Las elecciones presidenciales de EUA son seguidas con perplejidad en todo el mundo. Sus episodios son más espectaculares que todas las series televisivas combinadas de intriga política, espionaje y escándalos sexuales.
ambién hay mucho interés en los resultados de esa contienda, por las repercusiones que tendrían más allá de la República Imperial, en todo el mundo. En Latinoamérica y el Caribe existe inquietud ante un eventual triunfo de Trump por su agresiva agenda revisionista.
Trump es un gladiador que desafía poderes y esquemas establecidos. Y a pesar de sus errores y groserías continúa en pelea, amenazando con ganar. Ese fenómeno electoral es síntoma del malestar visceral que existe en EUA.
Los dominicanos en EUA, como casi todas las minorías, lo perciben como amenaza por su retórica intimidante. En cambio, un sector de la diáspora haitiana mostró simpatías por Trump, a quien denunciaron la pésima gestión de los Clinton en las crisis de Haití.
Hillary Clinton es gran amiga de los dominicanos en los EUA, particularmente, de los que viven en NYC. Pero ¿podemos decir lo mismo los que vivimos en la Isla, que somos la gran mayoría, en especial, en lo concerniente al tratamiento del complejo problema de Haití Fallido, que constituye nuestra mayor amenaza?
La crisis de Haití es trágica para su pueblo, y peligrosa para todos sus vecinos. EUA tiene mucha responsabilidad en la misma, porque lejos de trabajar en la reconstrucción de esa nación, prefirió derivarla, asignando a RD la condición de estado pivote, forzando una absurda integración insular y desconociendo la soberanía dominicana en materia de frontera, nacionalidad y migración. Vía tan fácil como irresponsable y contraindicada.
No hay muestras de que Hillary Presidenta cambie sustancialmente ese esquema de dominio. Alienta escuchar empresarios como Frank Rainieri, gran amigo de los Clinton, asegurar que no hay motivos para temer, pero hasta prueba en contrario, solo cabe esperar que se refuerce con consecuencias desestabilizadoras en RD. Ese enfoque tiene raíces muy profundas como las explicadas en el informe ONU Mission to Haití de 1949, y es fruto de alianzas trabadas hace decenios a partir de una errónea visión de “restitución histórica”.
Sorprende que relevantes líderes políticos dominicanos decidieran convertirse en promotores de la candidata demócrata exhortando a los dominico-americanos a votarla.
¿Cómo podemos reclamar de EUA que no se inmiscuya en asuntos internos dominicanos, si líderes señeros nuestros se involucran activamente en sus campañas?
En nuestras relaciones con EUA y el mundo, debe primar el principio de autodeterminación y no intervención. Así lo exige la búsqueda y preservación del interés nacional, muchas veces en tensión, con los intereses geopolíticos de esa superpotencia, siendo el colapso de Haití el mayor desafío.