¡Tu mínimo país inhóspito y violento! Recordando a Julio Cortázar

¡Tu mínimo país inhóspito y violento! Recordando a Julio Cortázar

María Elena Walsh escribió un poema donde decía que nadie sabía lo que significaba Buenos Aires. Y lo dijo pensando en una ciudad agobiante, clautrofóbica, antropófaga y sin embargo a la que uno vuelve y recuerda como el primer amor. Ahora cuando pienso los veinte años de muerto Cortázar precisamente, ese recuerdo, esa memoria de quien escribiera las “rayuelas del alma”, nunca puede ser académica, seria, ni correcta. Una de las páginas culturales de un periódico argentino dedicado a una poeta argentina me hizo morir de risa, me hizo sacar lo mejor del alma argentina, y reescribí esta página en la mejor versión argentina, lunfarda, tanguera, fabriquera, lúdica, y como diría la periodista María Moreno “incorrectamente literaria” y sobre todo en clave de “cronopio”. La periodista le hace una entrevista a Juana Brignosi, en un suplemento llamado Las Doce, una contemporánea de Juan Gelman, del grupo de los sesenta y del “Pan duro”. La poeta desmistifica todo, se muere de la risa, se burla de sí misma, de la poesía correcta, de sus pares y encima escribe poesía de tal envergadura que es considerada la mas grande poeta mujer argentina viva.

Lo dice sin vuelta, soy una desterrada, yo no me fui por perseguida ni porque me faltara comida, me fui porque creí que iban a gobernar los montoneros. Ahí , está la clave para escribir de Julio Cortázar, el se fue del país porque huyó del “zoológico” peronista y escribió “La casa tomada” para hablar de ese murmullo sofocado que invadía la vida argentina..

Es el cuento escrito en 1946, entregado a Jorge Luis Borges, donde un joven maestro escribe “La casa tomada”, alegoría de ese peronismo fascista y avasallante que invadió la vida argentina en la década de los cuarenta.

El ambiente donde transcurre la infancia de Cortázar, que es un apellido de origen vasco, corresponde al nivel de la clase media, cuyos mecanismos de conducta y ambiciones más profundas, él captó en una visión única dentro de la literatura argentina. En 1968, en “Cinco miradas sobre Cortázar”, José Lezama Lima hace una observación interesante:”Tanto Borges como Cortázar son de raíz vasca. Esto es muy importante para determinar ciertas maneras del lenguaje, de sus recursos verbales. Es decir en el vasco no olviden el caso de Unamuno, por ejemplo parece siempre como que hay otro idioma en su interior…”.

Julio Cortázar encarna a un belga, trasladado a Buenos Aires, abandonado por el padre, criado en el el barrio de Banfield, zona sureña, prolongación del matadero y del cinturón fabril de Buenos Aires, con sus calles de polvo, de hombres a caballo y de faroles esquineros, le irá enseñando el rostro cotidiano y lo que supondrá su literatura firmada con el nombre de Julio Denis. De su infancia solitaria, huérfana de padre desde los seis años, de su casa con un gran jardín en Banfield, de su madre argentina pero descendiente de franceses y alemanes queda la imagen de un niño atormentado, de enamoramiento fácil que ya escribe a los nueve años. Maestro Normal, profesor de lenguas en el Instituto del Profesorado él reflejará el típico ambiente de aquellos años, un país donde se reflejaban las mezclas de distintas razas, de ideas, la presencia de una geografía en la que el espíritu y la soledad física están inmersos en una dramática vivencia y búsqueda de lo esencial de la condición del ser argentino. Es el ambiente del tango, la pobreza de los inquilinatos, de los versos populares de Gardel de una calase media gris, timorata y adocenada. Eran los años de “La semana trágica”, de “las ollas populares” que se unía al anarquismo libertario y a los primeros atisbos de socialismo en el Río de la Plata. Su oficio de traductor había comenzado en la década del cuarenta traduciendo a Edgar Allan Poe, después haría de eso su medio de vida y trabajó como traductor de Unesco en París por mucho tiempo.

En 1951 se producen dos acontecimientos centrales en la vida del hasta entonces desconocido Julio Cortázar. Por un lado, la editorial Sudamericana de Buenos Aires publica su primer libro de relatos, Bestiario; por el otro, obtiene una beca para realizar estudios en París, donde terminará instalándose hasta su muerte, en 1984.

