Hasta la muerte de Rafael L. Trujillo, el flagelo de las drogas no pudo implantarse en el país. En los aislados casos en que el dictador se enteró de cualquier hecho relacionado con este vicio actuó con severidad. Era un secreto a voces la fama de que el Jefe no transigía con las drogas y de que no las permitía. Hasta su hijo Ramfis y su cofradía, siendo adolescentes, eran seguidos de cerca por los servicios de inteligencia.
En la avenida San Martín, próximo a La Voz Dominicana había un negocio donde se vendía el medicamento llamado yohimbina, cuyo uso era primordialmente veterinario. Estas pastillas, de pequeña presentación, las vertían los hombres en la bebida de jóvenes sin experiencia con la finalidad de que perdieran el control, y una vez excitadas, se entregaran en apasionadas aventuras sexuales.
Cuando a Trujillo le trataron el caso de la Yohimbina, que le ocurrió a una señorita de la ciudad capital, en el que se vio envuelto un joven arquitecto, y que el jefe, en tono furioso, refiriéndose al inculpado, dijo: “¿Y ese arquitecto necesita hacer eso para excitar a una mujer? “¿Qué clase de hombre es ese, que con sus atributos personales no puede conquistarla?”
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Tanto el dueño del establecimiento y los demás participantes en la operación fueron a parar a la cárcel de La victoria.
Otra situación fue el de un alto funcionario del Estado, quien para poder soportar el exigente tren de trabajo del generalísimo, comenzó a drogarse.
Primero tenía un frasco con alcohol sobre su escritorio, y cada cinco minutos remojaba un algodón y aspiraba el olor. Tiempos después ese funcionario cambió el alcohol por ampollas inyectables de una droga utilizada en medicina. De la acción los mecanismos de inteligencia le informaron al Jefe que impartió órdenes de enviarlo a desintoxicarse en Boston. Horas después de la partida del avión. salió el decreto sustituyendo a este servidor, que por cierto Trujillo le tenía gran estima.
Un tercer caso ocurrió con el mismo joven de la yohimbina, quien cegado por los efectos de otras drogas, que aprendió a usarlas en la universidad donde que estudió, en Estados Unidos, hizo suya, a la fuerza, a una bella muchacha de Samaná. La había invitado a acompañarle en un paseo por Villa Mella, y, al regreso, el profesional, desquiciado y violento, desnudó por completo a la muchacha y, ante la resistencia de ella, la bajo del automóvil en plena carretera en traje de Eva.
El Jefe pidió un informe sobre el particular y comprobó que era la tercera vez que ese conocido arquitecto se veía envuelto en asuntos de drogas, pues hubo una segunda en la que el mismo había sido conducido al palacio de la Policía “acusado de atentar contra el pudor público en los terrenos de la Ciudad Universitaria. Fue encarcelado y despojado de los jugosos contratos que había conseguido de manos del propio Trujillo. Al poco tiempo el profesional de la ingeniería se convirtió enemigo del régimen y se dedicó a complotar contra el Gobierno.
Otro caso divulgado fue el de la esposa de un poderoso general del Ejército. La dama también se había hecho adicta a las drogas mientras estuvo en EE. UU. Cuando el jefe se enteró, la envió a un conocido centro de rehabilitación en ese país. Se relata también la situación de un joven abogado, quien, siendo gobernador de varias provincias sureñas, se hacia conseguir barbitúricos para inyectárselos. Fue destituido de inmediato. Hoy es un prominente profesional de la docencia superior, y, por supuesto, ya no usa drogas.