Trópico suelto: un homenaje a la excelencia

Trópico suelto: un homenaje a la excelencia

El visitante que, frente a la iglesia Nuestra Señora de las Mercedes, cruza el umbral de Mamey –así dice el letrero–, está seducido por el encanto de esa morada colonial y su librería, ofreciendo títulos diferentes…

Ya percibimos que estamos en un centro de cultura, a la vez histórico y joven –por su dueño Alejandro Ruiz–. A la derecha, un embrujo de obras de arte nos acoge, atravesamos el patio, un pozo se alza con un encaje escultórico, encontramos una cafetería…
Al fin, llegamos a la Galería que dirige el arquitecto Eddy Guzmán, apasionado por el arte, la curaduría y la gestión. La exposición, dispuesta allí –en la Sala Rodríguez Demorizi– y en aquel primer espacio –llamado Sala Mamey–, es magnífica, empezando por el montaje y, sobre todo, –será evidente– por las obras, todas muy buenas, excepcionales algunas. Necesitamos lugares e instituciones de esta clase, que rompen con la modorra de la rutina, que proponen exigencia, estética y originalidad.
¡Ojalá Mamey se convierta en una referencia para quienes buscan la perfecta concordancia entre el lugar y la oferta cultural!
La exposición. Se llama “Trópico suelto”: la seducción y el asombro comienzan desde el título… Descubrimos que se trata también de la obra mayor del conjunto, inspirada en un poema, intensamente “moreno”, de Manuel del Cabral y que el pintor es José Vela Zanetti.
Como siempre, en el maestro de Milagros, imperan la fuerza de la composición y de la perspectiva, la energía y el vigor de los cuerpos, la fusión impresionante del dibujo y del color.
Sin embargo, desconocíamos a un Vela de tanta sensualidad, con una hembra mulata que “reventó la selva” (M.d.C.) y un negro cuyos dedos –¡unas manos increíbles!– rezumaban ritmos, golpeteando la tambora.
Y, abajo, literalmente copiada, una estrofa turbadora: “Ya síntesis de la selva/ goza el peligro tu cuerpo/ que tiene el monte por cama/ que tiene el cielo por techo”. Es una obra maestra, de dimensión universal.
Del mismo Vela Zanetti, hay otro cuadro bellísimo, sorprendente y distinto, que podría ser proclamación ecológica por la protección de las aves y la naturaleza.
Luego, los José Rincón Mora, dos vitrales, líricos e iluminados (sic), y varios dibujos de dominio anatómico absoluto, provocan admiración y tristeza por la pérdida reciente de un “grande” de la plástica, nacional e internacional.
¡Y cómo no celebrar un Ada Balcácer de 1968, extraño bacá ciclópeo, monocromático casi, cuyos verdes se convierten en una paleta! Muy cerca, impone su construcción geometrizante, una pintura de Eugenio Fernández Granell, que conjuga abstracción, neo-cubismo y surrealismo, de formato pequeño y calidad monumental, mientras los dibujos de Iván Tovar, lógicamente, hacen soñar… y lamentar su ausencia.
Escultura también. No solamente pinturas y dibujos nos sobrecogen, la tercera dimensión, paralelamente, impone su impacto. Una escultura formidable de Sacha Tebo, a la vez maciza y vital, trabajada con ternura, nos recuerda su instalación “Azúcar”, otrora expuesta en el Centro León.
El creador, haitiano-dominicano que se pretendía de nacionalidad caribeña, hizo aquí una pieza filosófica. “Origen del mundo”: portentosa construcción de bronce y madera, es una metáfora a la vida.
Varias esculturas más, pequeñas y gestuales, proclaman la diversidad de ese mítico genial, sin olvidar una cuasi pila de agua bendita… ¡al menos lo sugiere!
De Bismarck Victoria, a veces un poco alejado de la actualidad, se yerguen dos esculturas verticales en acero, donde la forma, tan estricta como ritmada, construye una volumetría inmejorable: “Axis Mundi” y “Sembrador” evocan autorretratos de la perfección.
No podía faltar Johnny Bonnelly, con su constructivismo contemporáneo: que sea la Virgen de la Manzana o el aéreo florecimiento que corona el pozo, su creación nos conmueve, delirante … e impecable.
Sala Mamey. El mismo nivel de excelencia impera en ambas salas de la galería, aunque tal vez menos espectacular en la Mamey, donde Edouard Duval-Carrié domina con pintura y escultura.
Buen hijo de Haití y del Caribe, él amplía su definición plástica, manejada sincréticamente en una imaginería magistral de loas y criaturas humanas. ¡Cuánto placer mirar de nuevo su “Árbol de la vida”, obra maestra del animismo escultórico!
Impresionantes son los dos paisajes de Rafi Vásquez: el artista puertoplateño, insuperable en la acuarela, figura con dos óleos de palmas, tierra y mar, casi expresionistas.
Es evidente que Eddy Guzmán es un profundo conocedor del arte dominicano, que le place presentar a los maestros… y los candidatos a serlo.
Así, el lúdico y ambiguo cuadro “El pajero” de Raúl Recio, enfrenta a la modernidad histórica de Orlando Menicucci, Clara Ledesma y Darío Suro.
Definitivamente, esta colectiva es un despliegue magistral de artistas dominicanos, de pura cepa…, allegados como Vela Zanetti y Fernández Granell, adoptivos aun como Duval-Carrié y Sacha Tebo.

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