Trujillo no necesita más muertos

Trujillo no necesita más muertos

JOSE ANTONIO NUÑEZ FERNANDEZ
Muchas mentes ágiles y algunos cerebros fértiles, se montan a veces en la alfombra mágica de las invenciones macabras y tratando de alongar más y más la lista mortuoria de Trujillo, el gran genocida, le atribuyen difuntos que no le corresponden al «Barón Samedí» del que fue para él un verdadero «cementerio sin cruces».

 Trujillo no necesita más muertos. ¡Fueron tantos sus difuntos! Que no hace falta sumarle más nombres a su innata tanatofagia. Tal es el caso en que se le quiere atribuir a Trujillo la muerte de Luis Conrado del Castillo y Rodríguez Objío.

El jurista, educador, civilista, tribuno y patriota, falleció el 8 de noviembre del 1927 en un lamentable accidente vehicular. En esa fecha del 8 de noviembre de 1927 Rafael Leonidas Trujillo Molina, el brigadier traidor de la Fortaleza Ozama, no se hubiera atrevido jamás a ordenar la muerte de quien era brazo pujante, cerebro pensante y corazón amoroso de la República Dominicana.

El brigadier no se hubiera atrevido y no tenía fuerza para poder hacerlo de manera impune en esa fecha. Por esos días el senador Alejandro Cabral acusó a Trujillo de ladrón y lo retó a un duelo y no le ocurrió nada al bravo congresista del Sur, pues el brigadier de San Cristóbal no respondió.

Luis Conrado del Castillo como escritor, la fuerza cervantina de su lenguaje se apareó con la altura acrisolada de su hostosiano pensamiento. Como inmaculado legislador, buscaba los mejores logros para la sociedad a la que se debía. Como abogado de prístinos principios, transitó derroteros de acrisolada moralidad.

El ejerció la abogacía como un verdadero apostolado. El llevó al Foro el ejercicio de la caridad para los necesitados de defensa, sin tomar en cuenta la ausencia del dinero para la paga. El fue el defensor gratuito del infortunado Gerardo Segura. El con su magistral defensa, sin tomar en cuenta la ausencia del dinero para la paga. El fue el defensor gratuito del infortunado Gerardo Segura. El con su magistral defensa le arrancó a las garras del presidio, la vida de Gerardo Segura. El le decía ¡atrás! a los rábulas, leguleyos y ramplones mercachifles togados del deshonor con birrete.

Cuando ocurrió la muerte trágica de Luis Conrado del Castillo, el 8 de noviembre de 1927, solamente tenía 39 años de edad. El tribuno, abogado, educador y civilista falleció víctima de un accidente automovilístico que tuvo lugar la tarde de los ya mencionados días, mes y año, en la carretera Duarte, propiamente en el kilómetro siete y medio frente al histórico paraje de Galá. Esta es la pura verdad:; acompañado de su madre doña Dolores Rodríguez Objío y de los niños Bienvenido del Castillo (hermano de Jesús del Castillo Ginebra, «Chuchi») y Guaroa Desangles del Castillo, viajaban hacia la familiar heredad; iban para el fondo ubérrimo donde Luis Conrado a los catorce años cortaba leña y cultivaba un conuco con sus propias manos. Hoy podemos hacer gala histórica y afirmar que la tragedia frente a Galá ocurrió, cuando el caro público marca Chevrolet, placa 505 conducido por el chofer Luis Castro, al pasar por entre dos camiones que se encontraban estacionado, de manera imprudente y en forma casi paralela, embistió a uno de los dos camiones, que fatalmente estaba cargado de tubos y varillas para el acueducto capitaleño que estaba en construcción. Luis Conrado recibió severos golpes y una herida de varilla que lo encaminaron a lo peor, a la muerte.

Al otro día, el 9 de noviembre de 1927 la ciudad de Santo Domingo plena de dolor asistió al entierro del distinguido ciudadano, en el cementerio de la Avenida Independencia. Consciente estaba la Ciudad Primada de que la República Dominicana había perdido a uno de sus mejores hijos. Ese hijo se había marchado hacia el Empíreo; hacia lo ignoto había partido un hombre que era dueño de un brazo pujante, de un cerebro pensante y de un corazón sumamente amoroso.

Y algo notable ocurrió el 9 de noviembre del 1927, en el camposanto de la Avenida Independencia. Sucedió que ese luctuoso día, entre la multitud se encontraba acompañado de su mujer y de sus hijos, el hombre que el difunto jurista había librado de los barrotes del presidio y tal vez de algo peor: Gerardo Segura. Frente a la tumba que se cerró hace ya setenta y siete años, hubo un verdadero desfile de compungidos oradores. Ese día se escucharon los panegíricos de Arturo Logroño, Noel Henríquez, Germán Soriano, Luis V. del Pino en representación de los obreros y de todos los trabajadores del país. Y también habló el haitiano Jolibois Fils, un hijo de la tierra de Toussaint L´ Ouverture, que como patriota recorría el mundo reclamando para su nación la libertad. Ya que Haití estaba invadido desde el 1914 por las rubias mesnadas de la cínica y brutal Yankilandia.

Creemos que se impone en estos tristes días de nacional abajamiento, una visita-homenaje a la tumba de Luis Conrado del Castillo y Rodríguez Objío, quien cuando en 1916 nuestra soberanía fue eclipsada, sus protestas resultaron dominicanistas y sin dobleces, porque de su garganta brotaba el torrente iracundo de las duartianas enseñanzas. El supo de las cárceles de la ocupación armada, funesta y abusadora. En un homenaje a tan ilustre muerto en su tumba olvidada, no nos extrañaría la presencia del Primer Magistrado Doctor Leonel Fernández Reina, que está demostrando que no sufre del vértigo de las alturas ni del «soroche» de las cumbres del poder… y que en cambio sabe, rendir auténtico reconocimiento a los valores sin sombras y sin máculas de nuestra maltratada soberanía.

Un homenaje a Luis Conrado del Castillo, sería reverdecer los laureles de los próceres que en el pasado supieron comulgar con el duartiano principios, de que: «Mientras no se escarmiente a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus maquinaciones».

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