Trujillo, la intelligentsia y el poder

Trujillo, la intelligentsia y el poder

En los cincuenta años del tiranicidio es bueno recordar que en el  1930  se puso en evidencia una tendencia de la intelligentsia a los comportamientos opresivos, diluyéndose en el halo de una lamentación importante la otra tendencia fuerte de los intelectuales, la de la búsqueda de la libertad.

Antes del movimiento del 23 de febrero de 1930, intelectuales como Rafael Vidal, Roberto Despradel, Julito González Herrera y otros, se dedicaron a cambiar la imagen dura del hombre de cuartel que era Trujillo. Yo escribí un libro titulado “Mito y cultura en la era de Trujillo”, destinado a demostrar cómo esta actividad se convirtió en la arquitectura del miedo más perfecta de nuestra historia, contando con todo el poder de fuego del ejército que manejaba Trujillo, y ligándose a la ilusión de los intelectuales pequeñoburgueses.

En la figura de Trujillo, los intelectuales depositaron la colección completa de sentidos inconfesables, sacralizándolo poco a poco, como un tabú. La labor de hormiga del pensamiento lo que revela es un intelectual constructor de justificaciones para la opresión, de mitos envilecedores y de modelos de abyección antiintelectual y antihumanísticos. Es de esta manera que se va creando una conciencia pública que legitima a Trujillo ante el pueblo y ante la historia, siempre con el telón de fondo de la violencia.

Algunos intelectuales y políticos pudieron advertirlo. En fecha tan temprana como el 30 de julio de 1930,  Angel Morales le escribió un memorial premonitorio al diplomático norteamericano Sumner Welles, en el que compendiaba, al modo de una biografía siniestra, la vida disoluta y criminal del brigadier Trujillo. Angel Morales había sido también candidato de la coalición opositora al binomio Trujillo-Estrella Ureña, y al momento de redactar su informe estaba ya en el exilio, transformándose en un activista pionero de la lucha antitrujillista.

Pese a que el terror trujillista era un terror sin cuento que partidarios y opositores sentían hasta en el aire, esa manada de intelectuales orgánicos se jugaban su apuesta histórica, su movilidad social; y se recostaron de la ceguera voluntaria que iba a caracterizarlos siempre que se tratase de resignarlo todo a las conveniencias del poder. Es por eso que Angel Morales, una personalidad histórica que casi no se menciona, debería ser mejor considerado, porque fue sobrecogido de espanto por lo que veía venir que se dedicó en cuerpo y alma a alertar sobre la desproporcionalidad del aparato de poder que ese megalómano estaba levantando a su alrededor, con la participación de los intelectuales.

Como la historia no es una línea arbitraria, fue Joaquín Balaguer Ricardo, entonces un bisoño intelectual y joven abogado de la oficina de don Jafet D. Hernández, quien en un artículo publicado en el periódico “La opinión”, con el título “El miedo al general Trujillo”, intentó responder a las aprensiones del intelectual desterrado (primeras aristas del autoritarismo balaguerista, prolongación treinta años después del autoritarismo trujillista), empleando argumentos justificatorios de la dictadura que han servido, antes y después, a los intelectuales.

En este cincuenta aniversario del tiranicidio he querido  recordar que el final de la intelligentsia entristece a veces como un desastre. Porque a la luz de los eventos posteriores, con frecuencia uno se olvida de que el ascenso de Trujillo al poder fue respaldado activamente por un amplio movimiento intelectual y popular en el 1930, que despertó grandes esperanzas en una pequeña burguesía deseosa de ascenso social, e hizo prestidigitación ante los ojos de los intelectuales, quienes se creyeron capitanear el movimiento, cuando en realidad sustentaban por adelantado la más plena concepción absoluta del poder en nuestra historia.

Nuestro calvario despótico se ha prolongado desmesuradamente en el tiempo, la racionalidad lineal de los intelectuales trujillistas les hizo concebir la atmósfera de la opresión como el estado natural del hombre y la mujer dominicanos. Adiestrados  para racionalizar el mundo como adecuación a lo arbitrario, el pensamiento de la inteligencia no podía sino encorsetar en una especie de trujillismo eterno las contradicciones de la historia dominicana.

¿No son éstas  las razones por las que cada cierto tiempo nos nace un “Mesías”?

¿No son éstas las razones  por las que la abyección y el miedo moldean el pensamiento ante el poder? ¿No  es éste el motivo por el que cada inquilino del palacio presidencial se cree el “destino” de todos?  

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