Trujillo, Lescot y Bosch según Bernardo Vega

Trujillo, Lescot y Bosch según Bernardo Vega

SERGIO SARITA VALDEZ
Cuando se conjugan en una sola persona la profesión de economista, escritor e historiador con la de ejecutivo de una Fundación Cultural de larga data y la de pasado gobernador del Banco Central, así como también haber sido embajador ante la Casa Blanca, implica que estamos en presencia de un intelectual con dotes muy especiales.

De ahí el peso específico que tengan sus opiniones como experto en los temas que trata. Es por ello que uno siempre espera con ansiedad las publicaciones del santiaguero Bernardo Vega. De su trilogía Trujillo y Haití, la más reciente titulada La agresión contra Lescot contiene datos de inmenso valor para la comprensión de un segmento de las tortuosas y accidentadas relaciones históricas entre los gobiernos dominicano y haitiano.

El presente volumen relata pormenorizadamente, mediante documentos de la época, el viraje que experimentó la amistad entre el generalísimo Rafael Leónidas Trujillo y el presidente de Haití Elíe Lescot, hasta tornarse en una total enemistad. Se cubren siete años de la historia de ambos países que comprenden de 1939 a 1945 que al decir del licenciado Vega «revelan cuán ruines eran las principales personalidades envueltas en los sucesos de uno y otro lado de la frontera». Y continúa nuestro autor: Trujillo tenía toda la intención de influir decididamente sobre la política interna haitiana más allá de lo necesario para cumplir con dos objetivos esenciales para su despótico régimen: impedir tanto la presencia de exiliados anti-trujillistas como la vigencia de propaganda contra su régimen en Haití y lograr el envío regular de cortadores de caña para los ingenios dominicanos.

En otro párrafo, al referirse al mandatario haitiano expresa: «Lescot, por su lado, aparece en esta obra como un político inmoral, quien desde Washington traicionó a su país durante las negociaciones posteriores a la matanza, para no ofender al dominicano de quien había recibido dinero. Sus ambiciones de llegar a ser presidente eran tales que estuvo dispuesto a todo para lograrlo. Fue torpe al dejar por escrito evidencias del dinero que Trujillo le entregaba. Pero no sólo traicionó a su país, sino a su presidente, al complotar con Trujillo para lograr el derrocamiento del Vincent a partir de 1939».

De la lectura analítica del texto se advierte el carácter entreguista de los gobiernos surgidos a partir de las intervenciones militares de los Estados Unidos tanto en Haití como en  la República Dominicana. La competencia entre Lescot y Trujillo se basaba en establecer cuál de ellos era el más servil a los intereses locales e internacionales de Norteamérica. Cual niño celoso, Trujillo seguía muy de cerca el trato del presidente Roosevelt hacia su homólogo haitiano; de igual manera estaba atento a las dádivas o concesiones que se le hacían al jefe de Estado de la parte occidental de la isla.

Digno de resaltar lo es el papel de coristas de varios intelectuales dominicanos, los cuales seguían fielmente la batuta de su maestro el dictador Trujillo Molina cuando les ordenaba levantar la bandera del antihaitianismo. Al respecto y ante aquella podredumbre humana, llama poderosamente la atención, el trompetazo moral que desde La Habana, y mediante carta pública dirigiera el profesor Juan Bosch el 14 de junio de 1943 a sus amigos Emilio Rodríguez Demorizi, Héctor Incháustegui Cabral y Ramón Marrero Aristy. En un memorable párrafo les hacía el siguiente llamado a la consciencia: «Los he oído a ustedes expresarse, especialmente a Emilio y a Marrero, casi con odio hacia los haitianos y me he preguntado cómo es posible amar al propio pueblo y despreciar al ajeno, cómo es posible querer a los hijos de uno, al tiempo que odia a los hijos del vecino así, sólo porque son hijos de otro. Creo que ustedes no han meditado sobre el derecho de un ser humano, sea haitiano o chino a vivir con aquel mínimo de bienestar indispensable para que la vida no sea una carga insoportable; que ustedes consideran a los haitianos punto menos que animales, porque a los cerdos, a las vacas, a los perros no les negarían ustedes el derecho a vivir».

Estos sentimientos venían de un hombre con fibras sensoriales universales que había bebido de la savia de un pensador humanista de la altura de don Eugenio María de Hostos. De este ilustre hombre de letras puertorriqueño diría el autor de De Cristóbal Colón a Fidel Castro estas palabras: «El hecho más importante de mi vida hasta poco antes de cumplir 29 años fue mi encuentro con Eugenio María de Hostos, que tenía entonces casi 35 años de muerto. Hasta ese momento yo había vivido con una carga agobiante de deseos de ser útil a mi pueblo y a cualquier pueblo, sobre todo si era latinoamericano, pero para ser útil a un pueblo hay que tener condiciones especiales, ¿y cómo podía saber yo cuáles condiciones eran ésas, y cómo se las formaba uno mismo si no las había traído al mundo, y cómo las usaba si las había traído? La respuesta a todas esas preguntas, que a menudo me ahogaban en un mar de angustias, me las dio Eugenio María de Hostos 35 años después de haber muerto».

Es en ese pensamiento hostosiano, en donde consideramos que radica la gran diferencia que existe entre los gobiernos producto de las intervenciones militares que hemos sufrido, tanto haitianos como dominicanos, versus el ensayo democrático que siguió a la caída de la dictadura de Trujillo y que presidió Juan Bosch. Durante su gestión de gobierno no solamente se mantuvo la libertad, sino que además ni se robó, ni se mató.

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