Trujillo y los «nacionalistas»

Trujillo y los «nacionalistas»

FERNANDO INFANTE
Una rica colección de documentos de gran valor para el estudio de la historia dominicana lo constituye la voluminosa obra «Vetilio Alfau Durán en Anales», publicada por el Banco de Reservas de la República Dominicana en 1997. En este enjundioso esfuerzo de recopilación que hizo el respetado historiador ya desaparecido nos detuvimos con especial atención en algunos documentos que tratan sobre la formación del Partido Nacionalista, principalmente en su declaración de principios.

Ese partido surge como una nueva expresión del vigor que demostró un amplio y respetado sector de la sociedad dominicana en aquella época y llevó a los más comprometidos con el fervor nacionalista intransigente a organizarse como órgano para canalizar esos sentimientos y tiene como punto de partida una exhaltación pública que dirige Américo Lugo el 24 de julio de 1924 a sus compatriotas, en la cual los expresa: «la disolución de las juntas Nacionalistas en los actuales momentos conllevaría a la perdición del país. Al contrario, los Nacionalistas debemos agruparnos inmediatamente en una estrecha asociación patriótica ante la bochornosa ejecución del plan Hughes-Peynado».

Así se inicia el aglutinamiento de las Juntas Nacionalistas formadas durante el período de Ocupación Militar Norteamericana, cuya iniciativa había correspondido al maestro don Federico Henriquez y Carvajal, quien crea la primera de estas Juntas en Santiago de Cuba; de allí se establece otra en La Habana y luego en Nueva York hasta llegar al país donde se extiende en todas las provincias, según detalla Luis F. Mejía en su obra «De Lilís a Trujillo»

Los hombres que integraban el Partido Nacionalista, en su mayoría tenían un gran perfil moral: Américo Lugo, Max Henríquez Ureña, Teófilo Hernández, Luis Conrado del Castillo, Manuel Arturo Peña Batlle, Viriato Fiallo, Arístides Fiallo Cabral, Noel Henríquez, Rafael Estrella Ureña y Germán Ornes S., son algunos de los respetables ciudadanos que habían mostrado sus sentimientos nacionalistas de lo cual habían dado vibrantes pruebas en su celo patriótico ante el gobierno militar que se había instaurado durante los ocho años anteriores.

El pensamiento de los patriotas promotores del partido Nacionalista, entre otras razones lo guiaba la carencia de un «sentimiento enérgido del Estado» que, al no haber existido desde la fundación de la República y la falta de educación política de las masas no había permitido al pueblo ser certeros, quienes había escogido en sus elecciones para dirigir la Nación; pero, como «el sufragio universal le ha sido otorgado desde el primer árbol de su vida independiente hay que mantenerlo en el goce de tal prerrogativa y empeñarse en enseñarle a usar de ella con la instrucción política del niño y de los campesinos, el servicio militar y la instrucción primaria obligatoria».

En ese sentir se advierte claramente el entusiasmo de esos prohombres por la ideología nacional-militarista que tomaba cuerpo en Italia y más tarde en Alemania impulsada por los partidos fascistas, bajo el liderazgo de dos grandes impulsadores de masas que interpretaron a plenitud las aspiraciones de esos pueblos luego de concluida la Gran Guerra.

Los prestigiosos miembros del Partido Nacionalista también ofrecían a los dominicanos «La restauración de la República Dominicana en su primordial condición de Estado absolutamente soberano» y «La preservación de la República Dominicana y su mayor auge en prosperidad y grandeza» (…)

La Declaración de Principios que explica la razón de ser de ese efímero partido político llevan necesariamente a pensar, a quien estudie la Era de Trujillo, con amplitud, en el intenso y creador programa de gobierno que se inicia a partir de la llegada al poder de ese régimen a partir del año 1930, con el establecimiento de inmediato «un sentido enérgico del Estado que ellos habían considerado inexistente tal como lo consignaron en el documento que les sirvió de plataforma.

En ese programa de gobierno que presentaron al pueblo los Nacionalistas, en 1925, entre otras de sus premisas principales, declaran que: «el poder militar del Estado es el más importante. La fuerza militar del Estado en su fuerza y debe ser aprestada, tanto para la ofensiva como para la defensiva» (…)

La inmigración debe ser de agricultores de raza blanca, evitándose la acumulación de poblaciones en las urbes y promoviendo, la densidad de los campos (…) Las regiones fronterizas deberán ser preferidas para el establecimiento de inmigrantes. De ninguna manera debe provenir de focos extranjeros de miseria y desesperación para evitar la implantación de males sociales que aquí no existen (…) «Reivindicación laboral y legal de todos los derechos de la clase obrera, descanso dominical con salario, jornada de ocho horas, construcción de habitaciones obreras y barrios de mejoramiento social» (…)

El paralelo que se encuentra entre las aspiraciones políticas y sociales de los nacionales y las ejecutorias llevadas a cabo por el régimen trujillista en su primera parte, se puede apreciar más que una coincidencia programática, una identificación ideológica envuelta en un proyecto de nación. Bastaba tener presente para esta interpretación que la mayoría de los hombres que con fervor nacionalista expusieron en su Declaración de principios sus sentimientos patrióticos y su altura de miras para lograr «auge y grandeza para la República» estuvieron entre los lúcidos colaboradores que sobresalieron en la Era de Trujillo, tal vez con la íntima convicción que así podrían ofrecer sus aportes al país, como desearon cuando decidieron agruparse en asociación política al término de la intervención; y, con el hombre único», que le daba el «sentido enérgido del estado» del que había carecido la República, podían contribuir a las transformaciones beneficiosas que ellos habían aspirado menos de una década atrás.

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