Irrumpiendo altisonante la penumbra concurrida del Teatro Leonor, el vozarrón impetuoso de Rafael Pichardo penetró intempestivamente, acusando un desacostumbrado matiz de humor urgente. Era la tanda frívola y muchachera del matiné de las 5:30. Los diálogos indiferentes de la pantalla sirvieron de fondo monótono a las estridencias indiscretas del Mellizo Pobre, como solía autodenominarse para fastidiar a Horacio, el sedoso y tranquilo Mellizo Rico. Tronaba, vociferante, desde la boca encortinada:
¡Niní Cáffaro!… ¡Niní Cáffaro!… ¡Niní Cáffaro!!!!!.
La curiosidad general fue más fuerte que la pícara escena de la pantalla, sin embargo, el protagonista alternativo no complacía las expectativas. Transcurrieron minutos, antes que Cáffaro, desafiando nervioso la penumbra y adivinando escalones a tientas, bajara titubeante desde el anfiteatro, espetándole con tensa discreción:
¡¡Rafael C tú no me has visto!!.
El intrascendente encargo era venenosamente comprometedor. Rafael había recibido la encomienda de informar a Niní Cáffaro que había sido asignado por Radio Caribe al espectáculo del 31 de diciembre en casa del Dictador. No habría pago extra.
Niní reaccionó desafiante, riesgosamente negado. Se jugaba, sin ponderarlo, una carta filosamente peligrosa. Rebeldía instintiva y profunda, que no todos teníamos el coraje de adivinarnos. Un ponzoñoso momento en el que un marcado Aníbal de Peña era destrozado en La 40 y nosotros, denunciados ante el SIM en un patibulario compás de espera. Excusarse era sintomáticamente peligroso, ignorarlo podría marcar fatalmente. La rigidez intolerante del régimen, aquel culto prostituto, grávido de temores baboseantes al Benefactor, su urticante incondicionalidad, su celo venenoso, acechante, o los caprichos y estridencias agresivamente impúdicas del apellido, podían desgraciar cualquier displicencia atrevida y desbocar su desbordada vocación al atropello y la eliminación física. La equivocación era la regla. Niní se jugaba el silencio de los bulliciosos Cáffaro.
¡¡Nonononó no voy a ir esa vaina!!… ¡¡Aunque me lleve errr diablo!!… Yo le prometí a Cosette que iba a pasar el Año Nuevo con ellos en su casa.
Entre los planes tranquilos del Caballero, una inolvidable noche de Festival de Canciones y un Por Amor glorioso aguardaban al doblar del futuro. Su osado desafío pasó, milagrosamente, desapercibido.
Fuimos militarmente citados en casa de Trujillo a las 5 de la tarde: La exclusiva Orquesta Caribe, la tradicional Presidente Trujillo, de Alberty, sus voces históricas, y el exclusivo trío Rhadamés (Los Juglares). El escenario frontal del Espectáculo lo decoramos: unos solmeños saboteados temerariamente por Nandy Rivas, una exuberante Rebeca del Valle, Fernando Casado, Joseíto Mateo y Elenita Santos. El presentador un discreto, refinado, Lilín Díaz.
La residencia del Jefe, denominada Estancia Radhamés, estaba ubicada en terrenos del hoy Teatro Nacional. El lugar específico de esa noche sería un área al fondo, recostada a la embajada americana, donde permanece silencioso y abochornado el Museo del Hombre. Fuimos agrupándonos, espontánea y desamparadamente, como hormigas a campo raso, sobre una enorme extensión de caliche, junto a una especie de camión cubierto que pareció transportar las efervescencias golosas de la estridente noche; descubrimos, ¡al fin!, sillas plegables e improvisamos al azar donde sentarnos. Nos ubicamos, a la vista próxima de una superficie encementada, sin adornos visibles, y el lejano movimiento de la servidumbre, notoriamente indiferente, denunciando el escenario para aquel insospechado Año Nuevo final El tiempo disfrazaba su tarjeta de trágica alegría. La última madrugada de diciembre de la Era. Un coro de tumbas y cadalsos sonreían ante el silencio que acompañó el campaneo intranquilo de aquella medianoche.
El tiempo avanzaba y el ambiente transpirante de frivolidades y copas espumantes desbordaban en voz alta exuberancias de cosechas exclusivas y rones envejecidos. Los egos del merengue azuzaban el paso y el lenguaje atropellado de la noche. Desfilaban las bandejas de Sodoma y Gomorra, las risotadas adulantes y perversas. El lenguaje medalaganario con tufo de obscenidad de Trujillo imponiendo su falsete sobre los grises de la música y los coros extendidos de un jaleo de carcajadas. Las escenas de copas encendidas como cirios y un halo de fantasmas sobre un charco de color intranquilo, un coagulo de tiempo aturdido de cargos sin conciencia, de pasos ebrios encharcados en sangre y la mancha sucia en el pecho del reloj envejeciente de la madrugada, amontonando iras al momento de voltear el minuto y convertir en esputos el goteo espeso y la prisa justiciera de la historia hacia el calendario apocalíptico de mayo.
Las primeras horas del año virgen habían escapado, asustadas por la medianoche. El año comenzaba a envejecer de temores. Las bandejas aladas tropezaban tumultuosas y botelleantes, como bailarinas de cuellos alargados. La gula estridente desbordaba el banquete berreante, desnudando sus senos perversos y las pezuñas ebrias, sucias de miradas culpables y pensamientos obscenos. Roma borracha y pervertida y los idus de cualquier tiempo, precipitando el horizonte tormentoso del destino con su olor a pólvora furiosa entre las ingles y el cemento largo de una noche de vergas sin prisas.
Ni siquiera un sorbo de agua. Recuerdo alguno, botella en mano, sofocando a trancos su prisa triunfal, trofeo en alto, recibir el rechazo indiferente del resto. Una bandeja trasnochando madruguera la etiqueta de un mal ron, se paseó sin conseguir pareja. Solo algún músico hueco suicidó en un trago-corto la dignidad enferma. El mozo, un soldado aguardando en atención. Ignorados . amontonados en la bruma como basura olvidada
Acorralamos a Solano:
Fello bamo a amanece aquí . Esa gente ni se acueldan que tamo aquí. Tú tiene que i y habla con alguien. Al único que le pueden hacecaso e a ti. Ya pasan de la una
Compartía la misma humillación enfermiza obligada al silencio, que callábamos todos. Escapar de aquel espinoso Año Nuevo de impudor ajeno. Librarse de graciosidades maniáticas, antes que comenzaran a rumiar víctimas en quienes cebar su caprichosa perversidad borracha. Impunidad abusiva de rango y superioridades, ocultando temores detrás del poder desbordado.
El maestro . decide ir. La peligrosidad asesina de Abbes había sido cadalso de muchos. No hacían falta motivos para lo impredecible, su filosidad era innata. Cualquier nimiedad podía desbocar su ferocidad, desbordar aquella bestia dormitando en un bacanal de pesadillas y agonías. Su sed culpable de cadáveres.
Avanza con pasos discretos hacia él. Lo ha ubicado, de pie, en un ángulo apartado del tumulto fiestero y no hay nadie a su alrededor no es extraño.