Trujillo, historia y aldeanismo

Trujillo, historia y aldeanismo

FERNANDO INFANTE
Hace años, cuando Frank Moya Pons dedicaba su sólido academicismo, su prosa culta y atractiva para educarnos con sus valiosos aportes a la historiografía nacional, en alguna ocasión utilizó el calificativo de «aldeano» para referirse a rasgos de comportamiento intelectual en nuestra personalidad colectiva.

Tal expresión causó escozor y fue objeto de críticas por lo poco receptivo que hemos sido cuando nos expresan lo que podemos considerar que afecta nuestra egolatría o nos advierte fallas y defectos como sociedad.

Ya antes, Jean Price Mars nos había catalogado como una sociedad «bovarista» y sobre ese sabio haitiano se desató la ira de los más reputados hombres de luces de la época que no le perdonaron lo hiriente que para ellos resultaba aquella calificación que apoyaba su importante ensayo histórico sobre las relaciones entre los dos pueblos.

En estos días hemos asistido a dos muestras que guardan relación con esas esporádicas manifestaciones de respuestas carentes de reflexión y madurez que a veces se pueden considerar ridículas o hasta risibles aún cuando son elaboradas con la mayor seriedad.

La primera ha sido por la condición de «Estado fallido» que nos ha atribuido una organización internacional. A quienes se han molestado por ese juicio olvidan o tal vez desconocen que el primero que así nos calificó lo fue el eximio Américo Lugo. cuando a raíz de producirse la Intervención de 1916, reafirmó su convicción de que nunca hemos sido un Estado porque aún cuando lo hemos constituido, no lo hemos formado. Tal aseveración que hizo aquel patricio yace ya noventa años tiene hoy día la misma vigencia de ayer.

La otra muestra ha sido la cancelación del director regional de Cultura en San Cristóbal, por haber promovido una exposición fotográfica de las obras que Trujillo realizó en esa provincia. Tal medida de arbitrariedad oficial fue tomada porque el Secretario de Cultura «no permitirá que ningún empleado (…) para exhaltar la figura del dictador (…), según lo reseña este períodico HOY en su edición del sábado último.

Mueve a reflexión esa actitud de la institución del Estado creada para la divulgación de todo lo que tenga que ver con la cultura, y la presentación fotográfica que originó la infeliz respuesta de Cultura no es nada menos que una recreación histórica. Y no debemos olvidar que la historia no es ni buena ni mala; entenderla así, dentro de esa dicotomía es superficialidad, parcialidad y pasión. Todavía larva en muchos de nuestros intelectuales el comportamiento aldeano cuando de Trujillo se trata. Pretendemos el descomunal absurdo de querer erradicar de la historia nacional su obra, ejecutorias e influencia. (Hace poco hubo otro monumental dislate de hablar sobre la exclusión de algunos Presidentes de la República de una galería que sería exhibida en el Palacio Nacional. El rechazo de esos ex mandatarios sería por «títeres» unos y otros por sus ejercicios no democráticos.

Con una tozudez impropia de la condición de reconocidos académicos e historiadores, algunos intelectuales se expresan con un encendido lenguaje moralista y arrastrados por sus particulares apreciaciones éticas en sus razonamientos sobre Trujillo, en claro desaire a los hechos y causas históricas cuyos análisis sosegados y científicos sobre esa larga etapa de la historia es que debería guiarlos para llegar a conclusiones con el menor grado de pasión y por tanto más orientadoras.

El abrumador predominio de Trujillo concluyó hace cerca de cincuenta años y el estudio de las causas que llevaron a esta sociedad a solidarizarse tan íntimamente con él ha comenzado a ser permitido con un mayor grado de ponderación a pesar de que todavía se aprecian rasgos de intolerancia como lo ha sido la actitud que ha dado motivo para este artículo.

El pecado social que significaba unos pocos lustros atrás referirse a Trujillo sin anteponer epítetos degradantes que vulgarizaran en extremo su recia personalidad va quedando en el pasado para dar paso a la ponderación reflexiva y analítica que puedan dejar sedimentos más maduros y menos estrechez en las opiniones cabe Trujillo y su tiempo.

Por tanto, exabruptos anticulturales o expresiones emocionales como el acontecido en estos días ya no resultan graciosos ni aplaudidos por las mayorías que desean conocer mejor aquel dramático acontecer tan profundamente enraizado en la vida dominicana. Vale la pena volver a citar a Américo Lugo, quien con su profundo discernimiento, como el maestro de maestros que fue, sentenció que no debemos temer al pasado, porque la oscuridad no está en el pasado sino en nosotros mismos.

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