Trujillo y Haití

Trujillo y Haití

Teníamos veintiocho años de edad, y desempeñábamos las funciones de director del Departamento de Relaciones Internacionales, y a la vez director del boletín de la Secretaría de Estado del Trabajo. El secretario de Estado era el licenciado Manuel A. Peña Batlle.

Habíamos publicado un artículo en el periódico La Nación, comentando uno anterior del licenciado Peña Batlle, titulado «Boyer y Bolívar», en el que el sobresaliente historiador sustentaba la tesis de que Boyer capitalizó contra el proyecto de independencia dominicana del 1821, todos los elementos entonces actuales de la haitianidad, y de ellos se valió, para realizar su arriesgado propósito de unificar la isla, bajo el dominio de Port-au-Prince. En lo que habían fracasado ya Toussaint y Dessalines.

El licenciado Peña Batlle se acercó a nosotros, para agradecernos lo que él benévolamente calificó como «un atinado comentario» de su artículo. Y, para nuestra sorpresa, nos dijo, que Trujillo lo había leído, y deseaba conocernos. -«Estás citado para el martes a las once de la mañana», nos dijo nuestro inolvidable amigo y protector. Y el día y a la hora indicados, estábamos cara a cara con quien, al decir de uno de sus vehementes panegiristas, era «el timón y la bitácora de la revolución dominicana». ¿Era él, o era su máscara? Era el hombre indefinible, de quien el doctor Balaguer diría en su libro «La palabra encadenada», que «estaba dotado de cierto toque magnético en el gesto, y en los ojos escrutadores como un pájaro de presa».

-Su padre fue un notable orador y un leal amigo mío», nos dijo inicialmente. Y luego: -«Espero que usted sea también un leal colaborador de mi gobierno».

-Así será, Generalísimo. Puede contar con mi modesta colaboración, salvo desde luego, que no soy un favorecido por el arte de la oratoria, como lo fue mi padre.

-Pero leyendo él artículo con que usted comenta el del licenciado Peña Batlle, veo que es aficionado a la literatura y a la historia.

¿Le gusta la poesía? Lea y comente este libro del más sobresaliente de nuestros poetas».

¿El libro que nos entregaba era el titulado «La cruz transparente» del poeta Osvaldo Bazil).

-Hay otro libro que le recomiendo que lea, es una obra de don Sócrates Nolasco, en la que responde magistralmente a los infundios del doctor Prince Mars.

El libro de don Sócrates, cuya lectura nos recomendaba era el titulado «Comentarios a la historia de Price Mars», por el que nos enteramos, de la terrible admonición del general Herrad Riviere, apenas recién nacida nuestra nacionalidad: «Si contra de lo que espero, los dominicanos desconocen el lenguaje de la persuasión, que emplearé en todas las circunstancias, será entonces cuando mi moderación se transformará en una severidad que asombrará al Universo, y le asegurará a Haití, una paz profunda y duradera».

Se separó del escritorio, detrás del cual nos escrutaba con «el ojo del pájaro de presa» aludido por el doctor Balaguer, y se colocó a contraluz, frente a la ventana, desde la cual aparentaba observar el espectáculo verdiazulado del mar Caribe. Desde allí, como si monologase consigo mismo, le escuchamos decir: «-Se me acusa de genocida por los acontecimientos del año 1937, pero quienes me acusan, entre otros los malos dominicanos que me atacan desde el exilio, olvidan que los dominicanos hemos defendido nuestras fronteras. Olvidan las invasiones de los años 44 al 56. Yo me manché las manos de sangre, para preservar la obra del general Santana. Cuando tomé la decisión de la que no me arrepiento, en todos los pueblos dominicanos de la línea fronteriza se hablaba el «patois», y la moneda de curso legal era la haitiana. Deposito en ustedes los jóvenes, la defensa de mi programa de dominicanización fronteriza. Espero que usted escriba acerca de ella».

Cruzó los brazos a las espaldas, en un gesto que le era característico, y prosiguió: -«Le agradezco a don Vicente Tolentino y al licenciado Rodríguez Demorizi la cooperación que me han ofrecido, al castellanizar los nombres de poblaciones, nuestras conocidas por un idioma extraño: «Pett-trou» y «Paradise», otras.

(Nosotros intuíamos que trataba de sorprendernos con su erudición histórica, y nos limitábamos a hacer gestos de sentimiento).

-«Se me acusa de antihaitiano, lo que no es cierto, pues tengo en ese país muy buenos amigos. Todos el mundo sabe la influencia que ejercí para llegar al acuerdo fronterizo del 1936. Pero yo sé lo que tengo entre manos. Los gobiernos haitianos fomentaron todas las revoluciones de los tiempos de Concho Primo. Y ahora mismo, recientemente, cuando se preparaba la invasión de Cayo Confite, los invasores recibieron dinero, y contaban con el apoyo del Presidente Estimé. Conversé con el licenciado Peña Batlle, y él le enterará de las perfidias con que nos han tratado los gobernantes haitianos».

Nos estrechó la mano, en un gesto de despedida, mirando sobre nuestra cabeza, como quien buscase una respuesta a sus argumentaciones. Y subrayó: «Ellos nos invadieron en varias ocasiones, y en días de paz avanzaron, poblando y merodeando en el territorio nacional. Yo asumí una responsabilidad histórica y de ello no me arrepiento» ¿Era él, o era su máscara?

Once días después, viajamos rumbo a Suiza, en donde fuimos recibidos por el embajador licenciado Jacinto Peynado Soler, quien nos informó, que la misión conjunta a realizar, consistía en tratar de introducir una modificación en el Convenio relativo al trabajo forzoso u obligatorio, aprobado en el año 1930. No se nos había advertido previo a nuestro viaje, que en Azua existían las siembras del sisal, en las que trabajaban centenares de hombres apresados bajo la acusación de que ejercían la vagancia. De esto nos enteramos muchos años después.

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