Bestiario, que incluye algunos de los relatos fantásticos más memorables de la literatura rioplatense con “Casa tomada”, “Lejana” inscribe a su autor en una línea prestigiosa de las letras argentinas A su vez, el viaje a París , es el “viaje sin retorno”. Un viaje que ha sido leído no sólo como una vía de escape en relación con la atmósfera agobiante y plebeya del peronismo sino también como un índice de las dificultades de integración en el medio intelectual local. El viaje instala a Cortázar en un lugar geográfico y teórico que constituye la matriz que articula vida y obra cortazariana: el pasaje o la zona de contacto entre lenguas,t rabaja como traductor para la UNESCO, entre géneros altos y bajos, entre discursos (el literario y el político), entre tradiciones literarias (la argentina, la francesa, la inglesa).

El desplazamiento hacia París no es, con todo, el primero de los desplazamientos vitales del autor, nacido el 26 de agosto de 1914 en Bruselas , criado en el suburbio porteño de Banfield. Desde fines de los años ‘30, Cortázar, apenas recibido de profesor normal en Letras en el Mariano Acosta, comienza a ejercer la docencia en ciudades bonaerenses bastante alejadas del ornato porteño: Chivilcoy y Bolívar, casi en el límite con La Pampa. Más tarde, a partir de 1944, el joven profesor se instala en Mendoza, en cuya universidad dicta cursos de literatura francesa. Alejado de Buenos Aires (donde en 1938 ha publicado un libro de sonetos “mallarmeanos” bajo el seudónimo Julio Denis), Cortázar lee y traduce a los escritores, sobre todo poetas, con los que construye su primera manera, que evidencia fuertes afinidades electivas con la llamada generación del ‘40.

Durante su permanencia en el interior publica sus primeros ensayos, entre los que se destacan los dedicados a Rimbaud (1941), y a Keats (1946). Así, el distanciamiento, la poesía romántica y simbolista y las lenguas extranjeras fundamentan la escritura cortazariana.

En París Cortázar traduce a Poe, se casa con Aurora Bernárdez y escribe relatos que exploran zonas muy poco abordadas por la literatura nacional pero muy cercanas al existencialismo, como el box y el jazz. Entre muchas otras cosas, Rayuela, publicada en 1963, es un ajuste de cuentas con el Cortázar fantástico de los ‘40. “Propio ámbito desconocido, lenguaje ancestral, galería aporética, librería délfica, centro del laberinto…”, como la llamó Lezama Lima , la novela de Cortázar, altanera y pretenciosa, es una máquina que fagocita escrituras y discursos y en la que se reconfiguran las obsesiones del campo intelectual de los ‘60: las tensiones entre la alta y la baja cultura, entre lo estético y lo político, entre la literatura y el mercado, entre la tradición y la vanguardia.

“Rayuela” repetiría esas incógnitas hippies de los sesenta, las preguntas se suceden sin pausa en otra clave pero reincide: ”¿Encontraría a La Maga?”, “¿Seguiría tocando el piano Berthe Trépat?”.

“Rayuela no tardó en convertirse en un verdadero clásico de la literatura argentina y del rimbombante boom latinoamericano. Como sucede con todo clásico, las consecuencias de Rayuela para el sistema literario argentino fueron arrolladoras, no sólo por las preguntas que disparaba, sino por el modo en que desde ella se reconfiguraba el pasado del género novelístico argentino (con el privilegio de Arlt y de Marechal, de quien Cortázar fue uno de los primeros lúcidos lectores, por sobre Mallea) y, al mismo tiempo, se abría un modo experimental –en muchos aspectos virulentamente anticortazariano– de practicar la prosa que encontraría su realización en autores como Walsh, Puig y Lamborghini”. En los años siguientes a Rayuela, Cortázar explorará nuevas formas de experimentación narrativa, con algunos resultados felices como 62. Modelo para armar (1968) o Ultimo round (1969).

En sus últimos años, a Cortázar le echan en cara que se dedicó con mayor ahínco a la política. Son los años de los viajes a Cuba y al Santiago de Allende con su segunda esposa, Ugné Karvelis); los años de Libro de Manuel (1973), de las campañas contra la dictadura argentina, del triunfo de la revolución sandinista. Víctima de la leucemia, Cortázar murió en París en 1984, dos años después que su tercera, joven y amada esposa, Carol Dunlop.

