Trujillo llega al poder

Trujillo llega al poder

MIGUEL RAMÓN BONA RIVERA
El 16 de agosto de 1930 Rafael Leonidas Trujillo Molina ascendió formalmente al poder. Hoy se cumplen 75 años de ese acontecimiento. Trujillo había sido elegido en los comicios celebrados el 16 de mayo, en medio de una gran oleada de represión contra los sectores que se le oponían, y que culminó con el horrendo asesinato de Virgilio Martínez Reyna y su esposa, la noche del 1ro. de junio de 1930, cometido por una banda de forajidos que penetró en su hogar de San José de las Matas, propinándoles varios disparos y puñaladas.

Dieciocho días después del ascenso de Trujillo al poder, el 3 de septiembre, el ciclón de San Zenón, cuyos vientos sostenidos superaban los doscientos kilómetros por hora, destruyó la ciudad de Santo Domingo, quedando solamente de pie los viejos edificios coloniales de piedra centenaria.

El número de victimas fue de más de 2,000 muertos y seis mil heridos, colapsando igualmente todo el sistema industrial y comercial, así como grandes extensiones agrícolas. Y esta calamidad nacional se enmarcó dentro de la gravísima situación del crack de la economía internacional que se produjo a partir de octubre de 1929 con el desplome de la bolsa de valores de Nueva York.

El efecto combinado de esta recesión internacional, con la consecuente caída de los precios de nuestros rubros de exportación, más los daños cuantiosos del ciclón de San Zenón, habrían de producir una crisis económica muy grave en la República Dominicana.

Así, mientras en el año 1929 el total de nuestras exportaciones fue de 23.7 millones de dólares; para 1931, primer año completo del gobierno de Trujillo, el valor de las exportaciones cayó a apenas trece millones de dólares. Por su lado, las importaciones, que en 1929 habían alcanzado la suma de 22.7 millones de dólares, en 1931 apenas alcanzaron los diez millones dólares.

El ritmo de la economía dominicana sufrió pues, un dramático descenso, al caer el conjunto de las exportaciones e importaciones del año 1931 a la mitad de las del año 1929.

Como consecuencia, los ingresos del gobierno se desplomaron. Mientras en 1929 los ingresos fiscales habían totalizado 15.4 millones de dólares, distribuidos en cinco millones por rentas de aduanas y 10.4 millones por rentas internas; en 1931 en cambio, los ingresos totales del gobierno apenas fueron de 7.3 millones de dólares, distribuidos en 2.9 millones por aduanas y 4.4 millones por rentas internas.

Concomitantemente con este deterioro de las cuentas nacionales, reapareció nueva vez el viejo fantasma de la deuda externa.

En efecto, entre 1926 y 1928, el gobierno de Horacio Vásquez había realizado una emisión de bonos soberanos por un monto de diez millones de dólares a una tasa de interés de 5.5% anual, y cuya amortización se iniciaría el 20 de agosto de 1930. Anteriormente, entre 1922 y 1926 se habían emitido diez millones de dólares más en bonos, a igual tasa y cuya amortización fue postergada para iniciarse igualmente en 1930.

Así pues, al subir al poder, Trujillo heredó del gobierno de Horacio Vásquez una deuda externa de veinte millones de dólares, más deudas internas por dos millones de dólares.

No obstante la dramática situación económica por la que atravesaba el país, Trujillo se decidió por afrontar el pago de la deuda externa realizando los abonos correspondientes a capital e intereses. Y así, al 31 de diciembre de 1932, la deuda externa había sido reducida a US$16,498,500.00 o sea, el principal de la deuda había sido reducido en tres millones y medio de dólares.

Esto significó un enorme sacrificio para el gobierno, si se toma en cuenta que el total de los ingresos fiscales durante los años 1931 y 1932 apenas sumaron la cifra de 14.8 millones de dólares.

Como consecuencia de ello, el monto de la deuda interna flotante creció, pero Trujillo había logrado un efecto psicológico importante al rescatar la confianza de los tenedores de Bonos norteamericanos en la capacidad de pago del país y en la seriedad del gobierno dominicano.

Un informe presentado por el Receptor General de Aduanas Dominicanas al jefe del Negociado de Asuntos Insulares del Departamento de Guerra en Washington dice lo siguiente:

«No se puede decir que en el 1932 se experimentara mejoría alguna en las condiciones de las deudas de los países Latinoamericanos; al contrario, los efectos de la depresión continuaron pesando fuertemente sobre ellos lo mismo que sobre el resto del mundo. Por tanto merecen crédito y reconocimiento aquellos gobiernos que han tratado concienzudamente de cumplir sus obligaciones internacionales, y la República Dominicana figura en esta lista».

Para el año 1933 se hicieron nuevos abonos, aunque módicos, al capital de la deuda externa, y al 1ro de enero de 1934 esta había sido reducida a US$16,320,500.00.

El cumplimiento con la factura de la deuda externa significó para el país una pérdida neta de capitales, lo que agravó aun más la situación económica por la escasez de circulante. El gobierno dominicano exigió entonces condiciones de pago más favorables que le permitieran disponer de recursos con que iniciar un programa de obras públicas para propiciar el progreso material del país y el bienestar del pueblo.

Las negociaciones se llevaron a cabo con el «Consejo Protector de Tenedores de Bonos Extranjeros, Inc.», una organización creada a principios de 1934 por el Pte. Franklin D. Roosevelt, e integrada por prominentes ciudadanos norteamericanos con el propósito de reajustar las emisiones de Bonos Extrajeron circulantes en los Estados Unidos.

Se aprobó entonces una moratoria de cuatro años para la mortización de capital de la deuda externa, y se prorrogó el vencimiento de dichos Bonos por veinte y treinta años más respectivamente.

Ello produjo un gran alivio en las finanzas dominicanas, y el gobierno se embarcó entonces en un vasto plan de obras públicas que relanzó la economía, incrementando también el volumen de las exportaciones.

Y así, en 1940 el gobierno dominicano pudo negociar con el gobierno norteamericano la devolución de la soberanía de nuestras Aduanas, y para 1947 se liquidaba totalmente la deuda externa que por más de quince lustros había pendido sobre la República como una espada de Damocles.

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