Trujillo, Lilís
Las fuerzas de la representación

Trujillo, Lilís <BR><STRONG>Las fuerzas de la representación</STRONG>

POR ODALÍS G. PÉREZ
Se trata de un espectáculo, de un arte teatral constituido por raíces políticas pronunciadas mediante el canto de los orígenes .  El personaje no puede, no debe entenderse en el anclaje de la historia, sino más bien como vehículo de la historia.  El texto teatral es conjunto, metamorfosis  y polirritmia cultural.  La crítica a un discurso de la dictadura asegura sus niveles: pugna desde el poder, la metahistoria, lo real, el cuerpo suspendido, la memoria que se resiste, el montaje de acciones que solicita una lectura del espacio, el tiempo y las fuerzas de lo real.

Dos momentos de la República. Dos historias políticas. Dos genealogías dictatoriales. Dos cadáveres políticos.  A través del espectáculo Trujillo y Lilís se discuten las fuerzas, poder y empujes sociales dentro y fuera de una temporalidad narrativa, metanarrativa, y metadialógica.  ¿ A qué aspira en este caso el valor del prefijo meta?.  Indudablemente a lo trascendente, a lo que está más allá de lo real, a lo advertido como pesadilla, como campo de la interpretación.

La dirección de este espectáculo titulado Trujillo y Lilís no quiere repetir una fábula solamente, sino más bien trascenderla, destotalizarla mediante una construcción polifónica, irónica,  ontológica, intelectual y polisémica.  El espectáculo enumera, mediante la composición, un movimiento interior que comienza con aquel carnaval de la muerte ubicado fuera del escenario, incluso fuera del teatro, dentro de la historia y fuera de la historia.

La muerte, los muertos, el desprendimiento de los episodios que se enlazan desde los orígenes de un teatro de sombras, quiere implicar al espectador en una traum de la representación teatral mediante el cual el sujeto aspira a decir, instruir el acontecimiento a partir del cuerpo y de la voz.

¿Qué es lo que Haffe Serulle ha querido provocar con ese espectáculo traumático?  Tomando como pretexto o punto de partida la imagen de Lilís y la imagen de Trujillo, el dramaturgo y director de teatro produce un diálogo desde la contradicción histórica; representa, antirrepresenta la dictadura;  hace que el espectador sea testigo de una comedia trágica, más bien, de una farsa trágica donde la voz y el cuerpo de ambos tiranos se expresen, se abrasen, se pronuncien, se escuchen en un sueño que aún no quiere concluir, el evento, el signo, el objeto político se resisten a la claridad y al cuerpo difuso de la representación.

Reconocido en la línea de un método acrobático,  inductivo, catártico, de proveniencia antropológica y política, el director Haffe Serulle parte aún de una materia y un material que el actor Víctor Vidal le propone como meta y provocación.  El dramaturgo-director sabe que dicho material sólo puede cobrar cuerpo mediante la reinterpretación de una historia  del cuerpo entendido como signo y cadáver, como crítica al movimiento suspendido (¿oculto?), de la historia.

Pero tanto el director como los actores, asumen la alegoría, el símbolo, el texto político, la actuación desacralizante, el mito que conforma la historia, el vaciado de fuerzas interpretadas como huellas de un lenguaje que memoriza los vértigos, los espacios de la vida y de la muerte que le sirven de base a los escenarios de una pedagogía instruida mediante los signos de la descomposición  y la resistencia.

La República Dominicana ha estado marcada en varios momentos (finales del siglo XIX y comienzo y final del siglo XX) por la falsedad y la falsificación de ambos tiranos.  La tiranía de ambos funciona en la escena política del país como dos tiempos de crisis política, social y moral.  El impacto de la voz y el cuerpo forma parte de una antropología de la muerte justificada  a través del fantasma, la memoria y el discurso de la historia.  ¿Que ha generado entonces el entierro simbólico de la dictadura?  El truco de nuestras políticas epocales.  Lo que le duele a la vida política nacional de finales del siglo XIX; lo que a partir de 1930 le promete al país otra historia que será, indudablemente el látigo del poder, la fábula de una opresión cuyo significado encontramos hoy en la amenaza política del político y de lo político, construye el presente y la signografía de la teatralidad.

En efecto, los actores, el director y los demás colaboradores de este espectáculo llevado a cabo en la Sala Ravelo del Teatro Nacional entre el 19 y el 22 de enero del presente año, bajo la propuesta actoral, dramatúrgica y espectacular de Haffe Serulle, señala un cuerpo de representación marcado y activado por una teoría del teatro cuyo fundamento es la crítica misma del cuerpo y de la voz.

La expresión actoral que se inscribe en el contexto de lo performativo, se lee a partir de la instrucción interpretativa observable en Víctor Vidal, Leonardo Grassals, Indiana Brito, Greysi Cuevas, Alicia Méndez, Aramis Romero y Sergio Paulino.  El espacio escénico diseñado por el artista visual Miguel Ramírez también presentifica la metáfora espacial ligada a lo visible interno y externo de la textualidad espectacular.