Ante sus posiciones políticas y su compromiso con Cuba, Nicaragua, el Chile de Salvador Allende y la Argentina del Proceso el escribió lo siguiente: “Palabras como `intelectual’ y `latinoamericano’ me hacen levantar instintivamente la guardia, y si además aparecen juntas me suenan enseguida a disertación del tipo de las que terminan casi siempre encuadernadas (iba a decir enterradas) en pasta española. Súmale a eso que llevo dieciséis años fuera de Latinoamérica, y que me considero sobre todo como un cronopio que escribe cuentos y novelas sin otro fin que el perseguido ardorosamente por todos los cronopios, es decir su regocijo personal. Tengo que hacer un gran esfuerzo para comprender que a pesar de esas peculiaridades soy un intelectual latinoamericano; y me apresuro a decirte que hasta hace pocos años esa clasificación despertaba en mí el reflejo muscular consistente en elevar los hombros hasta tocarme las orejas.

El que mis libros estén presentes desde hace años en Latinoamérica no invalida el hecho deliberado e irreversible de que me marché de la Argentina en 1951 y que sigo residiendo en un país europeo que elegí sin otro motivo que mi soberana voluntad de vivir y escribir en la forma que me parecía más plena y satisfactoria. Hechos concretos me han movido en los últimos cinco años a reanudar un contacto personal con Latinoamérica, y ese contacto se ha hecho por Cuba y desde Cuba; pero la importancia que tiene para mí ese contacto no se deriva de mi condición de intelectual latinoamericano; al contrario, me apresuro a decirte que nace de una perspectiva mucho más europea que latinoamericana, y más ética que intelectual. Si lo que sigue ha de tener algún valor, debe nacer de una total franqueza, y empiezo por señalarlo a los nacionalistas de escarapela y banderita que directa o indirectamente me han reprochado muchas veces mi `alejamiento’ de mi patria o, en todo caso, mi negativa a reintegrarme físicamente a ella.

Si tuviera que enumerar las causas por las que me alegro de haber salido de mi país (y quede bien claro que hablo por mí solamente) creo que la principal sería el haber seguido desde Europa, con una visión desnacionalizada, la revolución cubana.

El telurismo como lo entiende entre ustedes un Samuel Feijóo, por ejemplo, me es profundamente ajeno por estrecho, parroquial y hasta diría aldeano; puedo comprenderlo y admirarlo en quienes no alcanzan, por razones múltiples, una visión totalizadora de la cultura y de la historia, y concentran todo su talento en una labor `de zona’, pero me parece un preámbulo a los peores avances del nacionalismo negativo cuando se convierte en el credo de escritores que, casi siempre por falencias culturales, se obstinan en exaltar los valores del terruño contra los valores a secas, el país contra el mundo, la raza (porque en eso se acaba) contra las demás razas.

Cuando digo que aquí me fue dado descubrir mi condición de latinoamericano, indico tan sólo una de las consecuencias de una evolución más compleja y abierta. Ésta no es una autobiografía, y por eso resumiré esa evolución en el mero apunte de sus etapas. De la Argentina se alejó un escritor para quien la realidad, como lo imaginaba Mallarmé, debía culminar en un libro; en París nació un hombre para quien los libros deberán culminar en la realidad.

Una vez que para mi considerable estupefacción un jurado insensato me otorgó un premio en Buenos Aires, supe que alguna célebre novelista de esos pagos había dicho con patriótica indignación que los premios argentinos deberían darse solamente a los residentes en el país. Esta anécdota sintetiza en su considerable estupidez una actitud que alcanza a expresarse de muchas maneras, pero que tiende siempre al mismo fin; incluso en Cuba, donde poco podría importar si habito en Francia o en Islandia, no han faltado los que se inquietan amistosamente por ese supuesto exilio. Como la falsa modestia no es mi fuerte, me asombra que a veces no se advierta hasta qué punto el eco que han podido despertar mis libros en Latinoamérica se deriva de que proponen una literatura cuya raíz nacional y regional está como potenciada por una experiencia más abierta y más compleja, y en la que cada evocación o recreación de lo originalmente mío alcanza su extrema tensión gracias a esa apertura sobre y desde un mundo que lo rebasa y en último extremo lo elige y lo perfecciona.

Fragmento tomado de “Situación del intelectual latinoamericano”, carta de Cortázar a Fernández Retamar, 10 de mayo de 1967.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas