¿Trujillistas en acción?

¿Trujillistas en acción?

LEANDRO GUZMÁN
El debate sobre la nefasta figura histórica del tirano Trujillo no debe ser enfocado solamente sobre las cosas materiales que hizo, como pretenden algunos para tratar de “reivindicar” su memoria. Esa es una actitud aberrante y parcializada. La historia no puede ser enfocada de esa manera, pues estaríamos ofreciéndole a las actuales y futuras generaciones una visión unilateral que deformaría la interpretación de su largo período de 31 años en el poder, durante el cual predominó la eliminación de toda disidencia, acompañada de la cárcel, la tortura, los crímenes horrendos y el exilio.

Ofende a las víctimas del genocidio trujillista la apertura de un Museo en San Cristóbal, cuna del dictador, donde junto a los retratos y piezas de Trujillo se exhibe uno que otro de las hermanas Mirabal, victimadas precisamente por ese genocida, que ni siquiera a las mujeres respetó.

Es una bofetada a quienes, en 1930, tras las amañadas elecciones “ganadas” por Trujillo, tras su traición al presidente Horacio Vásquez, fueron víctimas de las atrocidades cometidas por su banda de maleantes conocida como “La 42”, dirigida por el funesto Miguel Angel Paulino, que disolvía los mitines de la oposición o simplemente ametrallaba por las noches a quienes no estaban de acuerdo con ese violador de menores. Porque está documentalmente demostrado que Trujillo fue un violador de una menor, cuando se encontraba en servicio la orden de la Infantería de Marina de los Estados Unidos, que entonces ocupaban ilegalmente el territorio nacional.

Los apologistas de Trujillo se jactan de decir que hay que “agradecer” las obras materiales que construyó. Pero callan cuando de recordar sus crímenes se trata. Las nuevas generaciones posiblemente no lo saben, pero hay que recordarles que justamente cuando Trujillo se apoderó del poder en 1930, se aprovechó del ciclón de San Zenón (3 de septiembre) para autodesignarse presidente del Comité de Emergencia, vale decir la Cruz Roja, para manejar a su antojo parte de las donaciones internacionales y, de paso, aprovecharse de la confusión para asesinar a enemigos e incinerar sus cadáveres en una fosa común, donde hoy está el Parque Eugenio María de Hostos, como si hubiesen sido parte de las víctimas del meteoro.

Hay que refrescarle la memoria a los trujillistas para que tengan en cuenta que Trujillo no fue solamente “un constructor de obras”, sino un criminal que el 1 de junio de 1930, al iniciarse el régimen, dispuso el asesinato del poeta  Virgilio Martínez Reina y su esposa embarazada, Altagracia, en San José de las Matas, mientras dormían, crimen horroroso porque no solamente se utilizaron armas de fuego, sino también machetes que los desfiguraron, del que luego tuvo que responder ante la Justicia, diez años después y como una comedia de mal gusto, el matarife general José Estrella, que había caído en desgracia ante el dictador. Pretender que Trujillo es ahora el “ejemplo a seguir” porque construyó escuelas, hospitales y otros edificios públicos, es tratar de dejar en el ánimo de la gente que Hitler también “fue bueno” en Alemania, que Francisco Franco en España “fue bueno” al usar contra sus enemigos “el garrote vil”; que en Santo Domingo el dictador Ulises Heureaux “fue bueno” porque construyó un ferrocarril; que Alfredo Strossner, en Paraguay, Augusto Pinochet, en Chile, y Francois Duvalier, en Haití, quienes también construyeron obras, fueron “buenos”, sin poner en la balanza sus múltiples crímenes, es algo que no tiene perdón de Dios ni de la Historia.

Los hombres decentes de este país tienen que salirle al paso a esta soterrada campaña trujillista, expresada en reportajes, artículos de opinión, alabanzas en la televisión, pretendidos “museos” exhibidores de las fotos y otras propiedades de Trujillo.

La percepción que uno tiene sobre todo esto es que se trata de ir ablandando a la opinión pública para que en el país surja “un hombre fuerte”, tipo Trujillo, supuestamente para que ponga coto a los crímenes, la corrupción, la pobreza y otras lacras sociales, sin detenerse a pensar que durante la tiranía de ese nefasto megalómano, ese fue el pan nuestro de cada día. Tratar de influir en la opinión pública para que se acepte una apología a la obra de Trujillo, sin denunciar sus crímenes, es tener un punto de vista cojo de la Historia.

No pretendemos coartar el derecho que tiene cada quien a expresar sus puntos de vista sobre determinados acontecimientos, fundamentados en la libertad de expresión y difusión del pensamiento, sino que simplemente queremos que se diga la verdad completa, para que de ese modo las generaciones actuales y futuras no tengan una idea afincada en una opinión unilateral. La idea es que puedan analizar todo un conjunto, para que entonces la verdad salga a relucir con toda su contundencia.

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