WASHINGTON.— Antes de ser presidente, Donald Trump rara vez hablaba de Afganistán. Cuando lo hacía, se pronunciaba a menudo a favor de la pronta conclusión de la guerra más larga de Estados Unidos.
Sin embargo, Trump anunció el lunes ante la nación que el conflicto habrá de proseguir, pero sin un fin claro a la vista.
Con su discurso transmitido en horario estelar, el multimillonario se convirtió en el tercer mandatario estadounidense que supervise una guerra que ha irritado a republicanos y demócratas por igual.
El gobernante declaró: “Al final, ganaremos”.
Los planes de Trump, aunque a veces poco claros, suponen a una victoria para los militares _que han aumentado su presencia en el círculo interno del presidente_ y una rotunda derrota para sus partidarios nacionalistas que habían visto en él a una persona escéptica como ellos de las intervenciones de Estados Unidos en conflictos largos y costosos en ultramar.
El principal de ellos es Steve Bannon, quien fue despedido como asesor de la Casa Blanca, y cuya página web Breitbart News censuró el lunes el enfoque de la clase política gobernante frente a ese conflicto.
“¿Cuál será la victoria en Afganistán? Washington no lo sabe”, se afirma en un titular.
Ahora Trump está al frente de Washington y le toca responder esa pregunta.
Trump se ha atenido a su lema “Estados Unidos primero” pero a la fecha casi no ha explicado cómo se traduce ese mensaje en la implicación de Estados Unidos en una guerra al otro lado del mundo, posiblemente durante años en el futuro.
“La mayoría de la gente coincide en que para hacer triunfal esta labor necesitaremos estar en Afganistán unos cuantos años más por lo menos”, dijo el teniente general retirado Thomas Spoehr, director del Centro para la Defensa Nacional en la Fundación Heritage.
“Ese no es típicamente el estilo del presidente Trump. A él le gustan las victorias rápidas”, agregó.
El presidente George W. Bush envió efectivos estadounidenses a Afganistán después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 pero esa guerra languideció cuando las fuerzas estadounidenses centraron su atención en Irak.
El presidente Barack Obama aumentó a 100.000 los soldados en Afganistán a principios de su gobierno, con la expectativa de concluir la guerra antes de que terminara su periodo en el cargo.
Al final reconoció que por cuestiones de seguridad tendría que legar el conflicto a su sucesor.
Trump habló el lunes con arrojo de la victoria y la definió como “atacar a nuestros enemigos” y “aniquilar” al grupo Estado Islámico. Ganar la guerra, señaló Trump, significará impedir que el Talibán asuma el control de Afganistán y la comisión de ataques terroristas de gran escala.
Sin embargo, para alcanzar esos objetivos, Trump enfrenta muchos de los mismos problemas en Afganistán que asolaron a sus predecesores, y algunos funcionarios tienen incertidumbre en cuanto a si la victoria es posible, y si lo es, cuáles serán sus secuelas.
Afganistán persiste como uno de los países más pobres del mundo y la corrupción está incrustada en su estamento político. El Talibán ha resurgido y las fuerzas afganas continúan siendo demasiado débiles para garantizar la seguridad del país sin la asistencia estadounidense.
“Cuándo teníamos 100.000 efectivos estadounidenses en Afganistán, no podíamos garantizar la seguridad de todo el país”, señaló Ben Rhodes, quien fue asesor adjunto de seguridad nacional de Obama.
Estados Unidos tiene unos 8.400 soldados en Afganistán. Funcionarios del Pentágono han propuesto enviar casi 4.000 soldados adicionales para incrementar el adiestramiento y asesoría de las fuerzas afganas e impulsar las operaciones antiterroristas contra el Talibán y un grupo local afiliado al Estado Islámico que pretende asentarse en el país.
Para tomar su decisión, Trump sostuvo amplias discusiones con los principales asesores en el Pentágono, el Departamento de Estado y la comunidad de inteligencia, y escuchó lo que le dijeron directamente el secretario de Defensa, Jim Mattis, el asesor de seguridad nacional H.R. McMaster y el vicepresidente Mike Pence.
Fue un proceso de mayor deliberación que lo acostumbrado por Trump, quien ha mostrado propensión a hacer decisiones compulsivas.
Trump se resistió inicialmente a las propuestas de sus asesores de aumentar los soldados en Afganistán y dijo que su instinto le indicaba terminar con la guerra.
Sin embargo, cuando se dirigió ante la nación, Trump reconoció una realidad que muchos de sus predecesores han aprendido.
“Yo había escuchado que la toma de decisiones es muy diferente cuando se está sentado detrás del escritorio en la Oficina Oval”, declaró Trump.