El proteccionismo es la práctica económica que promueve el cuidado preferencial de la producción nacional frente a la extranjera, valiéndose de la aplicación de medidas arancelarias que coloquen los productos locales en condiciones competitivas ante las mercancías que ingresen por las aduanas locales.
Contrario al liberalismo planteado por Adam Smith, Abraham Lincoln afirmó «Yo no sé gran cosa de aranceles. Lo que sí sé es que cuando compro una chaqueta de Inglaterra, yo me quedo con la chaqueta e Inglaterra con el dinero, mientras que si la compro en Estados Unidos, yo me quedo con la chaqueta y Estados Unidos con el dinero.
Estas declaraciones del presidente Lincoln revelan la esencia del proteccionismo y tal parece que esta será una de las principales líneas de acción del presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, quien desde ya comienza a dar claras señales de estar comprometido con esa corriente de pensamiento económico, al emplazar a grandes empresas de la industria automotriz a que produzcan en territorio estadounidense y así crear empleos en su propia nación, o de lo contrario serían sancionadas.
Esta postura de Donald Trump viene, según algunos a crear incertidumbre en los mercados internacionales, sin embargo, ¿bajo qué leyes humanas o divinas se le puede prohibir a un mandatario que procure lo que en el pensamiento keynesianista se conoce como “pleno empleo” para su pueblo y promueva así el bienestar de su gente? No, no perderé mi tiempo criticando esas iniciativas, antes bien, vendré a nuestro contexto dominicano para ver qué cosas buenas podemos aprender de este proceso que en días comenzará a vivir la decadente potencia del norte.
Proteger también a los sectores medulares de nuestro “aparato productivo” local no es una idea descabellada. Cuidar al productor agropecuario no está pasado de moda, como tampoco lo está salvaguardar la participación pública en áreas empresariales de incidencia capital.