Trujillo resurrecto

Trujillo resurrecto

El auge de la bibliografía relacionada con la persona de Rafael Leonidas Trujillo o con su gobierno, únicamente se explica en los yerros de quienes lo sucedieron. Dos libros causaron cierto escozor social. El primero, obra de realidad y ficción, lo fue el de Aída Trujillo Ricart. Pasó la prueba empero. Y de gran manera. La otra obra, la de Angelita Trujillo de Domínguez Taveras, encontró una beligerante opinión antitrullista. Ninguna de ambas publicaciones, con todo, empaña el éxito de mercado alcanzado por escritos de otros autores, sin vinculación sanguínea con Trujillo.

En el caso de la nieta, hija de Tana Ricart, la sociedad no dejó de olvidar los sufrimientos de esa familia. Altagracia, ciertamente, fue la esposa de Ramfis Rafael Trujillo Martínez. Mucho antes de que un cuñado suyo, el doctor Guido D’Alessandro, acogiera en su casa la reunión germinal del movimiento antitrujillista de 1960, Tana vivía horas de horror. Su madre, la inolvidable doña Nieves, llegó a sufrir persecuciones y por supuesto, a padecer los tormentos de la hija. Quizá por ello Aída logró que su libro fuese condescendientemente acogido.

Otra bibliografía que hace referencia a la persona y al prolongado ejercicio gubernativo de Trujillo, en cambio, es buscada hasta con frenesí.  Es que la sociedad de hoy, ajena a los pretéritos pesares, escucha las dos campanas. Oye hablar de abusos, muertes, expresiones de prepotencia. Pero también se pregunta por aquello que ve, aquello que se hizo, la deuda pública que se liquidó. Y esa sociedad que marcha paralela a los debates, se cuestiona. ¿Por qué la República Dominicana post-trujillista no enterró lo malo y repitió lo admisible, lo conveniente al bien común? Y nadie puede responder. Porque unos están demasiado ocupados en revivir los pretéritos pesares y otros en las perturbaciones impulsadas por el desconocimiento.

En medio, sacando provecho a la vaca nacional, una clase política que es la responsable de la exhumación de Trujillo. Porque el cuerpo sin vida pudo llevarse en la inhumación, todos los recuerdos de esa existencia. Pero la clase política lo ha impedido. No porque desee mantener vivo a Trujillo. Sino porque gobernando para ellos y no para el pueblo, han resucitado al Benefactor. Esos políticos corruptos, los que han dado lugar al empobrecimiento y a la criminalidad y a la inseguridad ciudadana, han catapultado a Trujillo.

Conviene a la República que a Trujillo se le entierre definitivamente. El único modo de sepultarlo para siempre es gobernando con sentido de bien común. Mientras el pueblo no sienta y viva un progreso real y seguridad, el pensamiento seguirá indagando por el pasado. Porque, si estos me engañan respecto de un mejor porvenir, ¿quién quita que no estén propalando mentiras sobre el pasado?

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