Trujillo y sus obras faraónicas

Trujillo  y sus obras faraónicas

El dictador Rafael L. Trujillo, a todo lo largo de su mandato, siempre estuvo obsesionado en dejar su impronta en cuanto a la más mínima actividad se realizarse durante su mandato, con el único interés de que la posteridad lo asumiera como buen gobernante. En el contexto de este afán mesiánico es preciso recordar la decisión tomada en el año 1936, del cambio de nombre de la capital, de su original Santo Domingo, por Ciudad Trujillo. La propuesta fue obra del senador por Santiago Mario Fermín Cabral, hábil y sinuoso político de principalía en el Gobierno de Horacio, lo mismo que en el de Trujillo.


En ocasión del cambio de nombre Trujillo ordenó levantar un obelisco que todavía se yergue en la avenida George Washigton, en imitación del obelisco en honor al líder de la independencia norteamericana, elevado en la ciudad de Washigton, frente al Capitolio, que hace unas semanas fue “asaltado” por seguidores del saliente presidente Donald Trump.


Antes, el dictador creó una provincia nueva, cuya cabecera fue San Cristóbal, a la que bautizó con el nombre de provincia Trujillo, que al mismo tiempo fue honrada con el titulo de “Ciudad Benemérita”, no solo por ser el lugar de su nacimiento, sino primordialmente por haber sido la cuna de la primera Constitución de la República. Más adelante, erigió otro obelisco menor en el centro de San Cristóbal, que se denominó “Monumento de Piedras Vivas”, porque toda la obra ornamental estaba recamada de piedras naturales, sin pulir ni tallar.
Fueron múltiples las condecoraciones, placas, espadas, bastones y toda clase de ornamentos y piezas ceremoniales destinadas a que se le entregasen al Jefe, de manera pública, a fin de resaltar su figura.


En Santiago hizo construir el “Monumento a la Paz de Trujillo”, con la gran estatua del Angel de la Paz en la cúspide de una alta columna en forma de espiral. Es una emulación de “La Paz Augusta”, que se atribuye al emperador Augusto César. Es obra del escultor checo Alexander Savurnach, contratado exclusivamente para ese trabajo. Después de la desaparición del dictador, el monumento fue rebautizado con el nombre que ahora se conoce como “Monumento a los Héroes de la Restauración de la República”.


A la firma del Tratado Trujillo-Hull, que consagró el final de la deuda externa de la República y que fue considerada como la Independencia Financiera”, una especie de obelisco de dos cuerpos, que simbolizan “las dos alas con las que voló libre la República como consecuencia de ese tratado”. Hoy se le identifica como “Obelisco Hembra”.


A principios del año 1934, en su primer ejercicio constitucional al Jefe se le vendió la idea de instalar estatuas ecuestres en diferentes puntos del país, para lo cual se fundó un “Comité Pro Estatua a Trujillo”, a través del cual se fabricaron miles de botones de solapa con su efigie y los colores de la bandera nacional individualizados: blancos, rojos y azules. Además, se imprimieron cientos de miles de afiches de promoción con la imagen de Trujillo y la invitación a comprar los botones.


Para la instalación de una monumental estatua ecuestre en San Cristóbal, a la entrada de la ciudad, el dictador contrató al medallista de la Santa Sede Aurelio Mistruchi, que sometió un presupuesto de 50 mil dólares, que con detalles adicionales sugeridos por el dictador subió a US$250,000.


Meses antes de concluido el régimen a algunos vivos se les ocurrió un negocio y prepararon una tarja de bronce con la literatura: “En esta casa, Trujillo es el Jefe”. Se obligó a los dominicanos a adquirirla a un precio relativamente alto y ponerla en un lugar prominente de la casa o de la oficina. Cuando los policías llegaban a un lugar y no veían la placa, fruncían el ceño y preguntaban: ¿Qué pasa que no veo la placa del Jefe… ¿eres enemigo del Gobierno?”


El propietario de la joyería “La Veneciana”, que estaba en El Conde esquina José Reyes, colocó dos tarjas: una de Duarte y otra de Trujillo, con esta leyenda: “Una por devoción y la otra por obligación”.

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