Nueva York. Cuando el secretario de Prensa de la Casa Blanca, Sean Spicer, quiso combatir las filtraciones la semana pasada, reunió los celulares de sus asistentes para comprobar si se habían comunicado con reporteros. La operación no tardó en filtrarse.
No fue una gran sorpresa que Spicer perdiera el primer asalto contra el infinito juego de la información en Washington. Al intentar eliminar las filtraciones de fuentes anónimas, el presidente, Donald Trump, y su equipo están persiguiendo una de las prácticas más arraigadas de la política y el periodismo en Washington.
Este fenómeno ha desvelado casos de corrupción, alimentado escándalos y difundido chismes durante décadas.
Sin embargo, ha provocado varios quebraderos de cabeza al nuevo presidente, lo que hizo que Trump prometiera públicamente apenas unas semanas después de asumir el cargo que intentaría castigar a los “turbios informantes” en su gobierno.
“Que se sepa su nombre”, dijo Trump el viernes antes de la Conferencia de Acción Política Conservadora, acusando a los periodistas de inventarse fuentes anónimas y artículos. Afirmó que los periodistas no deberían estar autorizados a utilizar fuentes “salvo que utilicen el nombre de alguien”.