El curso que las ambiciones de poder ha impuesto al ejercicio político eleva la estatura moral de uno de los intelectuales y políticos más íntegros que ha tenido República Dominicana: Don Américo Lugo. Su rechazo a una oferta del General Rafael Trujillo Molina representa una de las grandes pruebas de valor y honradez de un profesional comprometido con sus principios.
Trujillo, que sabía que estaba afectado de salud y que tenía problemas económicos tan graves como una casa hipotecada, le había ofrecido cinco mil dólares y un cargo diplomático en la judicatura a través del poeta Osvaldo Bazil para que escribiera la historia de la última década de la República, o sea 1920-1930. Pero el 4 de abril de 1934 Lugo respondió mediante una carta que no le era posible aceptar la propuesta no sólo a causa de su estado de salud, sino también a causa de su convicción de que el pueblo dominicano no constituía una nación.
Perdió la casa, pero conservó la dignidad que hoy lo catapulta como una de las figuras más egregias y señeras, como uno de los grandes estandartes morales, un orgullo de la nación dominicana. Hasta la hora de su muerte reivindicó lo que entendía su obligación de ayudar a la construcción de una nación, sin pasar factura al Estado. En estos tiempos de compra y venta de conciencia y de dilapidación de los recursos públicos hay que evocar a un político como Don Américo Lugo.
Con todo el poder que había comenzado a acumular Trujillo, que ya en 1934 se perfilaba como un dictador, no pudo, sin embargo, doblegar la voluntad de un político como el abogado e historiador. No significa que no le haya servido al Estado, pero lo hizo con tanta dignidad, incluso frente al poder, que hoy se le tiene que recordar.
En 1936 le hizo una enmienda de antología a Trujillo cuando éste lo definió como historiador oficial en vista de que había aceptado, en virtud de un contrato con el Gobierno a instancia del dictador, escribir una nueva Historia de la Isla de Santo Domingo. No me considero historiador oficial, respondió, porque mi convenio excluye por naturaleza toda idea de subordinación y debe ser cumplido exclusivamente bajo los dictados de mi conciencia. No recibo órdenes de nadie y escribo en un rincón de mi casa.
A Trujillo le hizo saber que su pluma no se vendía ni tenía precio, con todo y su delicado estado de salud y sus penurias económicas.