Atravesada por el discurso histórico de la tiranía  la República Dominicana  asiste desde la fundación misma del Estado Nacional al doloroso espectáculo de sus actores políticos, sumidos en una contradicción entre grupos, partidos, gobiernos y estrategias de poder abortadas, que han logrado manipular y corromper la llamada conciencia histórica dominicana.  La historia moderna dominicana no ha sido únicamente la historia  de sus gestiones políticas, de gobernantes o líderes, sino también la historia de sus mentiras, agravios, crímenes, apariencias y acuerdos solapados.

Lo que surge de este espectáculo reflexivo es precisamente un tipo de teatralidad articulada en un grotesco criollo, cuyos efectos encontramos en las máscaras y cuerpos instruidos y situados  en una técnica actoral que quiere reencontrarse con el mito, pero a la vez confrontar, desestimar y descontituir ese mito para instruirse en otra memoria mas profunda: la memoria de las voces en la cultura dominicana.

Así las cosas, los actores de Trujillo y Lilís se expresan desde la otra cara del teatro dominicano, utilizando una metodología de trabajo que asume la descontrucción de una escena político-social, asumida por los diversos niveles de la dirección, la producción y la actuación teatrales.  Gestualidad y vocalidad, así como participación y oralidad constituyen puentes estéticos y socioculturales que configuran los espacios elegidos por la dirección y la actuación de esta obra.

Pero algo que surge y se pone de manifiesto en esta dramaturgia escénica colectiva, es justamente su concepto de representación basado en el acting out del discurso teatral.  Para los artistas creadores de esta obra, el texto es un pretexto y a la vez una provocación, un politexto dialógico.

La visión que se pronuncia desde el texto verbal, las didascalia, la expresión corporal y el ritmo combinado de la puesta en escena, le propone al espectador un modo de leer la realidad histórica desde el lenguaje de la plenitud y el vacío.  Esa  historia que quiere interpretar el cuerpo desde la palabra, pero que también quiere  desmitologizar el logos del teatro y convertirlo en cuerpo, se afirma en la alteridad de los personajes o interpretantes dialógicos.

La metamorfosis y el desdoblamiento vocal y corporal que se observa en Trujillo, interpretado por el actor Víctor Vidal y Lilís interpretado por el actor Leonardo Grassals, conducen a entender  una línea criolla del grotesco que produce a su vez un “efecto de real” en la perspectiva de los nuevos tratamientos, estudios, interpretaciones y re-interpretaciones, así como reconocimientos de textos espectaculares propios de la modernidad y la tardomodernidad.

De ahí que en este espectáculo-texto atravesado por la lectura de Esquilo, Sófocles, Empédocles, Shelley el historiador dominicano Bernardo Vega  y la tradición del teatro popular europeo, caribeño, latinoamericano y del próximo oriente, se reconozca en  las premisas de este tipo de propuestas que surgen del autoestímulo de creadores que han investigado y conformado en muchos momentos actividades teatrales dominicanas.

Es así como el espacio metafórico y simbólico constituido en el ámbito escénico de esta obra, crea sus tonos, intensidades, ritmos, conjunciones, desprendimientos, monovocalidades y polivocalidades, que no pretenden solamente narrar el mundo de las tiranías dominicanas de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, sino, además, deconstruir los signos autoritarios del Estado dominicano en sus diversas vertientes de coerción y discriminación del sujeto social.

Un aspecto que no queremos ni debemos dejar en el aire a propósito de  este espectáculo, son sus cardinales estético – interpretativas. Las mismas acentúan  la otredad y la mismidad en una dialéctica de las voces y los cuerpos que organiza la danza de los organismos socioculturales, así como un anticanon  que responde ideológicamente a las dramaturgias mortales y comerciales al uso en el país.  El cuestionamiento que surge desde una teatralidad manifestante y manifiesta en algunos textos dramatúrgicos y fundadores (ver, Carmelo Bene, Darío Fo, Antonin Artaud, Michel de Ghelderode, Max Frich, Manuel Galich, Albert Boadella, y otros), conduce a la metalectura  que traduce, en una gramática del movimiento y de la voz, en  un pronunciamiento abierto de lo teatral en la coordenadas de la diversidad cultural y artística.

Percibimos que las articulaciones de esta propuesta fundada en la búsqueda surgente de un teatro poético , antropológico y político, anima el contexto de una escena transformativa y, sobre todo, asimiladora de campos de fuerza que encontramos en el arte teatral contemporáneo. 

El personaje, la palabra y el cuerpo del actor producen en este mismo orden la lectura del mito y el antimito, desde la perspectiva de una obra abierta a los diferentes focos y modos de orquestar cierta  visión del mundo histórico dominicano.

 En conclusión, el montaje colectivo titulado Trujillo y Lilís, y el trazado dramatúrgico de Haffe Serulle, activa en el país la reflexión crítica y teórica del teatro, así como la interpretación de la alteridad y la otredad en una cardinal que asimila cierta poética de la cultura dominicana que instruye lo histórico a partir de signos, huellas, impostaciones, inflexiones, caracterizaciones, descaracterizaciones y movimientos, conformadores de miradas estético-culturales que son, al fin y al cabo, interpretaciones de la nueva historia dominicana.

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