armamento robado.
Y es que hay pocos militares extranjeros que no hayan vivido momentos duros acá. Como lo que le ocurrió a Folgar durante una negociación de desarme voluntario con una de las tantas bandas que plagan los barrios marginales.
«Empezamos a escuchar disparos en medio de la conversación. Cada vez estaban más cerca hasta que llegaron a la pared del lugar donde estábamos, contó a la AP el mayor de las fuerzas especiales de Guatemala. El desarme, obviamente, no se concretó.
Además, los militares aprovechan de aportar su grano de arena en la reconstrucción del país más pobre del continente, lo que se refleja en el alto desempleo, la falta de servicios higiénicos, las irregulares conexiones telefónicas y los intermitentes apagones.
Mientras los brasileños enseñan con orgullo en su base las fotos de un centro médico que ayudaron a reparar, el mayor guatemalteco explicó que el contingente de su país está apadrinando un escuela, algo muy similar a lo que hacen los chilenos de la fuerza aérea con un orfanato.
Este tipo de actividades son fundamentales para entrar en contacto con la gente, niños, madres y familias enteras, como las que estos militares dejaron en sus países hace meses, pero con las que se mantienen unidos a través de la internet y llamadas vía satélite.
Aunque todos estos soldados tienen historias distintas que contar no hubo ninguno que dejará de mencionar a sus hijos, novia, esposa o padres, a quienes añoran ver y disipar así sus preocupaciones.
«Estar acá te marca para toda la vida, aseguró el sargento de la marina brasileña, Alex DAlencar, cuando le faltan dos meses para cumplir el período de seis que tiene asignado.
Con tal de ayudar, este soldado que ya estuvo apoyando a la ONU en Angola, afirmó que se quedaría un año, algo que hizo reír con cautela a sus demás compañeros.
De los 9.000 uniformados que hay acá bajo mando de la ONU, Brasil aporta unos 1.200, seguido por Uruguay con 750, Argentina con 450 y Chile con unos 400. Guatemala cuenta con 85 militares.