Trujillo y el doctor Puigvert

Trujillo y el doctor Puigvert

REYNALDO R. ESPINAL
El doctor Puigvert describe su encuentro y consulta médica con Trujillo en la págs. 174 y 175 de sus memorias. Hace de él esta descripción, propia de un clínico agudo, avezado no sólo a explorar el cuerpo de sus pacientes sino también su espíritu: “…Leonidas era un hombre ya mayor, ni grueso ni delgado, con las facciones mulatoide, muy marcadas, hechas a cincel. Tenía el aspecto de ser hombre frío y por tanto peligroso. De sus ojos se escapaba una vivacidad impropia de un sexagenario. Había en el fondo de sus pupilas como un timbre metálico…”.

Dado el carácter inédito que entrañan las revelaciones del doctor Puigvert para los lectores dominicanos, nos permitimos en lo que resta del presente artículo incluir textualmente lo más sustancial del diálogo médico- paciente sostenido con Trujillo y sus detalles de aquel primer encuentro:

– T.: Bueno, doctor. Ya sabe usted cuál es el objeto de la invitación. Ha venido para visitarme y aclarar mi dolencia.

– P.: Esta mañana he conversado con un médico, aquí presente, y con el urólogo del hospital, que me han mostrado sus radiografías, sus análisis, su historia clínica. Pero para mí, el documento de mayor interés es el enfermo.

– T: ¿Qué quiere decir con esto?

– P: Pues necesito saber de usted y que me conteste a lo que le pregunte.

Me miró un poco de refilón. Estaba dándose cuenta de que al entrar en el terreno profesional médico era yo quien pensaba llevar la batuta sin concesiones. Y eso no le gustaba.

– T: A usted le gusta mucho mandar – P: Efectivamente, general, tanto como a usted. Y si usted no obedece no nos entenderemos.

Nuestras respectivas posiciones quedaron definitivamente señaladas desde el primer momento. En estas cuestiones después es muy difícil rectificar.

T: Pues bien, ¡pregunte! – me dijo en torno enérgico.

Inicié el interrogatorio acerca de sus antecedentes y trastornos actuales. Me contestaba con serenidad. A continuación le comenté las radiografías que por la mañana había examinado en el hospital que traía su médico de cabecera. Señalé las lesiones y valoricé las imágenes. Estas eran poco precisas, pero suficientes para ser interpretadas y relacionadas por la semiología clínica que él había informado.

El General, como todos los que arrastran largo tiempo una enfermedad, estaba muy interesado en su tema y antes había oído y contrastado muchas opiniones de urólogos norteamericanos y europeos. Escuchó atentamente mi descripción; me hizo repetir algún detalle que se le escapaba. Y cuando terminé, volvió su mirada inquisitiva hacia el coronel y dijo con un tono seco y acusador:

– Vosotros no habíais dicho nada de esto. ¿No lo habíais visto en las radiografías?

La pregunta fue de tal tono que sentí un escalofrío. Imaginé por un instante al coronel en el paredón, con los ojos vendados frente a un piquete de fusilamiento.

Entonces, para ayudar a mi compañero, y además, porque era cierto, intervine en su defensa.

– Las radiografías no son bastante claras, y por ello poco demostrativas; además, han sido vistas por otros urólogos.

Trujillo aceptó el diagnóstico y las propuestas de intervención clínica del doctor Puigvert.

Ambos, posteriormente, acordaron la construcción de un gran hospital de urología en Santo Domingo, cuyos planos fueron realizados por los arquitectos barceloneses Antonio Lozoya y Duran Reynals. El proyecto finalmente se frustró debido a las exigencias de Trujillo de que Puigvert pasara a residir a Santo Domingo a tiempo completo, propuesta que el notable galeno desestimó a pesar de ser sumamente atractiva en términos económicos y profesionales.

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